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David S. Broder

La caída del Guerrero Feliz

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WASHINGTON - Fue un trance para muchos de nosotros contemplar a Charlie Rangel siendo objeto de la censura de sus colegas en la Cámara de Representantes - no por discrepancias con la medida sino simplemente a causa de quien es.

Durante 40 años o más, la mitad de su vida, Rangel ha sido una fuerza en la Cámara dejando la huella de una personalidad indomable que aúna gran inteligencia, astucia y un maravilloso sentido del humor que se ríe de sí mismo. Verle en horas bajas es muy doloroso.
Es la segunda vez en mi vida de reportero que un caballero del que nos burlamos pero a la vez respetamos con el descriptivo cliché de "el poderoso secretario del Comité de Asignaciones" se provoca su propia ruina. Cuando sucedió con Dan Rostenkowski, el oriundo de Chicago que ocupó la dirección durante la década de los 80 hasta principios de los 90, muchos en la prensa tuvimos la misma sensación de pérdida.
Creo poder decir el motivo. La búsqueda del poder es lo que conduce a la gente a la política, y hay quien lo busca con una hábil determinación difícil de superar. Puede detenerse a verles trabajar, pero parecen no disfrutar -- ni el espectáculo que ofrecen se disfruta. Es una cuestión mortalmente seria, tal recaudación, cual recuento, siempre manipulando el proceso a favor de los Tom DeLay o Nancy Pelosi de este mundo.
Cuando uno de ellos se cae de esa noria se busca quien pueda ser el relevo, pero no se derraman lágrimas.
Lo diferente de Rangel y Rostenkowski fue la soltura con la que explotaron las reglas y la forma en que dejaban saber que, riesgos políticos aparte, para ellos era un juego.
¿Cómo lo dejaban caer? Analizaban sus propias motivaciones con la misma sinceridad desarmante que ponían en sus cálculos de las maniobras de sus colegas.
Recuerdo una conversación con Rosty cuando era secretario de Asignaciones en la que respondió a mi pregunta acerca de las características que valoraba al estampar su sello de aprobación en alguno de los muchos aspirantes a ingresar en la más codiciada de las comisiones de la Cámara.
"Quiero a alguien que ya esté bastante seguro en su escaño", dijo. "No los quiero preocupados constantemente por presiones externas (grupos de interés) ni nacionales (distritos electorales). Prefiero que piensen en lo que aquí en la Cámara se pensará de ellos".
Fue una respuesta tan franca e inesperada que todavía me acuerdo fácilmente. Pero especialmente mientras nos reunimos con regularidad durante la lucha por sacar adelante la infructuosa reforma sanitaria Clinton, Rostenkowski fue igualmente franco con sus motivaciones.
Y siempre disfrutó enormemente del juego del que formaba parte - nunca preocupado por si estaba negociando con el Secretario del tesoro o invitando a sus colegas a última hora de la noche en su restaurante favorito a filete y bourbon.
Rangel es igual, con la dimensión añadida del inconformista de Harlem que se deleita en su capacidad de jugar como cualquiera de su generación o el próximo en confrontar el desafío.
Recuerdo conversaciones con él cuando se dedicaba al que podría haber sido su mayor éxito: ayudar a sacar a Hillary Clinton de las paredes del Ala Este y convertirla en su candidata al Senado por Nueva York.
La cifra de gente decidida a impedir que sucediera eso era altísima, tanto en Washington como en Nueva York. Pero Rangel los conocía a todos y sabía cómo pasar por encima de ellos - por nombramiento o por pretensiones, lo que fuera necesario. Y le encantaba cada minuto de este juego - que jugó con fines altruistas, no para ampliar su propia influencia.

Él y Rosty compartían la misma opinión del juego de clientelismos que se los llevó por delante. Querían las rentas que sus cargos conllevaban. Pero con mayor frecuencia se valieron de ellas para ayudar a otros, y no eran avariciosos. A menudo sólo eran descuidados con los rigores de la nueva era de la política. Ver caer a gente así te hace llorar.

____________________

FE DE ERRATAS: En mi columna del 18 de noviembre, escribí que el congresista Steny Hoyer había desafiado a la congresista Nancy Pelosi por ocupar el principal cargo en la Cámara de Representantes. En realidad, los dos compitieron entre sí en una ocasión por el puesto de coordinador de la oposición, que es el cargo número dos.
© 2010,

La caída del Guerrero Feliz

David S. Broder
David S. Broder
martes, 7 de diciembre de 2010, 09:15 h (CET)
WASHINGTON - Fue un trance para muchos de nosotros contemplar a Charlie Rangel siendo objeto de la censura de sus colegas en la Cámara de Representantes - no por discrepancias con la medida sino simplemente a causa de quien es.

Durante 40 años o más, la mitad de su vida, Rangel ha sido una fuerza en la Cámara dejando la huella de una personalidad indomable que aúna gran inteligencia, astucia y un maravilloso sentido del humor que se ríe de sí mismo. Verle en horas bajas es muy doloroso.
Es la segunda vez en mi vida de reportero que un caballero del que nos burlamos pero a la vez respetamos con el descriptivo cliché de "el poderoso secretario del Comité de Asignaciones" se provoca su propia ruina. Cuando sucedió con Dan Rostenkowski, el oriundo de Chicago que ocupó la dirección durante la década de los 80 hasta principios de los 90, muchos en la prensa tuvimos la misma sensación de pérdida.
Creo poder decir el motivo. La búsqueda del poder es lo que conduce a la gente a la política, y hay quien lo busca con una hábil determinación difícil de superar. Puede detenerse a verles trabajar, pero parecen no disfrutar -- ni el espectáculo que ofrecen se disfruta. Es una cuestión mortalmente seria, tal recaudación, cual recuento, siempre manipulando el proceso a favor de los Tom DeLay o Nancy Pelosi de este mundo.
Cuando uno de ellos se cae de esa noria se busca quien pueda ser el relevo, pero no se derraman lágrimas.
Lo diferente de Rangel y Rostenkowski fue la soltura con la que explotaron las reglas y la forma en que dejaban saber que, riesgos políticos aparte, para ellos era un juego.
¿Cómo lo dejaban caer? Analizaban sus propias motivaciones con la misma sinceridad desarmante que ponían en sus cálculos de las maniobras de sus colegas.
Recuerdo una conversación con Rosty cuando era secretario de Asignaciones en la que respondió a mi pregunta acerca de las características que valoraba al estampar su sello de aprobación en alguno de los muchos aspirantes a ingresar en la más codiciada de las comisiones de la Cámara.
"Quiero a alguien que ya esté bastante seguro en su escaño", dijo. "No los quiero preocupados constantemente por presiones externas (grupos de interés) ni nacionales (distritos electorales). Prefiero que piensen en lo que aquí en la Cámara se pensará de ellos".
Fue una respuesta tan franca e inesperada que todavía me acuerdo fácilmente. Pero especialmente mientras nos reunimos con regularidad durante la lucha por sacar adelante la infructuosa reforma sanitaria Clinton, Rostenkowski fue igualmente franco con sus motivaciones.
Y siempre disfrutó enormemente del juego del que formaba parte - nunca preocupado por si estaba negociando con el Secretario del tesoro o invitando a sus colegas a última hora de la noche en su restaurante favorito a filete y bourbon.
Rangel es igual, con la dimensión añadida del inconformista de Harlem que se deleita en su capacidad de jugar como cualquiera de su generación o el próximo en confrontar el desafío.
Recuerdo conversaciones con él cuando se dedicaba al que podría haber sido su mayor éxito: ayudar a sacar a Hillary Clinton de las paredes del Ala Este y convertirla en su candidata al Senado por Nueva York.
La cifra de gente decidida a impedir que sucediera eso era altísima, tanto en Washington como en Nueva York. Pero Rangel los conocía a todos y sabía cómo pasar por encima de ellos - por nombramiento o por pretensiones, lo que fuera necesario. Y le encantaba cada minuto de este juego - que jugó con fines altruistas, no para ampliar su propia influencia.

Él y Rosty compartían la misma opinión del juego de clientelismos que se los llevó por delante. Querían las rentas que sus cargos conllevaban. Pero con mayor frecuencia se valieron de ellas para ayudar a otros, y no eran avariciosos. A menudo sólo eran descuidados con los rigores de la nueva era de la política. Ver caer a gente así te hace llorar.

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FE DE ERRATAS: En mi columna del 18 de noviembre, escribí que el congresista Steny Hoyer había desafiado a la congresista Nancy Pelosi por ocupar el principal cargo en la Cámara de Representantes. En realidad, los dos compitieron entre sí en una ocasión por el puesto de coordinador de la oposición, que es el cargo número dos.
© 2010,

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