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Kathleen Parker

El reality show de América: El catastrofismo

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NUEVA YORK - La catástrofe inminente no es una noción fácil de quitarse de la cabeza, y menos aún de soportar. Los estadounidenses además tienen escasa tolerancia al catastrofismo. Somos la nación del optimismo, después de todo. Elegimos electoralmente a los líderes que prometen esperanza y cambio. Somos el brillante faro de la colina.

Pero, ¿qué pasa cuando se va la luz?

No puede pasar.

¿No?

Somos América. La nación más poderosa de la Tierra. La tierra de la abundancia y las oportunidades. El lugar en el que todos los demás quieren vivir. Nosotros somos el sueño.

Pero. Pero. ¿Qué pasa si... pasa?

Como se suele decir, esas cosas les pasan a los demás. Me cuento entre los que desean no ver lo terriblemente evidente. Habiendo llegado a la conclusión de que el peor de los escenarios de que llevamos meses oyendo hablar (y hasta años en el caso de aquellos más enterados) puede hacerse realidad, siento que mi optimismo me abandona.

Oh, pero en realidad no es tan malo, nos decimos. Hemos pasado por momentos difíciles antes. Saldremos adelante. Pero ¿y si realmente lo peor está por venir?

Por desgracia, los hechos no dan mucho trabajo a los optimistas. Si no metemos en cintura las cuentas, pocos de los siniestros escenarios descritos recientemente por los agoreros se considerarán exagerados.

Para sentir la necesidad de adoptar la posición fetal, basta leer el número del 3 de diciembre de Foreign Affairs, en el que Roger Altman, ex secretario del Tesoro en funciones, y Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, describen un futuro casi apocalíptico - a la vuelta de la esquina - si no actuamos ya mismo.

Bueno, hoy puede valer, pero mañana igual no.

Empiece con esto: Dentro de los 10 años, la deuda federal podría alcanzar el 90 por ciento del PIB. No, espere, hasta eso es "demasiado optimista" teniendo en cuenta el pobre ritmo de crecimiento económico, dicen. El informe más reciente del Fondo Monetario Internacional proyecta que la deuda federal podría ser equivalente al PIB en el año 2015.

Las consecuencias de esta proyección son graves, no sólo para el país sino para el extranjero a medida que nuestro peso se vea eclipsado por las naciones en desarrollo. Es una idea difícil de entender, sobre todo por suceder tan rápido en términos históricos. Como apuntan Altman y Haass, la deuda nacional rondaba hace 12 años apenar el 35 por ciento del PIB. Por otra parte, la deuda ha venido contrayéndose hasta el punto que hay quien piensa que se podría extinguir. Con las bajadas tributarias de 2001 y 2003 animando ya a los petulantes de Washington, las guerras en Irak y Afganistán, y la prestación a las recetas medicas del programa Medicare de la tercera edad, alteramos nuestra política fiscal de manera tan significativa que nos enfrentamos a una era de austeridad.

Otros factores incluyen el final a la era George W. Bush de reglamentos que obligan a equilibrar los recortes fiscales con el gasto público. Lo que ha ocurrido no sólo era inevitable, sino predecible. En resumen:

"Los ocho años de gobierno Bush dieron lugar al mayor desgaste fiscal de la historia norteamericana".

Esa es una acusación bastante inequívoca. Añada la crisis financiera y económica que golpeó poco antes de las elecciones de 2008, y listo. O como se diga en chino.

La mayoría de los estadounidenses probablemente imaginen poder capear una profunda recesión. Seamos realistas, podríamos apretarnos un poco el cinturón. Pero, ¿cómo dirigimos un planeta del que ya no somos el garante último de la justicia? Diga lo que quiera de nuestra historia imperfecta, pocos dirán que el mundo estará mejor sin nosotros. Cuando América ya no es capaz de cerrar filas por el bien, las luces de la civilización se apagan. Si usted lo duda, puede poner a prueba la tesis.

La inestabilidad inherente de la mayor economía del mundo que es el mayor deudor del mundo es un problema más allá de lo obvio. No sólo nos veremos limitados en el alcance hasta el que librar guerras necesarias, sino que nuestras limitaciones financieras afectarán a Interior, a la Inteligencia y a la ayuda exterior, según Haass y Altman. Lo más importante, nuestra influencia mundial será cada vez menor.

Haass y Altman ofrecen dos escenarios: uno, nuestro presidente y Congreso ponen en común su reducción del déficit. (El fracaso el viernes de la comisión bipartidista de disciplina fiscal a la hora de reunir los votos necesarios para elevar al Congreso un plan no es un buen augurio). O, dos, los mercados de capital imponen la solución, que probablemente será "desagradable y punitiva".

Sin duda todos preferiremos arreglar las cosas solitos. Pero la solución no será solo producto del optimismo. Serán necesarios sacrificios y, sí, un poco de sufrimiento. La gran fortaleza y voluntad americanas de las que hemos leído tanto en nuestros libros de historia habrán de ser resucitadas.

El presidente de los Estados Unidos tiene que anunciar eso. Ya.

El reality show de América: El catastrofismo

Kathleen Parker
Kathleen Parker
martes, 7 de diciembre de 2010, 09:16 h (CET)
NUEVA YORK - La catástrofe inminente no es una noción fácil de quitarse de la cabeza, y menos aún de soportar. Los estadounidenses además tienen escasa tolerancia al catastrofismo. Somos la nación del optimismo, después de todo. Elegimos electoralmente a los líderes que prometen esperanza y cambio. Somos el brillante faro de la colina.

Pero, ¿qué pasa cuando se va la luz?

No puede pasar.

¿No?

Somos América. La nación más poderosa de la Tierra. La tierra de la abundancia y las oportunidades. El lugar en el que todos los demás quieren vivir. Nosotros somos el sueño.

Pero. Pero. ¿Qué pasa si... pasa?

Como se suele decir, esas cosas les pasan a los demás. Me cuento entre los que desean no ver lo terriblemente evidente. Habiendo llegado a la conclusión de que el peor de los escenarios de que llevamos meses oyendo hablar (y hasta años en el caso de aquellos más enterados) puede hacerse realidad, siento que mi optimismo me abandona.

Oh, pero en realidad no es tan malo, nos decimos. Hemos pasado por momentos difíciles antes. Saldremos adelante. Pero ¿y si realmente lo peor está por venir?

Por desgracia, los hechos no dan mucho trabajo a los optimistas. Si no metemos en cintura las cuentas, pocos de los siniestros escenarios descritos recientemente por los agoreros se considerarán exagerados.

Para sentir la necesidad de adoptar la posición fetal, basta leer el número del 3 de diciembre de Foreign Affairs, en el que Roger Altman, ex secretario del Tesoro en funciones, y Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, describen un futuro casi apocalíptico - a la vuelta de la esquina - si no actuamos ya mismo.

Bueno, hoy puede valer, pero mañana igual no.

Empiece con esto: Dentro de los 10 años, la deuda federal podría alcanzar el 90 por ciento del PIB. No, espere, hasta eso es "demasiado optimista" teniendo en cuenta el pobre ritmo de crecimiento económico, dicen. El informe más reciente del Fondo Monetario Internacional proyecta que la deuda federal podría ser equivalente al PIB en el año 2015.

Las consecuencias de esta proyección son graves, no sólo para el país sino para el extranjero a medida que nuestro peso se vea eclipsado por las naciones en desarrollo. Es una idea difícil de entender, sobre todo por suceder tan rápido en términos históricos. Como apuntan Altman y Haass, la deuda nacional rondaba hace 12 años apenar el 35 por ciento del PIB. Por otra parte, la deuda ha venido contrayéndose hasta el punto que hay quien piensa que se podría extinguir. Con las bajadas tributarias de 2001 y 2003 animando ya a los petulantes de Washington, las guerras en Irak y Afganistán, y la prestación a las recetas medicas del programa Medicare de la tercera edad, alteramos nuestra política fiscal de manera tan significativa que nos enfrentamos a una era de austeridad.

Otros factores incluyen el final a la era George W. Bush de reglamentos que obligan a equilibrar los recortes fiscales con el gasto público. Lo que ha ocurrido no sólo era inevitable, sino predecible. En resumen:

"Los ocho años de gobierno Bush dieron lugar al mayor desgaste fiscal de la historia norteamericana".

Esa es una acusación bastante inequívoca. Añada la crisis financiera y económica que golpeó poco antes de las elecciones de 2008, y listo. O como se diga en chino.

La mayoría de los estadounidenses probablemente imaginen poder capear una profunda recesión. Seamos realistas, podríamos apretarnos un poco el cinturón. Pero, ¿cómo dirigimos un planeta del que ya no somos el garante último de la justicia? Diga lo que quiera de nuestra historia imperfecta, pocos dirán que el mundo estará mejor sin nosotros. Cuando América ya no es capaz de cerrar filas por el bien, las luces de la civilización se apagan. Si usted lo duda, puede poner a prueba la tesis.

La inestabilidad inherente de la mayor economía del mundo que es el mayor deudor del mundo es un problema más allá de lo obvio. No sólo nos veremos limitados en el alcance hasta el que librar guerras necesarias, sino que nuestras limitaciones financieras afectarán a Interior, a la Inteligencia y a la ayuda exterior, según Haass y Altman. Lo más importante, nuestra influencia mundial será cada vez menor.

Haass y Altman ofrecen dos escenarios: uno, nuestro presidente y Congreso ponen en común su reducción del déficit. (El fracaso el viernes de la comisión bipartidista de disciplina fiscal a la hora de reunir los votos necesarios para elevar al Congreso un plan no es un buen augurio). O, dos, los mercados de capital imponen la solución, que probablemente será "desagradable y punitiva".

Sin duda todos preferiremos arreglar las cosas solitos. Pero la solución no será solo producto del optimismo. Serán necesarios sacrificios y, sí, un poco de sufrimiento. La gran fortaleza y voluntad americanas de las que hemos leído tanto en nuestros libros de historia habrán de ser resucitadas.

El presidente de los Estados Unidos tiene que anunciar eso. Ya.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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