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Luis López

Lengua por un día

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Las veintidós academias que dan lustre y esplendor al español anunciaron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, que las filtraciones de cambio ortográfico que partieron de San Millán de la Cogolla hace escasas semanas, se quedan en recomendaciones de uso y no en norma, como pareció apuntarse en algún instante. Así la be seguirá siendo la be, la y griega no se convierte en ye, ni sólo pierde su tilde independientemente del contexto, entre otras. Todo permanece como estaba, donde estaba. En aquellos países que lo habitual es desmarcar la be en be alta y la uve en be baja, se podrá seguir haciendo, pero no será obligatorio para todos los hablantes. Se cierra así el círculo de declaraciones, algunas más contestatarias que otras, que reaccionaron vehementemente ante lo que consideraban un despropósito que atentaba contra ellos mismos: unir en un criterio la disparidad de uso y tradición del español en la era de las comunicaciones.

La insurgencia de la bandera nacionalista del idioma demuestra hasta qué punto está ligado a la identidad comunitaria. La resistencia al cambio golpea en la línea de flotación de la esencia común e impele al usuario a tomar cartas en el asunto. Es molesta la permutación porque, entre otros motivos, es trabajoso acostumbrarse a nuevos hábitos cuando los adquiridos están tan marcados que ya se consideran automatismos. Y porque existe cierta libertad en la interpretación de un texto que siempre garantiza polémica, cuando no animada tertulia. La ambigüedad recupera su status como prima donna del concierto ortográfico. Seguirá marcando la pauta. Y también otro motivo es que la solución planteada por algunos académicos no se considera mejor que el arbitrio existente. Así que recomendación pero no obligación.

Es provechoso que se debata acerca de la lengua. La discusión constructiva fortalece los cimientos de la unidad heterogénea. Pone de relieve el valor que para la sociedad formada por más de cuatrocientos millones de hablantes tiene cualquier modificación ortográfica, especialmente para los escritores y periodistas a los que toca de forma directa su herramienta de trabajo. En un momento de crisis como el actual se ha vuelto a poner de manifiesto que un intangible en los presupuestos generales de un estado, que no cotiza en bolsa, ni arroja dividendos directos, puede ser tema de portada al menos durante un día, destacando su vigencia e importancia como demanda informativa por parte del público. Nos importa qué se habla y también cómo se habla. El fondo y la forma. Pocos asuntos pueden entorpecer los demoledores mecanismos del declive económico aunque sólo sea por un día.

Quizás el momento para abrir el debate no haya sido el más propicio dada la vorágine de acontecimientos preocupantes que nos domina. O quizás el momento preciso sí haya sido éste, pues en situación de zozobra estatal el español ha demostrado su fuerza en la disparidad de criterios. Es capaz de respirar por distintos poros atlánticos y pacíficos manteniendo el rumbo de la supervivencia, gracias a las diversas voces que acentúan y deletrean su vigor y sus carencias a su manera. Toda la entereza que el idioma ha demostrado para abrir y zanjar un debate, le falta a la clase dirigente para gobernar el timón de la política lingüística, estrategia de la que ha carecido la lengua española, viva más por instinto que por interés. Ha sido un ejemplo en el momento adecuado. Se puede despeñar el ibex 35, las hipotecas basura pueden atufar todas las cajas de ahorros, el desempleo puede ensombrecer cualquier atisbo de recuperación. Pero el debate sobre la ortografía española como el mundial de fútbol siempre llega en buen momento.

Lengua por un día

Luis López
Luis López
martes, 30 de noviembre de 2010, 09:09 h (CET)
Las veintidós academias que dan lustre y esplendor al español anunciaron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, que las filtraciones de cambio ortográfico que partieron de San Millán de la Cogolla hace escasas semanas, se quedan en recomendaciones de uso y no en norma, como pareció apuntarse en algún instante. Así la be seguirá siendo la be, la y griega no se convierte en ye, ni sólo pierde su tilde independientemente del contexto, entre otras. Todo permanece como estaba, donde estaba. En aquellos países que lo habitual es desmarcar la be en be alta y la uve en be baja, se podrá seguir haciendo, pero no será obligatorio para todos los hablantes. Se cierra así el círculo de declaraciones, algunas más contestatarias que otras, que reaccionaron vehementemente ante lo que consideraban un despropósito que atentaba contra ellos mismos: unir en un criterio la disparidad de uso y tradición del español en la era de las comunicaciones.

La insurgencia de la bandera nacionalista del idioma demuestra hasta qué punto está ligado a la identidad comunitaria. La resistencia al cambio golpea en la línea de flotación de la esencia común e impele al usuario a tomar cartas en el asunto. Es molesta la permutación porque, entre otros motivos, es trabajoso acostumbrarse a nuevos hábitos cuando los adquiridos están tan marcados que ya se consideran automatismos. Y porque existe cierta libertad en la interpretación de un texto que siempre garantiza polémica, cuando no animada tertulia. La ambigüedad recupera su status como prima donna del concierto ortográfico. Seguirá marcando la pauta. Y también otro motivo es que la solución planteada por algunos académicos no se considera mejor que el arbitrio existente. Así que recomendación pero no obligación.

Es provechoso que se debata acerca de la lengua. La discusión constructiva fortalece los cimientos de la unidad heterogénea. Pone de relieve el valor que para la sociedad formada por más de cuatrocientos millones de hablantes tiene cualquier modificación ortográfica, especialmente para los escritores y periodistas a los que toca de forma directa su herramienta de trabajo. En un momento de crisis como el actual se ha vuelto a poner de manifiesto que un intangible en los presupuestos generales de un estado, que no cotiza en bolsa, ni arroja dividendos directos, puede ser tema de portada al menos durante un día, destacando su vigencia e importancia como demanda informativa por parte del público. Nos importa qué se habla y también cómo se habla. El fondo y la forma. Pocos asuntos pueden entorpecer los demoledores mecanismos del declive económico aunque sólo sea por un día.

Quizás el momento para abrir el debate no haya sido el más propicio dada la vorágine de acontecimientos preocupantes que nos domina. O quizás el momento preciso sí haya sido éste, pues en situación de zozobra estatal el español ha demostrado su fuerza en la disparidad de criterios. Es capaz de respirar por distintos poros atlánticos y pacíficos manteniendo el rumbo de la supervivencia, gracias a las diversas voces que acentúan y deletrean su vigor y sus carencias a su manera. Toda la entereza que el idioma ha demostrado para abrir y zanjar un debate, le falta a la clase dirigente para gobernar el timón de la política lingüística, estrategia de la que ha carecido la lengua española, viva más por instinto que por interés. Ha sido un ejemplo en el momento adecuado. Se puede despeñar el ibex 35, las hipotecas basura pueden atufar todas las cajas de ahorros, el desempleo puede ensombrecer cualquier atisbo de recuperación. Pero el debate sobre la ortografía española como el mundial de fútbol siempre llega en buen momento.

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