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Fernando Castellanos

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Hay un tópico en el fútbol al que los entrenadores temen y aman a partes iguales: mandan los resultados. Es posiblemente el tópico más devastador, más soberbio, más real. Cuando la pelotita se niega a entrar el primero en crucificar es el técnico. Se entiende que el equipo en cuestión necesita un volantazo, algo que modifique una senda poco apropiada en la que al más mínimo error, puede haber un accidente mortal.




Luis César, en su penúltima rueda de prensa. (www.gimnasticdetarragona.cat)


Hasta hace nada el Nàstic ocupaba puestos de descenso a Segunda B. Nada novedoso teniendo en cuenta la trayectoria, de más a menos, del conjunto grana. Desde estas líneas el arriba firmante se ha quejado, en alguna ocasión, que la clasificación no era justa con el cuadro tarraconense, empotrado en los puestos de abajo a pesar de demostrar sobre el tapete verde un abanico de buenas intenciones que contrastaban con el resultado final de cada encuentro.

Hasta el fin de semana pasado los granas sumaban cinco encuentros sin conocer la derrota, dato insuficiente para abandonar la zona de peligro teniendo en cuenta que sólo ante el Tenerife se sumaron los tres puntos. El resto, todo empates. Pero números que invitaban a pensar que salir del barro no era una utopía. Ante el Villarreal B, y en casa, tocaba revalidar la buena racha en cuanto a resultados, porque en cuanto a puntos dejaba bastante que desear.

Si frente al filial castellonense se hubieran sumado los tres puntos, el Nàstic hubiera pasado de vivir la semana más agitada de la temporada a la más serena. Tres puntos que le hubieran sacado de una maldita vez de un lugar de nulo privilegio pero que se volvieron a escapar de la manera más dolorosa posible, acabando con la paciencia de un casi desierto Nou Estadi –cada partido son menos los seguidores que se animan a acudir al coliseo-, al que no le tembló el pulso para mostrar con pañuelos y silbidos su desencanto con el equipo.

Y claro, ocupar la última posición de la Liga Adelante no le gusta a nadie. Y claro, como la afición se queja, la balanza de los resultados se niega a acompañar a Luis César y la directiva es un océano de dudas, qué mejor que ‘cortar’ la cabeza visible del proyecto, en este caso el entrenador, y así tratar de encontrar con un nuevo rostro algo, alguien, en lo volver a creer. Pocas horas después de caer ante el minisubmarino, el Nàstic hacía oficial el despido de Luis César. Al rato, se conocía que Joan Carles Oliva se haría cargo hasta final de campaña… o no.

Y digo no al final del anterior párrafo porque no es el flamante fichaje grana un técnico de brillante curriculum. Ilerdense nacido en Zaragoza, fue una marioneta en manos del Alavés de Dimitri Piterman (aquel pseudomillonario que hace unos años se coló en nuestro fútbol). Como era de esperar, no terminó la temporada. También aguantó poco en los banquillos de Aris de Salónica, Villarreal B, Recreativo de Huelva y Salamanca, club al que dirigió el curso pasado sin demasiado éxito. Sus mayores logros los obtuvo en Tercera, y tras aquello, mucha agua ha pasado por debajo de los puentes.

Es por ello que extraña la contratación de un entrenador de dicho perfil. Más escuece cuando desde el club se baraja la posibilidad de reforzar el equipo en enero (imprescindible para una plantilla muy limitada), algo que con la continuidad de Luis César les habría ahorrado algún que otro finiquito y algún que otro nuevo contrato, con la seguridad además de un preparador que conoce como nadie la institución y al que le han matado los pequeños detalles de algunos partidos.

Dicho esto, y mientras a Luis César se le desea la mejor de las suertes (se la merece) esperar que Oliva se convierta en el revulsivo que desea el Nàstic –este domingo primera prueba de fuego ante el Granada y en territorio enemigo- y que al menos haga bueno otro tópico menos soberbio, menos devastador y menos real, pero mucho más agradable que el del inicio del artículo: a entrenador nuevo, victoria segura.

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Fernando Castellanos
Fernando Castellanos
jueves, 9 de diciembre de 2010, 23:33 h (CET)
Hay un tópico en el fútbol al que los entrenadores temen y aman a partes iguales: mandan los resultados. Es posiblemente el tópico más devastador, más soberbio, más real. Cuando la pelotita se niega a entrar el primero en crucificar es el técnico. Se entiende que el equipo en cuestión necesita un volantazo, algo que modifique una senda poco apropiada en la que al más mínimo error, puede haber un accidente mortal.




Luis César, en su penúltima rueda de prensa. (www.gimnasticdetarragona.cat)


Hasta hace nada el Nàstic ocupaba puestos de descenso a Segunda B. Nada novedoso teniendo en cuenta la trayectoria, de más a menos, del conjunto grana. Desde estas líneas el arriba firmante se ha quejado, en alguna ocasión, que la clasificación no era justa con el cuadro tarraconense, empotrado en los puestos de abajo a pesar de demostrar sobre el tapete verde un abanico de buenas intenciones que contrastaban con el resultado final de cada encuentro.

Hasta el fin de semana pasado los granas sumaban cinco encuentros sin conocer la derrota, dato insuficiente para abandonar la zona de peligro teniendo en cuenta que sólo ante el Tenerife se sumaron los tres puntos. El resto, todo empates. Pero números que invitaban a pensar que salir del barro no era una utopía. Ante el Villarreal B, y en casa, tocaba revalidar la buena racha en cuanto a resultados, porque en cuanto a puntos dejaba bastante que desear.

Si frente al filial castellonense se hubieran sumado los tres puntos, el Nàstic hubiera pasado de vivir la semana más agitada de la temporada a la más serena. Tres puntos que le hubieran sacado de una maldita vez de un lugar de nulo privilegio pero que se volvieron a escapar de la manera más dolorosa posible, acabando con la paciencia de un casi desierto Nou Estadi –cada partido son menos los seguidores que se animan a acudir al coliseo-, al que no le tembló el pulso para mostrar con pañuelos y silbidos su desencanto con el equipo.

Y claro, ocupar la última posición de la Liga Adelante no le gusta a nadie. Y claro, como la afición se queja, la balanza de los resultados se niega a acompañar a Luis César y la directiva es un océano de dudas, qué mejor que ‘cortar’ la cabeza visible del proyecto, en este caso el entrenador, y así tratar de encontrar con un nuevo rostro algo, alguien, en lo volver a creer. Pocas horas después de caer ante el minisubmarino, el Nàstic hacía oficial el despido de Luis César. Al rato, se conocía que Joan Carles Oliva se haría cargo hasta final de campaña… o no.

Y digo no al final del anterior párrafo porque no es el flamante fichaje grana un técnico de brillante curriculum. Ilerdense nacido en Zaragoza, fue una marioneta en manos del Alavés de Dimitri Piterman (aquel pseudomillonario que hace unos años se coló en nuestro fútbol). Como era de esperar, no terminó la temporada. También aguantó poco en los banquillos de Aris de Salónica, Villarreal B, Recreativo de Huelva y Salamanca, club al que dirigió el curso pasado sin demasiado éxito. Sus mayores logros los obtuvo en Tercera, y tras aquello, mucha agua ha pasado por debajo de los puentes.

Es por ello que extraña la contratación de un entrenador de dicho perfil. Más escuece cuando desde el club se baraja la posibilidad de reforzar el equipo en enero (imprescindible para una plantilla muy limitada), algo que con la continuidad de Luis César les habría ahorrado algún que otro finiquito y algún que otro nuevo contrato, con la seguridad además de un preparador que conoce como nadie la institución y al que le han matado los pequeños detalles de algunos partidos.

Dicho esto, y mientras a Luis César se le desea la mejor de las suertes (se la merece) esperar que Oliva se convierta en el revulsivo que desea el Nàstic –este domingo primera prueba de fuego ante el Granada y en territorio enemigo- y que al menos haga bueno otro tópico menos soberbio, menos devastador y menos real, pero mucho más agradable que el del inicio del artículo: a entrenador nuevo, victoria segura.

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