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Beatriz García

Ser un ganador

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Debía ser invierno, porque me acuerdo que temblaba, aunque ahora que lo pienso, quizás fueran los nervios. Cuando me tocó el turno, me acerqué a ella con el libro entre las manos sudadas: “Ana María, ¿puede darle un consejo a una joven escritora?” Me pregunto en qué sótano oscuro estaba mi sentido del ridículo. Seguramente, en el mismo que el de los quince o veinte que me precedieron y le habían preguntado lo mismo. “Escribe, escribe siempre” – contestó la mujer y luego, como espantando una mosca con la mano, añadió -: ¡Y pasa de los premios!” Con cariño, Ana María Matute. Ala, el siguiente.

La semana pasada esta escritora de mirada tierna y dura y cansada y vivida y tantas cosas que se me escapan de unos ojos que abarcan, de un pluma que abarca todavía más, ganó el Premio Cervantes. Y yo me acordé de la frase, porque el Cervantes no es un premio cualquiera, es el merecido aplauso a una vida dedicada a la literatura. Tal vez por eso deberían evitar llamarle “premio”, porque los certámenes literarios ya no tienen el lustre de entonces y hasta las empresas automovilísticas organizan el suyo propio. Ya se sabe que quien gana no es quien más lo merece sino el que mejor se adapta a los intereses del patrón: un relato que encarne el mensaje de la organización, el que mejor lave la cara de la empresa, el relato o el libro del autor que la editorial en cuestión quiera promocionar… Porque en este país, que se parece al pueblo de mi abuela como el Todo a sus partes, Falcones premiado es Falcones recomendado, y Lara vida al Rey.

Que ya lo dijo Don Quijote: “Y si es que son de justicia literaria, procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero a esta cuenta, será el tercero (…)” (cap. XVII Segunda Parte). Igualmente, hace unos años, el crítico García Viñó mostraba su indignación en una entrevista por la moral de chaqueta de algunos columnistas de diario que ajusticiando desde su púlpito las corruptelas políticas de nuestra sociedad, serían capaces de vender a su cuñada para que les publicasen un libro. Quizás Viñó tuviera en mente algún que otro premio Planeta, que es con mucho el galardón de monto más cuantioso - más de 600.000 euros el ‘Gordo’ – y de méritos más oscuros, hediondos, radiactivos.

¿Por qué seguimos participando aún sabiendo de la arbitrariedad de estos concursos? “Hay que ganarse los porotos”, me contesta Sensini, sus palabras en la pluma de Bolaño. Sensini, escritor ‘caza-premios’, envía dos y tres ejemplares del mismo cuento a certámenes diferentes, con el título cambiado y a veces, pudiendo pagar con la poca plata ganada el alquiler de un mes y seguir, seguir escribiendo. “El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo, decía”. Y esto Bolaño lo sabía bien, y también Delibes y Marsé y Sábato, que han criticado con dureza los premios literarios, a los que muchas veces se presentan también, entre los cientos de anónimos con sueños de grandeza, aquellos escritores con nombre que, bajo seudónimo, compiten por pagar una renta más, por preocuparse un mes menos y escribir.

Hay más escuela que talento en estas victorias. De entrada, un profundo estudio de las bases del concurso, el jurado tipo que participa, el objetivo empresarial/institucional latente o ‘subterráneo’ – como el valor literario de Pasión Romana de María de la Pau Janer (premio Planeta 2005)... Y esto uno lo aprende a ‘ostias’, como casi todo. Así me quejaba a mi viejo profesor porque habiendo participado ya unas cuantas veces en un conocido certamen de relatos que giraba en torno al barrio chino barcelonés, sólo había cosechado fracasos. ¿Cuál es mi problema para que nunca gane nada? – le decía. Y a él que se le ocurrió preguntar cuál era el argumento de mis dos cuentos. “La historia de una prostituta y la de dos pintores pobres con sida”, le contesté yo. Y al hombre le dio un ataque de risa y luego de hipar hasta ponerse azul, me respondió: “¿Y por qué no mandas otro sobre unos burgueses malos que exterminan mendigos? A los organizadores del concurso les encantará…”.

Amañados o no, oscuros como una elecciones locales o transparentes como… (¡Qué pocos símiles de pureza nos quedan!), yo seguiré participando. Y si es que un día gano, haré como mi querida Dorothy Parker, agradecer el premio dos veces, que a estas ocasiones las pintas calvas y a las botellas, vacías. Chin-chin, amigo Sensini.

Ser un ganador

Beatriz García
Beatriz García
martes, 30 de noviembre de 2010, 09:33 h (CET)
Debía ser invierno, porque me acuerdo que temblaba, aunque ahora que lo pienso, quizás fueran los nervios. Cuando me tocó el turno, me acerqué a ella con el libro entre las manos sudadas: “Ana María, ¿puede darle un consejo a una joven escritora?” Me pregunto en qué sótano oscuro estaba mi sentido del ridículo. Seguramente, en el mismo que el de los quince o veinte que me precedieron y le habían preguntado lo mismo. “Escribe, escribe siempre” – contestó la mujer y luego, como espantando una mosca con la mano, añadió -: ¡Y pasa de los premios!” Con cariño, Ana María Matute. Ala, el siguiente.

La semana pasada esta escritora de mirada tierna y dura y cansada y vivida y tantas cosas que se me escapan de unos ojos que abarcan, de un pluma que abarca todavía más, ganó el Premio Cervantes. Y yo me acordé de la frase, porque el Cervantes no es un premio cualquiera, es el merecido aplauso a una vida dedicada a la literatura. Tal vez por eso deberían evitar llamarle “premio”, porque los certámenes literarios ya no tienen el lustre de entonces y hasta las empresas automovilísticas organizan el suyo propio. Ya se sabe que quien gana no es quien más lo merece sino el que mejor se adapta a los intereses del patrón: un relato que encarne el mensaje de la organización, el que mejor lave la cara de la empresa, el relato o el libro del autor que la editorial en cuestión quiera promocionar… Porque en este país, que se parece al pueblo de mi abuela como el Todo a sus partes, Falcones premiado es Falcones recomendado, y Lara vida al Rey.

Que ya lo dijo Don Quijote: “Y si es que son de justicia literaria, procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero a esta cuenta, será el tercero (…)” (cap. XVII Segunda Parte). Igualmente, hace unos años, el crítico García Viñó mostraba su indignación en una entrevista por la moral de chaqueta de algunos columnistas de diario que ajusticiando desde su púlpito las corruptelas políticas de nuestra sociedad, serían capaces de vender a su cuñada para que les publicasen un libro. Quizás Viñó tuviera en mente algún que otro premio Planeta, que es con mucho el galardón de monto más cuantioso - más de 600.000 euros el ‘Gordo’ – y de méritos más oscuros, hediondos, radiactivos.

¿Por qué seguimos participando aún sabiendo de la arbitrariedad de estos concursos? “Hay que ganarse los porotos”, me contesta Sensini, sus palabras en la pluma de Bolaño. Sensini, escritor ‘caza-premios’, envía dos y tres ejemplares del mismo cuento a certámenes diferentes, con el título cambiado y a veces, pudiendo pagar con la poca plata ganada el alquiler de un mes y seguir, seguir escribiendo. “El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo, decía”. Y esto Bolaño lo sabía bien, y también Delibes y Marsé y Sábato, que han criticado con dureza los premios literarios, a los que muchas veces se presentan también, entre los cientos de anónimos con sueños de grandeza, aquellos escritores con nombre que, bajo seudónimo, compiten por pagar una renta más, por preocuparse un mes menos y escribir.

Hay más escuela que talento en estas victorias. De entrada, un profundo estudio de las bases del concurso, el jurado tipo que participa, el objetivo empresarial/institucional latente o ‘subterráneo’ – como el valor literario de Pasión Romana de María de la Pau Janer (premio Planeta 2005)... Y esto uno lo aprende a ‘ostias’, como casi todo. Así me quejaba a mi viejo profesor porque habiendo participado ya unas cuantas veces en un conocido certamen de relatos que giraba en torno al barrio chino barcelonés, sólo había cosechado fracasos. ¿Cuál es mi problema para que nunca gane nada? – le decía. Y a él que se le ocurrió preguntar cuál era el argumento de mis dos cuentos. “La historia de una prostituta y la de dos pintores pobres con sida”, le contesté yo. Y al hombre le dio un ataque de risa y luego de hipar hasta ponerse azul, me respondió: “¿Y por qué no mandas otro sobre unos burgueses malos que exterminan mendigos? A los organizadores del concurso les encantará…”.

Amañados o no, oscuros como una elecciones locales o transparentes como… (¡Qué pocos símiles de pureza nos quedan!), yo seguiré participando. Y si es que un día gano, haré como mi querida Dorothy Parker, agradecer el premio dos veces, que a estas ocasiones las pintas calvas y a las botellas, vacías. Chin-chin, amigo Sensini.

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