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Antonio Pérez Omister

Por un plato de lentejas

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España debe abandonar de forma inmediata la UE porque lo que está en juego es su futuro como Nación. Los intereses mercantilistas de un puñado de inversores privados, no pueden prevalecer sobre los del Pueblo español, libre y soberano. Una Nación es mucho más que una zona de libre comercio y circulación de capitales. Una Nación no es una sociedad por acciones con la que se pueda mercadear en los parqués de las bolsas.

Apenas un año después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la Unión Europea ha demostrado ser un fiasco sin paliativos que ha llevado a la quiebra a varios de sus Estados miembros. ¿Dónde están las supuestas ventajas de esa unión económica, política y monetaria? Lo que nos vendieron como una panacea, se ha convertido en un amargo purgante.

Primero se crearon unos problemas para después decir que se tenía la solución a los mismos. Se nos vendió el modelo de economía globalizada como algo espontáneo e irremediable, cuando es algo absolutamente orquestado y perfectamente eludible y remediable. Se nos impuso una inmigración masiva como un fenómeno de evolución demográfica, cuando de lo que se trataba era de abaratar la mano de obra local importándola de los países del Tercer Mundo, ahora llamados eufemísticamente “economías emergentes” para seguir exprimiéndolos dando cumplimiento a la herética liturgia neoliberal.

Asimismo, se nos han impuesto unos patrones de multiculturalidad que lo único que han hecho es sembrar las semillas del antagonismo entre españoles y extranjeros, entre cristianos y musulmanes, entre hombres y mujeres, entre fumadores y no fumadores, entre homosexuales y heterosexuales… Todo esto con un único propósito: barrenar el Estado y diluir el concepto de Nación en España y otros países europeos destinados a convertirse en protectorados de multinacionales y corporaciones financieras anónimas.

La del cambio climático ha sido la excusa perfecta para imponer la desindustrialización y el “crecimiento cero” en nuestro país. En los países a los que se han trasladado muchas de esas fábricas, el concepto “cambio climático” es totalmente desconocido y las medidas que se aplican para evitarlo brillan por su ausencia. No importa, sólo era un pretexto para llevarnos a la indigencia.

Cuanto más empobrecido esté nuestro país, más barato les resultará a los especuladores comprarlo. Nos hemos vendido por un miserable plato de lentejas: unos “fondos de cohesión” que han salido de nuestro propio bolsillo. Simples limosnas a cambio de recortes en nuestra producción ganadera y agrícola en favor de terceros países. Lo que nos daban con una mano, previamente nos lo habían quitado con la otra.

Se nos han vendido unas “nuevas amenazas” para nuestra seguridad que en nada nos afectan: nuestro verdadera amenaza se llama ETA y lleva asesinando cuarenta años en España mientras en Europa y Estados Unidos miraban hacia otro lado y lo calificaban de “asunto doméstico”. En cuanto a Afganistán, Iraq, Irán, Corea de Norte… Están muy lejos, y España jamás ha tenido un altercado con ellos. ¿Por qué hemos de tenerlo ahora?

Nuestro enemigo está aguardando agazapado al otro lado del Estrecho, y no es Marruecos, sino el tirano que lo ha convertido en su hucha particular. Pero seguimos mimando y premiando a ese sátrapa por cada una de sus fechorías, provocaciones e iniquidades. La primera de todas: matar de hambre a su propio pueblo. La segunda: fomentar el odio a España entre los mismos a los que generosamente ha dado cobijo.

Pero no sólo los mediocres políticos que nos han desgobernado en los últimos años son culpables de esta desastrosa situación. Los ciudadanos que nos hemos dejado mangonear por ellos también lo somos. Nos hemos hartado con el rancho de la telebasura, hemos sorbido con fruición el bodrio imbebible del marujeo mientras dejábamos que Los del Río y otros personajes de equiparable talla intelectual nos explicasen las bondades de ese tratado de la Unión Europea que ahora nos está llevando de cabeza a la bancarrota.

Mientras nos desentendíamos cobardemente del futuro de nuestros hijos, futuribles parias en su propia tierra, nos aprendíamos de memoria las cláusulas de rescisión de los millonarios contratos de los futbolistas. Y mientras lo ignorábamos todo de la nueva reforma laboral, nos lanzábamos los lunes ansiosos sobre el Marca para leer lo que ya sabíamos de memoria: que la falta de mengano sobre zutano había sido fuera del área y que, por lo tanto, no era penalti.

Nos hemos dejado narcotizar con la realidad virtual de unas redes sociales tan sectarias como alienantes, donde se pueden compartir todas las memeces imaginables, pero en las que si se habla de algo políticamente incorrecto, se es inmediatamente denunciado y eliminado por alguno de los inquisidores anónimos que se prestan a este juego obsceno de ejercer de delatores.

Existen infinidad de razones y argumentos para calificar la actual situación de España de alarmante. La primera, la manifiesta incompetencia del actual Ejecutivo demostrada palmariamente a lo largo de seis años y medio de majaderías trufadas de sandeces. Un necio megalómano con delirios de grandeza, puede resultar tan peligroso como un lenguaraz demagogo. Y si todas estas “cualidades” se reúnen en un mismo individuo… podemos afirmar que la profecía apocalíptica se ha cumplido y que el Anticristo se ha revelado. Tal como lo anunciaron los falsos profetas del Libre Mercado.

La situación es tan delicada, que no debería descartarse la formación de un Gobierno de Concentración que aglutinase a las principales fuerzas políticas para luchar unidas, y superar esta terrible crisis que amenaza con arrastrarnos a los insondables abismos del subdesarrollo de los que un día emergimos como los trilobites.

El problema es que las actuales formaciones políticas están tan adulteradas, que ya resulta difícil reconocerlas. La izquierda se ha caricaturizado a sí misma frivolizándose y renunciando a la lucha de clases que la inspiró en sus inicios.
La derecha, por su parte, se ha traicionado a sí misma. Ha subastado todos sus principios y valores tradicionales vendiéndolos al mejor postor. Patriotismo y libre mercado son incompatibles. Como también lo es el cristianismo. De ahí la obsesión por erradicarlo. Si se quiere jugar a la pamplina del “tea party” hay que apechugar con el trágala de la multiculturalidad y la “alianza de civilizaciones” porque todo forma parte del mismo paquete de aberraciones y obscenidades.

Si aquellos bravos combatientes españoles que se enfrentaron en la guerra civil de 1936-1939 levantasen la cabeza, sentirían vergüenza de los que se tienen por sus herederos a ambos lados del espectro político. Unos y otros se han convertido en mujerzuelas pintarrajeadas con los coloretes de un europeísmo falaz y maniqueo que sólo pretende convertir España en un inmenso campo de golf de tercera fila, con precios asequibles para que los jubilados del norte de Europa vengan aquí a gozar de una jubilación que la mayoría de españoles ya no disfrutarán. Seremos un país desindustrializado y exclusivamente de servicios. Así es como lo llaman las prostitutas: un “servicio”. España entera se convertirá en un inmenso “resort” donde se ofrecerán toda clase de “servicios”.

Ése es el esperanzador futuro que nos aguarda. Hemos sido estafados por Europa y, encima, le estamos dando las gracias por haberlo hecho. ¿Dónde está nuestra dignidad?

Por un plato de lentejas

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
martes, 7 de diciembre de 2010, 09:43 h (CET)
España debe abandonar de forma inmediata la UE porque lo que está en juego es su futuro como Nación. Los intereses mercantilistas de un puñado de inversores privados, no pueden prevalecer sobre los del Pueblo español, libre y soberano. Una Nación es mucho más que una zona de libre comercio y circulación de capitales. Una Nación no es una sociedad por acciones con la que se pueda mercadear en los parqués de las bolsas.

Apenas un año después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la Unión Europea ha demostrado ser un fiasco sin paliativos que ha llevado a la quiebra a varios de sus Estados miembros. ¿Dónde están las supuestas ventajas de esa unión económica, política y monetaria? Lo que nos vendieron como una panacea, se ha convertido en un amargo purgante.

Primero se crearon unos problemas para después decir que se tenía la solución a los mismos. Se nos vendió el modelo de economía globalizada como algo espontáneo e irremediable, cuando es algo absolutamente orquestado y perfectamente eludible y remediable. Se nos impuso una inmigración masiva como un fenómeno de evolución demográfica, cuando de lo que se trataba era de abaratar la mano de obra local importándola de los países del Tercer Mundo, ahora llamados eufemísticamente “economías emergentes” para seguir exprimiéndolos dando cumplimiento a la herética liturgia neoliberal.

Asimismo, se nos han impuesto unos patrones de multiculturalidad que lo único que han hecho es sembrar las semillas del antagonismo entre españoles y extranjeros, entre cristianos y musulmanes, entre hombres y mujeres, entre fumadores y no fumadores, entre homosexuales y heterosexuales… Todo esto con un único propósito: barrenar el Estado y diluir el concepto de Nación en España y otros países europeos destinados a convertirse en protectorados de multinacionales y corporaciones financieras anónimas.

La del cambio climático ha sido la excusa perfecta para imponer la desindustrialización y el “crecimiento cero” en nuestro país. En los países a los que se han trasladado muchas de esas fábricas, el concepto “cambio climático” es totalmente desconocido y las medidas que se aplican para evitarlo brillan por su ausencia. No importa, sólo era un pretexto para llevarnos a la indigencia.

Cuanto más empobrecido esté nuestro país, más barato les resultará a los especuladores comprarlo. Nos hemos vendido por un miserable plato de lentejas: unos “fondos de cohesión” que han salido de nuestro propio bolsillo. Simples limosnas a cambio de recortes en nuestra producción ganadera y agrícola en favor de terceros países. Lo que nos daban con una mano, previamente nos lo habían quitado con la otra.

Se nos han vendido unas “nuevas amenazas” para nuestra seguridad que en nada nos afectan: nuestro verdadera amenaza se llama ETA y lleva asesinando cuarenta años en España mientras en Europa y Estados Unidos miraban hacia otro lado y lo calificaban de “asunto doméstico”. En cuanto a Afganistán, Iraq, Irán, Corea de Norte… Están muy lejos, y España jamás ha tenido un altercado con ellos. ¿Por qué hemos de tenerlo ahora?

Nuestro enemigo está aguardando agazapado al otro lado del Estrecho, y no es Marruecos, sino el tirano que lo ha convertido en su hucha particular. Pero seguimos mimando y premiando a ese sátrapa por cada una de sus fechorías, provocaciones e iniquidades. La primera de todas: matar de hambre a su propio pueblo. La segunda: fomentar el odio a España entre los mismos a los que generosamente ha dado cobijo.

Pero no sólo los mediocres políticos que nos han desgobernado en los últimos años son culpables de esta desastrosa situación. Los ciudadanos que nos hemos dejado mangonear por ellos también lo somos. Nos hemos hartado con el rancho de la telebasura, hemos sorbido con fruición el bodrio imbebible del marujeo mientras dejábamos que Los del Río y otros personajes de equiparable talla intelectual nos explicasen las bondades de ese tratado de la Unión Europea que ahora nos está llevando de cabeza a la bancarrota.

Mientras nos desentendíamos cobardemente del futuro de nuestros hijos, futuribles parias en su propia tierra, nos aprendíamos de memoria las cláusulas de rescisión de los millonarios contratos de los futbolistas. Y mientras lo ignorábamos todo de la nueva reforma laboral, nos lanzábamos los lunes ansiosos sobre el Marca para leer lo que ya sabíamos de memoria: que la falta de mengano sobre zutano había sido fuera del área y que, por lo tanto, no era penalti.

Nos hemos dejado narcotizar con la realidad virtual de unas redes sociales tan sectarias como alienantes, donde se pueden compartir todas las memeces imaginables, pero en las que si se habla de algo políticamente incorrecto, se es inmediatamente denunciado y eliminado por alguno de los inquisidores anónimos que se prestan a este juego obsceno de ejercer de delatores.

Existen infinidad de razones y argumentos para calificar la actual situación de España de alarmante. La primera, la manifiesta incompetencia del actual Ejecutivo demostrada palmariamente a lo largo de seis años y medio de majaderías trufadas de sandeces. Un necio megalómano con delirios de grandeza, puede resultar tan peligroso como un lenguaraz demagogo. Y si todas estas “cualidades” se reúnen en un mismo individuo… podemos afirmar que la profecía apocalíptica se ha cumplido y que el Anticristo se ha revelado. Tal como lo anunciaron los falsos profetas del Libre Mercado.

La situación es tan delicada, que no debería descartarse la formación de un Gobierno de Concentración que aglutinase a las principales fuerzas políticas para luchar unidas, y superar esta terrible crisis que amenaza con arrastrarnos a los insondables abismos del subdesarrollo de los que un día emergimos como los trilobites.

El problema es que las actuales formaciones políticas están tan adulteradas, que ya resulta difícil reconocerlas. La izquierda se ha caricaturizado a sí misma frivolizándose y renunciando a la lucha de clases que la inspiró en sus inicios.
La derecha, por su parte, se ha traicionado a sí misma. Ha subastado todos sus principios y valores tradicionales vendiéndolos al mejor postor. Patriotismo y libre mercado son incompatibles. Como también lo es el cristianismo. De ahí la obsesión por erradicarlo. Si se quiere jugar a la pamplina del “tea party” hay que apechugar con el trágala de la multiculturalidad y la “alianza de civilizaciones” porque todo forma parte del mismo paquete de aberraciones y obscenidades.

Si aquellos bravos combatientes españoles que se enfrentaron en la guerra civil de 1936-1939 levantasen la cabeza, sentirían vergüenza de los que se tienen por sus herederos a ambos lados del espectro político. Unos y otros se han convertido en mujerzuelas pintarrajeadas con los coloretes de un europeísmo falaz y maniqueo que sólo pretende convertir España en un inmenso campo de golf de tercera fila, con precios asequibles para que los jubilados del norte de Europa vengan aquí a gozar de una jubilación que la mayoría de españoles ya no disfrutarán. Seremos un país desindustrializado y exclusivamente de servicios. Así es como lo llaman las prostitutas: un “servicio”. España entera se convertirá en un inmenso “resort” donde se ofrecerán toda clase de “servicios”.

Ése es el esperanzador futuro que nos aguarda. Hemos sido estafados por Europa y, encima, le estamos dando las gracias por haberlo hecho. ¿Dónde está nuestra dignidad?

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