La última incontinencia verbal teutona, servida como postre a las declaraciones de la canciller Merkel, la tenemos en las recientes baladronadas de un sujeto llamado Josef Schlarmann, presidente de una mefítica asociación conservadora alemana, que recomienda al Gobierno español desprenderse de algunas de sus islas, entre las que aparecen Mallorca y Menorca de forma preferente, para hacer frente al grave problema económico del país. Según este individuo “el Estado español debe desprenderse de forma inmediata de algunas de sus islas para evitar a toda costa caer en la bancarrota, y recurrir a cualquier medida que le permita obtener liquidez”.
La propuesta de este tiparraco puede parecer rocambolesca, y de hecho, lo es, pero lo cierto es que existen precedentes. En 1898, al final de la contienda hispano-norteamericana, España cedió la isla de Guam a Estados Unidos como indemnización por daños de guerra, y vendió las demás islas del Pacífico Sur, los archipiélagos de las Carolinas y las Marianas, a Alemania.
Pero la dignidad, soberanía e integridad territorial de las Naciones no pueden, y no deben, ser canjeadas en los parqués de las Bolsas, ni ser “ese obscuro objeto del deseo” de codiciosos especuladores. Si España quiere poner fin a las maniobras especulativas en su contra, sólo tiene que declarar alto y claro su intención de abandonar la zona euro. Como ya lo hiciera en su día Italia, y más recientemente Portugal. A ver a quién le tiemblan entonces las piernas.
A los palmeros del PP que aplauden a Merkel por orquestar la campaña de acoso especulativo en los mercados bursátiles contra España, me gustaría recordarles el comportamiento soez, propio de un auténtico neonazi, que demostró Joschka Fischer, a la sazón ministro de Exteriores alemán, hacia la ministra Ana Palacio en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuando España y Alemania, como miembros no permanentes, coincidieron en dicho consejo en la época previa a la guerra de Iraq. El mencionado energúmeno se permitió gritarle en público a la ministra española, y amenazó con que su país iba a retirarnos unilateralmente los fondos de cohesión, si España seguía adelante con su apoyo incondicional a Estados Unidos y Reino Unido. Esto sucedió siendo don José María Aznar presidente del Gobierno. Y contó, como no podía ser de otra manera, con la anuencia de la izquierda que, capitaneada por Zapatero y Llamazares, vendió aquellas ofensas contra España, como los ataques de la ‘pacifista’ Alemania contra el Gobierno de Aznar por apoyar las tesis militaristas de Bush y Blair.
Nos mintieron. Lo que Alemania y Francia ocultaron al resto del mundo fue que ya tenían suscritos sendos precontratos con Sadam Hussein para gestionar la distribución del crudo iraquí, tan pronto como Naciones Unidas levantase el embargo comercial que pesaba sobre Iraq desde 1991.
Pasó la guerra de Iraq, estallaron las bombas de Atocha, aquí cambió un Gobierno, y quién sabe si todo un Régimen constitucional, y luego, cuatro días después de todo aquello; alemanes, franceses, británicos y norteamericanos volvieron a ser los amigotes de taberna que siempre han sido, y se repartieron los despojos del martirizado Iraq. Nuestros aliados se convirtieron en enemigos, y nuestros enemigos de antes lo siguieron siendo.
Una vez más, los españoles nos quedamos solos con nuestro dolor... ¡y con nuestros muertos! Solos, divididos y dramáticamente enfrentados. Pero que ese enfrentamiento no nos lleve a cometer nuevos errores. No nos equivoquemos: los alemanes no son amigos nuestros. Nunca lo han sido y jamás lo serán.
No tenemos amigos en Europa. La última prueba de ello ha sido la designación de Rusia y Qatar como sedes de los mundiales de fútbol. De nada nos ha servido apelar a la benignidad de nuestro clima, contar con magníficos campos de fútbol, tener una red hotelera excelente, magníficos medios de transporte, o albergar la mejor liga del mundo. ¡No nos tragan! Dos veces han tumbado la candidatura olímpica de Madrid, con un 80% de las infraestructuras terminadas. La última, para asignársela a una ciudad que recientemente reconquistaba a los narcotraficantes una parte de los terrenos colindantes con lo que será una villa olímpica que, de momento, sólo existe en las maquetas del COI. Y si en 1986 le concedieron a Barcelona la organización de los JJOO de 1992, fue porque nadie la quería entonces, ya que las dos últimas, la de 1980 en Moscú, y la de 1984 en Los Ángeles, fueron dos fenomenales fracasos a causa de los recíprocos boicots políticos entre las dos superpotencias, y ningún país quería arriesgarse a apechugar con otro “olímpico” fiasco económico. Nada más. Ni “amigos para siempre” ni “corazonadas” ni peloteos de Villar ante los testaferros y capitostes de la FIFA. ¿Qué parte de “nos os queremos” es la que aún no hemos entendido?
Que la gestión de Zapatero ha sido desastrosa, lo compartimos muchos. Que lo mejor que puede hacer por España es convocar elecciones y después irse, también. Pero que tan palmarias verdades no nos hagan perder la perspectiva. Las maniobras especulativas contra España en los mercados existen, y muchas han sido orquestadas desde Berlín. El interés está bien a la vista: cuanto más precaria sea nuestra situación, más fácil les será a los inversores extranjeros hacerse con las pocas empresas españolas que aún nos quedan y, de paso, hacerse con el control del Estado. ¿Es bueno esto? Desde luego que no.
Ya sé que apelar al patriotismo está trasnochado. Antes sólo desde la izquierda, pero ahora también desde la derecha. Porque la nueva derecha es, ante todo, liberal. Y ha abrazado ese falso evangelio según el cual “los negocios deben estar por encima de cualquier otra consideración”.
¿Incluida la soberanía de España?