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Josu Gómez Barrutia

La confianza y los mercados

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Confianza a los mercados. Da igual ser neoliberal o progresista –en ésta era de lo políticamente correcto está mal hasta ser de derechas o de izquierdas-. Confianza a los mercados. Parece que esa es la receta adecuada para ésta enfermedad que nos consume desde hace ya demasiado tiempo, la piedra filosofal sobre la que se construirá la alquimia económica mundial, la solución universal para este mundo global que se tambalea sobre sus cimientos virtuales. ¿Y qué hacían los mercados hace sólo tres años, cuando las bolsas crecían –y no me refiero sólo a los parqués- y las cuentas de resultados ofrecían beneficios estratosféricos? No recuerdo que los mercados se afanaran por dar confianza a los gobiernos, ni mucho menos, dar confianza a la pobre ciudadanía de a pie. Sí, a esa ciudadanía pagamentera del sistema cuando las cosas van bien, y salvavidas de ese mismo sistema cuando el sistema se hunde. Esa ciudadanía de la que nadie se acuerda a la hora de repartir dividendos, pero que es la primera de la que se echa mano cuando el beneficio no es el esperado.

¿Alguien cree que fue la religión la que provocó las cruzadas? ¿O que fue la defensa de la libertad o la integridad territorial de países invadidos u ocupados la que motivó las guerras del siglo XX? Si es así, ¿por qué la comunidad internacional no echa los ingleses de Gibraltar, le devuelven los territorios ocupados en Palestina a sus legítimos propietarios, o entran con firmeza en el Sáhara? Pregúntense quién reconstruye las zonas devastadas tras las guerras, dónde están los mayores yacimientos de recursos, o cuáles son los lugares estratégicos más interesantes, y tendrán muchas de las respuestas. El mercado. Siempre es el mercado. ¿Podría el mercado permitir que una fuente de riqueza quedara en unas manos ajenas? ¿Podría permitir que gobiernos no afines se quedaran con los beneficios de la explotación de los más importantes recursos naturales? Ustedes mismos, pero creo que la respuesta está bastante clara...

El invento no es nada nuevo. Los “hombres sabios” siempre han ideado excusas estupendas para mandar al matadero al resto de hombres que los rodeaban. Religión, derechos de sangre, defensa de la libertad o la democracia, puro altruismo... Mercado; puro mercado. Ese mercado al que le sobra confianza en sí mismo y egoísmo en los momentos de vacas gordas, pero que no duda en venir gimoteando bajo las faldas de papá Estado y mamá Ciudadanía a pedir ser rescatado con inyecciones millonarias en los tiempos de vacas flacas. Se trata siempre de maximizar todo tipo de beneficios y de paso, quitar de en medio a todos los riesgos. ¿Son sabios los “hombres sabios” que controlan el mercado, o no lo son? Si todo marcha viento en popa, el mercado es soberano y se regula a sí mismo. Si hay tormenta, el mercado pliega velas, recoge beneficios, guarda bolsas de plástico repletas bajo las losas de los paraísos fiscales, y pide ayuda y medidas que le den confianza a ese mismo Estado al que antes denostaba. Con beneficios, nadie se acuerda del Estado, pero con riesgos –nada de pérdidas, sólo riesgos- mejor que sea el Estado el que los asuma. Es listo el tal mercado, ¿no?

Así viene siendo más o menos desde que el primer homínido fue consciente de que podía lucrarse con el esfuerzo de un semejante más débil. O desde que Caín mató a Abel por un plato de lentejas, si es usted creyente. Desde entonces poco o nada ha cambiado en este valle de lágrimas, al menos para los mercados y para los “hombres sabios” que los controlan. Si algún presidente o su hermano les tocan las narices o el bolsillo -que para el caso es lo mismo- o algún negro idealista aparece con ideas demasiado peligrosas, le dan jarabe de plomo y a otra cosa. De vez en cuando una guerra apetitosa para vaciar de nuevo los arsenales, volverlos a llenar, desprenderse de algunos miles de ciudadanos jovenzuelos incómodos, y reconstruir lo destruido de nuevo -llenándose de paso los bolsillos otra vez-. ¿Por qué no se hace algo al respecto de lo que está pasando en el Sáhara actualmente, por ejemplo? Tal vez sea porque en el subsuelo del desierto saharaui no hay el mismo oro negro que en el subsuelo del desierto kuwaití, y siendo así, el asunto ya no le interesa a esos mercados que demandan esas acciones que “generen confianza”.

Permítanme un breve pensamiento que casi no tiene nada que ver con todo esto. Digo yo que hablando de expulsar a invasores en tierra ajena en nombre de la libertad, alguien podría llegar hasta Gibraltar y “descubrir” a los invasores que llevan allí desde hace siglos. Que por cierto, son los mismos que invadieron las Malvinas cuando creyeron que había petróleo, y se largaron de allí cuando descubrieron que lo único que había era hambre. Pero qué le vamos a hacer, si resulta que lo que está mal hecho, lo condenable, no son las barbaridades que se desvelan en los documentos de Wikileaks, sino el hecho de que éstos se hayan mostrado a la opinión pública... Tal vez sea que es mucho más barato matar, invadir y pisotear a todo el mundo cuando se hace en nombre del sagrado mercado controlado por los “hombres sabios” que hacerlo en nombre de cualquier idea altruista por muy verdadera que esta sea. De este modo, entenderán que no vea muy claro eso de que sea necesario “dar confianza a los mercados”. Es sin darles confianza, y vaya si se la toman ellos por su cuenta; así que no quiero ni imaginar qué podrían hacer una vez que se la demos toda...

La confianza y los mercados

Josu Gómez Barrutia
Josu Gómez Barrutia
jueves, 9 de diciembre de 2010, 07:56 h (CET)
Confianza a los mercados. Da igual ser neoliberal o progresista –en ésta era de lo políticamente correcto está mal hasta ser de derechas o de izquierdas-. Confianza a los mercados. Parece que esa es la receta adecuada para ésta enfermedad que nos consume desde hace ya demasiado tiempo, la piedra filosofal sobre la que se construirá la alquimia económica mundial, la solución universal para este mundo global que se tambalea sobre sus cimientos virtuales. ¿Y qué hacían los mercados hace sólo tres años, cuando las bolsas crecían –y no me refiero sólo a los parqués- y las cuentas de resultados ofrecían beneficios estratosféricos? No recuerdo que los mercados se afanaran por dar confianza a los gobiernos, ni mucho menos, dar confianza a la pobre ciudadanía de a pie. Sí, a esa ciudadanía pagamentera del sistema cuando las cosas van bien, y salvavidas de ese mismo sistema cuando el sistema se hunde. Esa ciudadanía de la que nadie se acuerda a la hora de repartir dividendos, pero que es la primera de la que se echa mano cuando el beneficio no es el esperado.

¿Alguien cree que fue la religión la que provocó las cruzadas? ¿O que fue la defensa de la libertad o la integridad territorial de países invadidos u ocupados la que motivó las guerras del siglo XX? Si es así, ¿por qué la comunidad internacional no echa los ingleses de Gibraltar, le devuelven los territorios ocupados en Palestina a sus legítimos propietarios, o entran con firmeza en el Sáhara? Pregúntense quién reconstruye las zonas devastadas tras las guerras, dónde están los mayores yacimientos de recursos, o cuáles son los lugares estratégicos más interesantes, y tendrán muchas de las respuestas. El mercado. Siempre es el mercado. ¿Podría el mercado permitir que una fuente de riqueza quedara en unas manos ajenas? ¿Podría permitir que gobiernos no afines se quedaran con los beneficios de la explotación de los más importantes recursos naturales? Ustedes mismos, pero creo que la respuesta está bastante clara...

El invento no es nada nuevo. Los “hombres sabios” siempre han ideado excusas estupendas para mandar al matadero al resto de hombres que los rodeaban. Religión, derechos de sangre, defensa de la libertad o la democracia, puro altruismo... Mercado; puro mercado. Ese mercado al que le sobra confianza en sí mismo y egoísmo en los momentos de vacas gordas, pero que no duda en venir gimoteando bajo las faldas de papá Estado y mamá Ciudadanía a pedir ser rescatado con inyecciones millonarias en los tiempos de vacas flacas. Se trata siempre de maximizar todo tipo de beneficios y de paso, quitar de en medio a todos los riesgos. ¿Son sabios los “hombres sabios” que controlan el mercado, o no lo son? Si todo marcha viento en popa, el mercado es soberano y se regula a sí mismo. Si hay tormenta, el mercado pliega velas, recoge beneficios, guarda bolsas de plástico repletas bajo las losas de los paraísos fiscales, y pide ayuda y medidas que le den confianza a ese mismo Estado al que antes denostaba. Con beneficios, nadie se acuerda del Estado, pero con riesgos –nada de pérdidas, sólo riesgos- mejor que sea el Estado el que los asuma. Es listo el tal mercado, ¿no?

Así viene siendo más o menos desde que el primer homínido fue consciente de que podía lucrarse con el esfuerzo de un semejante más débil. O desde que Caín mató a Abel por un plato de lentejas, si es usted creyente. Desde entonces poco o nada ha cambiado en este valle de lágrimas, al menos para los mercados y para los “hombres sabios” que los controlan. Si algún presidente o su hermano les tocan las narices o el bolsillo -que para el caso es lo mismo- o algún negro idealista aparece con ideas demasiado peligrosas, le dan jarabe de plomo y a otra cosa. De vez en cuando una guerra apetitosa para vaciar de nuevo los arsenales, volverlos a llenar, desprenderse de algunos miles de ciudadanos jovenzuelos incómodos, y reconstruir lo destruido de nuevo -llenándose de paso los bolsillos otra vez-. ¿Por qué no se hace algo al respecto de lo que está pasando en el Sáhara actualmente, por ejemplo? Tal vez sea porque en el subsuelo del desierto saharaui no hay el mismo oro negro que en el subsuelo del desierto kuwaití, y siendo así, el asunto ya no le interesa a esos mercados que demandan esas acciones que “generen confianza”.

Permítanme un breve pensamiento que casi no tiene nada que ver con todo esto. Digo yo que hablando de expulsar a invasores en tierra ajena en nombre de la libertad, alguien podría llegar hasta Gibraltar y “descubrir” a los invasores que llevan allí desde hace siglos. Que por cierto, son los mismos que invadieron las Malvinas cuando creyeron que había petróleo, y se largaron de allí cuando descubrieron que lo único que había era hambre. Pero qué le vamos a hacer, si resulta que lo que está mal hecho, lo condenable, no son las barbaridades que se desvelan en los documentos de Wikileaks, sino el hecho de que éstos se hayan mostrado a la opinión pública... Tal vez sea que es mucho más barato matar, invadir y pisotear a todo el mundo cuando se hace en nombre del sagrado mercado controlado por los “hombres sabios” que hacerlo en nombre de cualquier idea altruista por muy verdadera que esta sea. De este modo, entenderán que no vea muy claro eso de que sea necesario “dar confianza a los mercados”. Es sin darles confianza, y vaya si se la toman ellos por su cuenta; así que no quiero ni imaginar qué podrían hacer una vez que se la demos toda...

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