Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | La delgada línea roja
Antonio Pérez Omister

Del 'American Dream' a la 'Pesadilla en Wall Street'

|

Según los teóricos del libre mercado, éste se mueve impelido por sus propios resortes y mecanismos, sin necesidad de que intervenga el Estado en la economía. Pero lo que acabamos de ver, tras la bancarrota de Irlanda, y la campaña de acoso y derribo contra España, es que esto no es así del todo. Si el Estado no interviene, lo hacen los especuladores. Recientemente, los mismos que exigen la ‘no intervención’ del Estado en sus negocios, han corrido histéricos a pedir que éste les ‘rescatase’ cuando sus bancos y aseguradoras se han ido al traste como consecuencia de las mismas maniobras desleales que ahora, a gran escala, los especuladores internacionales han desencadenado contra varios Estados soberanos.

Pero ¿por qué hay que entregar dinero público a la banca? A fin de cuentas, se trata de empresas privadas que no reparten beneficios con los contribuyentes. Si hay que intervenir los bancos para asegurar su solvencia, ¿no sería más lógico nacionalizarlos definitivamente?

Tras la finalización de la Primera Guerra Mundial en 1918, y la Gran Depresión de entreguerras, llegó Keynes. El economista inglés, tan citado, evocado y añorado como poco leído, partía de una educación y unos planteamientos clásicos. De hecho, fue alumno de Pigou y, sobre todo, de Marshall. Él no era un revolucionario al uso, ni pensaba que el capitalismo fuera inviable o inaceptable. John Maynard Keynes creía que el mercado no siempre funcionaba satisfactoriamente y que, cuando fallaba, era necesario que el Estado acudiese a solventar los problemas. Asimismo, Keynes creía en la redistribución de la riqueza, con el Estado como actor principal, pero sin desempeñar el papel de protagonista.

Y ése fue el modelo de economía híbrida, social y de mercado, que imperó desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, y que prácticamente se mantuvo vigente hasta que, a principios de los años ochenta, la señora Thatcher y el señor Reagan empezaron a barrenar sus cimientos. Este sistema keynesiano era el que tenían la mayoría de los países de Europa, incluida España, y que se conoce como de economías mixtas.

Una mezcla entre Estado y Mercado cuya proporción varía en función de la coyuntura internacional. Un sistema que, si bien no era perfecto –nada lo es-, funcionó y aportó, sobre todo a la vieja y martirizada Europa, una época de paz y prosperidad que jamás había conocido. Desde 1945 a 1973 hubo más Estado. Fue la época de los neokeynesianos, del triunfo de Paul Samuelson y su ‘Economics’, el manual más vendido de la historia. Los años del ‘American Dream’, de los ‘Milagros’ japonés y alemán, y, en resumen, de más crecimiento en las economías de todo el mundo. Pero, después de la primera crisis del petróleo en 1973, el Estado perdió súbitamente su aura. Ya no era infalible. Se acabó la bonanza y los demagogos neoliberales anglosajones, aprovecharon la ocasión para meter baza. Había que volver a los viejos patrones decimonónicos de acumulación de riqueza, los mismos que nos habían llevado a las dos guerras mundiales, a la Gran Depresión y al triunfo de los totalitarismos.

Con la actual crisis financiera y económica, se oyen voces sensatas que piden la vuelta a la Regulación y el fin del Consenso de Washington. Según este consenso alcanzado en 1990, en vísperas de la desintegración de la Unión Soviética, el gran antagonista del modelo capitalista clásico, se tenía que reducir al máximo la intervención estatal en materia económica y social, defendiendo el Libre Mercado como mejor garante del equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país, salvo ante la presencia de los denominados ‘fallos del mercado’. Situación en la que, precisamente, nos encontramos en este momento. Ahora, diagnosticado el problema, se trata de ser lo suficientemente honestos, valientes e inteligentes, para admitir que hemos estado caminado por una senda equivocada, y desandar una parte del camino.

Desgraciadamente, se han perdido ya dos años valiosísimos. En la Cumbre del G-20 celebrada en Washington en noviembre de 2008, dos meses después de estallar la crisis financiera con la quiebra del Lehman Brothers, el todavía presidente de los EEUU, George W. Bush, pidió que no se abandonase el actual sistema económico y financiero «por unas semanas de crisis». El problema es que las ‘semanas’ se han convertido en dos años, y todo hace pensar que los años pueden llegar a convertirse en lustros, como sucedió en los años treinta del pasado siglo. Por eso mismo, los partidarios del sistema híbrido de Economía de Estado y de Mercado, abogan de nuevo por un Estado fuerte que cuide de lo social, mientras el mercado lo hace de lo económico. ¿Qué tuvo de malo ese sistema?

Fue el que se estableció en Bretton Woods en 1944, todavía en plena guerra mundial, y que se inspiraba en las sabias y racionales teorías económicas de John M. Keynes: la economía mixta como paradigma de la regulación y la intervención. Una combinación ideal de socialismo y capitalismo que funcionó de maravilla en el pasado en Estados Unidos y en Europa, incluida la ultraconservadora España del general Franco quien, en absoluto, era sospechoso de ser socialista.

Seguramente, los de más edad todavía se acordarán del INI (Instituto Nacional de Industria) el gran motor industrial que aglutinaba a las empresas estratégicas, que a su vez tiraban de las medianas y pequeñas (PYMES). En pocos años (1965-1975) España salió del subdesarrollo endémico que arrastraba, y la tasa de desempleo se redujo considerablemente. Desde luego, estaba muy por debajo del actual 20% y, en los años sesenta, se desarrolló todo el programa de protección social que, con escasas mejoras, aún sigue vigente. Incluido el actual sistema de pensiones. Aunque no sabemos por cuánto tiempo.

La reunión que Zapatero prepara con 30 grandes empresarios ha sido recibida sin entusiasmo y pocos creen que vaya a servir para algo. Es la enésima escenificación de la impotencia de un presidente derrotado y de un proyecto agotado. Suponiendo que dicho ‘proyecto’ haya existido. La reunión ha sido organizada después de conocerse la existencia de un demoledor informe entregado por los principales empresarios al rey. Y en este hecho, tan significativo, se conjuga un gesto cargado de simbolismo que no debe pasar inadvertido. ¡La situación es desesperada!

En los países con tradición monárquica y parlamentaria, y España es uno de ellos (con sus correspondientes paréntesis), apelar al rey significa que se dan todas las circunstancias para calificar una situación de dramática. Y la que está atravesando España, lo es. No tanto por la situación económica y financiera, que es un problema coyuntural que la propia Unión Europea ha generado y trasladado a algunos de sus países miembros, y que se puede remontar con un Gobierno sólido y eficiente. Lo que convierte en dramática la actual situación de España es que el presidente Zapatero siga negando que existe una crisis, y que se empeñe en agotar una legislatura que ya está agotada. Él es el problema, no la solución. Su tiempo pasó con más pena que gloria, y ahora, lo único que le resta por hacer a Zapatero es irse. Irse para no volver nunca más. La historia le juzgará y le colocará en el lugar que le corresponde. Probablemente, en un discreto rincón de la memoria histórica. Y si tiene suerte, como en otras ocasiones, alguien le prestará una silla.

Del 'American Dream' a la 'Pesadilla en Wall Street'

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
lunes, 29 de noviembre de 2010, 08:01 h (CET)
Según los teóricos del libre mercado, éste se mueve impelido por sus propios resortes y mecanismos, sin necesidad de que intervenga el Estado en la economía. Pero lo que acabamos de ver, tras la bancarrota de Irlanda, y la campaña de acoso y derribo contra España, es que esto no es así del todo. Si el Estado no interviene, lo hacen los especuladores. Recientemente, los mismos que exigen la ‘no intervención’ del Estado en sus negocios, han corrido histéricos a pedir que éste les ‘rescatase’ cuando sus bancos y aseguradoras se han ido al traste como consecuencia de las mismas maniobras desleales que ahora, a gran escala, los especuladores internacionales han desencadenado contra varios Estados soberanos.

Pero ¿por qué hay que entregar dinero público a la banca? A fin de cuentas, se trata de empresas privadas que no reparten beneficios con los contribuyentes. Si hay que intervenir los bancos para asegurar su solvencia, ¿no sería más lógico nacionalizarlos definitivamente?

Tras la finalización de la Primera Guerra Mundial en 1918, y la Gran Depresión de entreguerras, llegó Keynes. El economista inglés, tan citado, evocado y añorado como poco leído, partía de una educación y unos planteamientos clásicos. De hecho, fue alumno de Pigou y, sobre todo, de Marshall. Él no era un revolucionario al uso, ni pensaba que el capitalismo fuera inviable o inaceptable. John Maynard Keynes creía que el mercado no siempre funcionaba satisfactoriamente y que, cuando fallaba, era necesario que el Estado acudiese a solventar los problemas. Asimismo, Keynes creía en la redistribución de la riqueza, con el Estado como actor principal, pero sin desempeñar el papel de protagonista.

Y ése fue el modelo de economía híbrida, social y de mercado, que imperó desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, y que prácticamente se mantuvo vigente hasta que, a principios de los años ochenta, la señora Thatcher y el señor Reagan empezaron a barrenar sus cimientos. Este sistema keynesiano era el que tenían la mayoría de los países de Europa, incluida España, y que se conoce como de economías mixtas.

Una mezcla entre Estado y Mercado cuya proporción varía en función de la coyuntura internacional. Un sistema que, si bien no era perfecto –nada lo es-, funcionó y aportó, sobre todo a la vieja y martirizada Europa, una época de paz y prosperidad que jamás había conocido. Desde 1945 a 1973 hubo más Estado. Fue la época de los neokeynesianos, del triunfo de Paul Samuelson y su ‘Economics’, el manual más vendido de la historia. Los años del ‘American Dream’, de los ‘Milagros’ japonés y alemán, y, en resumen, de más crecimiento en las economías de todo el mundo. Pero, después de la primera crisis del petróleo en 1973, el Estado perdió súbitamente su aura. Ya no era infalible. Se acabó la bonanza y los demagogos neoliberales anglosajones, aprovecharon la ocasión para meter baza. Había que volver a los viejos patrones decimonónicos de acumulación de riqueza, los mismos que nos habían llevado a las dos guerras mundiales, a la Gran Depresión y al triunfo de los totalitarismos.

Con la actual crisis financiera y económica, se oyen voces sensatas que piden la vuelta a la Regulación y el fin del Consenso de Washington. Según este consenso alcanzado en 1990, en vísperas de la desintegración de la Unión Soviética, el gran antagonista del modelo capitalista clásico, se tenía que reducir al máximo la intervención estatal en materia económica y social, defendiendo el Libre Mercado como mejor garante del equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país, salvo ante la presencia de los denominados ‘fallos del mercado’. Situación en la que, precisamente, nos encontramos en este momento. Ahora, diagnosticado el problema, se trata de ser lo suficientemente honestos, valientes e inteligentes, para admitir que hemos estado caminado por una senda equivocada, y desandar una parte del camino.

Desgraciadamente, se han perdido ya dos años valiosísimos. En la Cumbre del G-20 celebrada en Washington en noviembre de 2008, dos meses después de estallar la crisis financiera con la quiebra del Lehman Brothers, el todavía presidente de los EEUU, George W. Bush, pidió que no se abandonase el actual sistema económico y financiero «por unas semanas de crisis». El problema es que las ‘semanas’ se han convertido en dos años, y todo hace pensar que los años pueden llegar a convertirse en lustros, como sucedió en los años treinta del pasado siglo. Por eso mismo, los partidarios del sistema híbrido de Economía de Estado y de Mercado, abogan de nuevo por un Estado fuerte que cuide de lo social, mientras el mercado lo hace de lo económico. ¿Qué tuvo de malo ese sistema?

Fue el que se estableció en Bretton Woods en 1944, todavía en plena guerra mundial, y que se inspiraba en las sabias y racionales teorías económicas de John M. Keynes: la economía mixta como paradigma de la regulación y la intervención. Una combinación ideal de socialismo y capitalismo que funcionó de maravilla en el pasado en Estados Unidos y en Europa, incluida la ultraconservadora España del general Franco quien, en absoluto, era sospechoso de ser socialista.

Seguramente, los de más edad todavía se acordarán del INI (Instituto Nacional de Industria) el gran motor industrial que aglutinaba a las empresas estratégicas, que a su vez tiraban de las medianas y pequeñas (PYMES). En pocos años (1965-1975) España salió del subdesarrollo endémico que arrastraba, y la tasa de desempleo se redujo considerablemente. Desde luego, estaba muy por debajo del actual 20% y, en los años sesenta, se desarrolló todo el programa de protección social que, con escasas mejoras, aún sigue vigente. Incluido el actual sistema de pensiones. Aunque no sabemos por cuánto tiempo.

La reunión que Zapatero prepara con 30 grandes empresarios ha sido recibida sin entusiasmo y pocos creen que vaya a servir para algo. Es la enésima escenificación de la impotencia de un presidente derrotado y de un proyecto agotado. Suponiendo que dicho ‘proyecto’ haya existido. La reunión ha sido organizada después de conocerse la existencia de un demoledor informe entregado por los principales empresarios al rey. Y en este hecho, tan significativo, se conjuga un gesto cargado de simbolismo que no debe pasar inadvertido. ¡La situación es desesperada!

En los países con tradición monárquica y parlamentaria, y España es uno de ellos (con sus correspondientes paréntesis), apelar al rey significa que se dan todas las circunstancias para calificar una situación de dramática. Y la que está atravesando España, lo es. No tanto por la situación económica y financiera, que es un problema coyuntural que la propia Unión Europea ha generado y trasladado a algunos de sus países miembros, y que se puede remontar con un Gobierno sólido y eficiente. Lo que convierte en dramática la actual situación de España es que el presidente Zapatero siga negando que existe una crisis, y que se empeñe en agotar una legislatura que ya está agotada. Él es el problema, no la solución. Su tiempo pasó con más pena que gloria, y ahora, lo único que le resta por hacer a Zapatero es irse. Irse para no volver nunca más. La historia le juzgará y le colocará en el lugar que le corresponde. Probablemente, en un discreto rincón de la memoria histórica. Y si tiene suerte, como en otras ocasiones, alguien le prestará una silla.

Noticias relacionadas

Un 23 de abril de 1934, según el diario El Mundo de Buenos Aires, la Sociedad de las Naciones había desmentido actos de canibalismo en las tropas bolivianas que combatían en el Chaco. El New York Times había publicado trascendidos que circulaban en La Paz, dando cuenta de que nativos del Chaco, sin ningún respeto,  habían matado y devorado a oficiales bolivianos, en protesta por el reclutamiento forzozo de los pueblos originarios.

Tenemos un país donde miles de personas votan a asesinos. Algo no está bien. Adoctrinados en el odio a España, desde pequeños, votan. El problema es que representan el 0,7% pero influyen en España al 100%. Poco que hacer. Puede ir a peor. Aficiones y aflicciones del personal de allí, allá o acullá; y el de aquí. Por lo que hay y pueda ocurrir, el resultado importa. En el País Vasco sobre todo, también en el resto de España y en la UE.

Las  conductas de riesgo son aquellos comportamientos que implican un efecto placentero inmediato pero carecen de una valoración de las consecuencias posteriores. Es preciso comprender que son los mecanismos cognitivos los que guían al adolescente y joven a la asunción de conductas de riesgo.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto