Salvo para aquellas personas que los Servicios de las Misiones Pedagógicas durante la Segunda República sean un tema de cabecera, o aquellos estudiosos del teatro y su teoría, o quizás algún interesado en el V Postulado de Euclides. Salvo ellos, para la otra mayoría, la obra del escritor gallego Rafael Dieste, era una gran desconocida hasta que Roberto Bolaño incluyó en 2666 su “Testamento geométrico”, una de sus postreros ensayos. Y debe ser una mayoría silenciosa, teniendo en cuenta que algunos de sus escritos se encuentran descatalogados y sólo en sus Obras Completas, divididas por géneros, puede uno hallarlos en alguna librería.
Recientemente he tenido la oportunidad de adquirir las farsas que Dieste escribió, como creador y director del Servicio del Teatro de Fantoches, para acercar a los pueblos españoles más desfavorecidos parte de la cultura que las ciudades españolas disfrutaban. Sus fantoches o títeres de guante tuvieron una gran aceptación por parte, no sólo de los niños, sino de todo el público en general. De títulos tan acertados como “La fiera risueña”, “El falso faquir” o “El empresario pierde la cabeza”, se desprende una capacidad analítica de la época, una disección social acertada y comprometida no exenta de humor, lejos de maniqueísmos o florituras. Este Servicio fue integrado por primera vez en la misión gallega que el mismo Dieste encabezó y su éxito fue inmediato. Fue también el diseñador del tablado, los recursos lumínicos y escenográficos, ayudado por Val del Omar, otro visionario y director del Servicio de Cine. Demostró gran creatividad de medios junto a otros misioneros como Ramón Gaya, que dibujó los patrones de los muñecos y pintó los decorados, y Urbano Lugrís y Fernández Mazas. Todos ellos fueron actores bajo el escenario de fantoches. Hay que recordar que en aquellos años España no disfrutaba de unas infraestructuras avanzadas como hoy conocemos. Muy al contrario las carreteras solían convertirse en pistas y éstas en caminos para llegar a algunas poblaciones. Por este hecho el material que los misioneros acarreaban debía ser el imprescindible y de entre todos los Servicios (Biblioteca, Teatro y Coro, Música, Cine, Museo del Pueblo y Fantoches) éste último era uno de los más livianos, fácilmente transportable en una maleta y demandaba poco personal para su manipulación.
Tras la guerra, Dieste se exilió en Argentina donde rescribió “A fiestra valdeira” (La ventana vacía) una de sus obras más emblemáticas junto a “Historias e invenciones de Félix Muriel”, esta última en castellano. Poeta, ensayista, autor teatral, periodista y crítico, regresó en la década de los sesenta a su Rianxo natal donde siguió escribiendo, e ingresó en la década de los setenta en la Real Academia Gallega. Fue un hombre capaz, de gran intuición, que “hizo máscara de toda la escena” y esperemos que su interesante obra se reedite en formato asequible y reciba pronto el reconocimiento que merece.