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Ana Rodríguez

El cierre del Chillida-Leku

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Hace algunos años tuve la ocasión de visitar el Museo Chillida-Leku, ubicado en Hernani, con motivo de un pequeño rodaje de una ficción, también pequeña, en la que participé. No estaba entonces demasiado familiarizada con la obra de Chillida, más allá de haber contemplado el imponente Peine de los Vientos, cuyas horquillas modelan, en la mente de los paseantes que se detienen a observarlas, los vientos voraces y espesos que circulan por la bahía de San Sebastián. La visita-rodaje (término que acuño sólo durante este artículo, y con permiso) al Museo, sin embargo, resultó ser una experiencia verdaderamente reveladora, ya que tuve la oportunidad de descubrir la obra de Chillida a través de los ojos de los protagonistas de aquella ficción, en una curiosa confluencia de disciplinas -la escultura y el audiovisual- que establecían en directo un flujo de conceptos y sensibilidades.

Lejos de llevar un guión cerrado y preestablecido, la consigna máxima de aquel rodaje exigía la relación y reacción con el espacio. Los personajes tocaban las obras, se dejaban impregnar por la sensualidad de la materia, jugaban con las formas, los vacíos, los volúmenes y las escalas. El Museo entero se transformaba en la posibilidad de un juego, en la posibilidad de una seducción regida por la pasión latente que allí se respira.

Hoy leo que a partir del 1 de Enero de 2011 el Chillida Leku cierra sus puertas ante la imposibilidad de mantener económicamente un espacio expositivo de estas características. El Gobierno vasco, entre otras instituciones, negocia desde hace tiempo con la familia una solución a esta crisis, proponiendo un “estudio de posibilidades de compartir la propiedad patrimonial”. Por su lado, la familia, que desde la muerte de Chillida gestiona este museo al aire libre, trata de encontrar una solución sin perder la fidelidad a la idea de museo diseñada por Chillida y Belzunce, la esposa de éste.

Sin duda el Chillida-Leku es un lugar muy particular, con una gran personalidad y con un componente de libertad -en el recorrido, en la mirada, en la interacción con la obra- poco habitual, todavía hoy, en los espacios museísticos. Vinculado a los colores y a las texturas de la tierra y proyectado hacia los confines de la imaginación gracias a las obras del escultor diseminadas a lo largo de ese enorme espacio verde, que acoge las inclemencias meteorológicas como bondades del cielo para las superficies oxidadas de las esculturas.

La noticia de su próximo cierre me ha hecho recordar aquel pequeño rodaje y la capacidad de ciertas obras -y en este caso, también espacios- de emanar una atmósfera, una idea, una duda, y su poder para resonar, de forma literal o como eco lejano, en otras obras y en otros trabajos, en un deslizamiento misterioso que va desde la percepción hasta la libre imaginación, atravesando con toda fuerza la emoción.

El cierre del Chillida-Leku

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
viernes, 3 de diciembre de 2010, 08:56 h (CET)
Hace algunos años tuve la ocasión de visitar el Museo Chillida-Leku, ubicado en Hernani, con motivo de un pequeño rodaje de una ficción, también pequeña, en la que participé. No estaba entonces demasiado familiarizada con la obra de Chillida, más allá de haber contemplado el imponente Peine de los Vientos, cuyas horquillas modelan, en la mente de los paseantes que se detienen a observarlas, los vientos voraces y espesos que circulan por la bahía de San Sebastián. La visita-rodaje (término que acuño sólo durante este artículo, y con permiso) al Museo, sin embargo, resultó ser una experiencia verdaderamente reveladora, ya que tuve la oportunidad de descubrir la obra de Chillida a través de los ojos de los protagonistas de aquella ficción, en una curiosa confluencia de disciplinas -la escultura y el audiovisual- que establecían en directo un flujo de conceptos y sensibilidades.

Lejos de llevar un guión cerrado y preestablecido, la consigna máxima de aquel rodaje exigía la relación y reacción con el espacio. Los personajes tocaban las obras, se dejaban impregnar por la sensualidad de la materia, jugaban con las formas, los vacíos, los volúmenes y las escalas. El Museo entero se transformaba en la posibilidad de un juego, en la posibilidad de una seducción regida por la pasión latente que allí se respira.

Hoy leo que a partir del 1 de Enero de 2011 el Chillida Leku cierra sus puertas ante la imposibilidad de mantener económicamente un espacio expositivo de estas características. El Gobierno vasco, entre otras instituciones, negocia desde hace tiempo con la familia una solución a esta crisis, proponiendo un “estudio de posibilidades de compartir la propiedad patrimonial”. Por su lado, la familia, que desde la muerte de Chillida gestiona este museo al aire libre, trata de encontrar una solución sin perder la fidelidad a la idea de museo diseñada por Chillida y Belzunce, la esposa de éste.

Sin duda el Chillida-Leku es un lugar muy particular, con una gran personalidad y con un componente de libertad -en el recorrido, en la mirada, en la interacción con la obra- poco habitual, todavía hoy, en los espacios museísticos. Vinculado a los colores y a las texturas de la tierra y proyectado hacia los confines de la imaginación gracias a las obras del escultor diseminadas a lo largo de ese enorme espacio verde, que acoge las inclemencias meteorológicas como bondades del cielo para las superficies oxidadas de las esculturas.

La noticia de su próximo cierre me ha hecho recordar aquel pequeño rodaje y la capacidad de ciertas obras -y en este caso, también espacios- de emanar una atmósfera, una idea, una duda, y su poder para resonar, de forma literal o como eco lejano, en otras obras y en otros trabajos, en un deslizamiento misterioso que va desde la percepción hasta la libre imaginación, atravesando con toda fuerza la emoción.

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