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Antonio Pérez Omister

José y los sueños del faraón

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En el libro del Génesis (39-41), primero de la Biblia, se cuenta la historia de José, hijo del patriarca Jacob, que después tomó el nombre de Israel. José fue conducido a Egipto como esclavo, y le compró Putifar, visir del faraón, de manos de los mercaderes ismaelitas que lo habían llevado allí para venderlo. Gracias a su laboriosidad, rectitud y honestidad, pronto se ganó la confianza de su amo que lo nombró mayordomo de su casa y administrador de todos sus bienes.

Desgraciadamente, José fue víctima de una calumnia. La esposa de Putifar le acusó de haber intentado forzarla en ausencia de su marido, y fue injustamente encarcelado.

Dos compañeros de calabozo, que habían sido servidores del faraón, le contaron a José unos extraños sueños que habían tenido, y éste los interpretó anunciándoles la pronta salida de la cárcel. A los pocos días ambos fueron liberados. Uno de ellos era el copero del faraón.

Pasó el tiempo y un día avisaron a José diciéndole que el faraón requería su presencia urgentemente porque había tenido un inquietante sueño, y no pudiendo explicarlo ninguno de sus magos, el copero, antiguo compañero de infortunio, se había acordado de José. Luego de haberse aseado convenientemente, le ungieron con aceite, le vistieron con fino lino y José fue conducido al palacio real, donde escuchó el doble sueño del faraón.
No sólo interpretó el significado del sueño a satisfacción del rey, sino que también le aconsejó sabiamente acerca de lo que debía hacer: “Las siete vacas gordas que salían del Nilo y las siete espigas granadas, significaban siete años seguidos de abundantes cosechas. Las siete vacas flacas y las siete espigas sin grano que devoraban a las gordas, significaban otros tantos años de malas cosechas y hambrunas en toda la tierra de Egipto”.

Complacido el rey con la interpretación que José había hecho del sueño, advirtiéndole de las calamidades que se avecinaban, le nombró virrey de Egipto y le puso al frente del gobierno de la nación para que tomase las medidas oportunas para evitar los desastres que se cernían sobre el País del Nilo.
Y ¿qué hizo José entonces? Nacionalizó las cosechas de trigo y las almacenó en los depósitos reales durante los siete años de bonanza. De este modo, poniendo el grano bajo custodia del Estado, evitó que los especuladores lo adquiriesen a bajo precio en épocas de abundancia, para luego revenderlo a precios abusivos en los tiempos de escasez que se avecinaban. El honesto y eficiente José logró evitar así el hambre entre los egipcios y, muy probablemente, las revueltas que se habrían producido, y que el faraón habría tenido que reprimir utilizando a los soldados, con el consiguiente derramamiento de sangre.

Hasta fechas no muy lejanas, el grano estaba considerado como un producto “estratégico”. La moraleja de esta interesante historia bíblica, tan sencilla como aleccionadora, es que para evitar males mayores, determinados bienes y servicios deben estar bajo la tutela del Estado.

Pero aun podemos extraer otra moraleja: Si quienes administran el Estado, no son personas honestas y eficientes, hay que cambiarlas y buscar a otras que sí lo sean. Los siete años de bonanza y “vacas gordas” pasaron hace tiempo. Estamos metidos de lleno en época de “vacas flacas” y no parece que tengamos a ningún “José”, ni siquiera a un “Putifar”, al frente del gobierno para evitar la ruina que se nos viene encima.

José y los sueños del faraón

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
jueves, 2 de diciembre de 2010, 08:10 h (CET)
En el libro del Génesis (39-41), primero de la Biblia, se cuenta la historia de José, hijo del patriarca Jacob, que después tomó el nombre de Israel. José fue conducido a Egipto como esclavo, y le compró Putifar, visir del faraón, de manos de los mercaderes ismaelitas que lo habían llevado allí para venderlo. Gracias a su laboriosidad, rectitud y honestidad, pronto se ganó la confianza de su amo que lo nombró mayordomo de su casa y administrador de todos sus bienes.

Desgraciadamente, José fue víctima de una calumnia. La esposa de Putifar le acusó de haber intentado forzarla en ausencia de su marido, y fue injustamente encarcelado.

Dos compañeros de calabozo, que habían sido servidores del faraón, le contaron a José unos extraños sueños que habían tenido, y éste los interpretó anunciándoles la pronta salida de la cárcel. A los pocos días ambos fueron liberados. Uno de ellos era el copero del faraón.

Pasó el tiempo y un día avisaron a José diciéndole que el faraón requería su presencia urgentemente porque había tenido un inquietante sueño, y no pudiendo explicarlo ninguno de sus magos, el copero, antiguo compañero de infortunio, se había acordado de José. Luego de haberse aseado convenientemente, le ungieron con aceite, le vistieron con fino lino y José fue conducido al palacio real, donde escuchó el doble sueño del faraón.
No sólo interpretó el significado del sueño a satisfacción del rey, sino que también le aconsejó sabiamente acerca de lo que debía hacer: “Las siete vacas gordas que salían del Nilo y las siete espigas granadas, significaban siete años seguidos de abundantes cosechas. Las siete vacas flacas y las siete espigas sin grano que devoraban a las gordas, significaban otros tantos años de malas cosechas y hambrunas en toda la tierra de Egipto”.

Complacido el rey con la interpretación que José había hecho del sueño, advirtiéndole de las calamidades que se avecinaban, le nombró virrey de Egipto y le puso al frente del gobierno de la nación para que tomase las medidas oportunas para evitar los desastres que se cernían sobre el País del Nilo.
Y ¿qué hizo José entonces? Nacionalizó las cosechas de trigo y las almacenó en los depósitos reales durante los siete años de bonanza. De este modo, poniendo el grano bajo custodia del Estado, evitó que los especuladores lo adquiriesen a bajo precio en épocas de abundancia, para luego revenderlo a precios abusivos en los tiempos de escasez que se avecinaban. El honesto y eficiente José logró evitar así el hambre entre los egipcios y, muy probablemente, las revueltas que se habrían producido, y que el faraón habría tenido que reprimir utilizando a los soldados, con el consiguiente derramamiento de sangre.

Hasta fechas no muy lejanas, el grano estaba considerado como un producto “estratégico”. La moraleja de esta interesante historia bíblica, tan sencilla como aleccionadora, es que para evitar males mayores, determinados bienes y servicios deben estar bajo la tutela del Estado.

Pero aun podemos extraer otra moraleja: Si quienes administran el Estado, no son personas honestas y eficientes, hay que cambiarlas y buscar a otras que sí lo sean. Los siete años de bonanza y “vacas gordas” pasaron hace tiempo. Estamos metidos de lleno en época de “vacas flacas” y no parece que tengamos a ningún “José”, ni siquiera a un “Putifar”, al frente del gobierno para evitar la ruina que se nos viene encima.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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