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Noelia Vera

El ojo que todo lo ve

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¡Qué arma tan poderosa es el cine informativo! ¡Cuántas conciencias puede mover! ¡A cuántos puede manipular! Desde sus orígenes la gran pantalla fue considerada como uno de los instrumentos más eficaces para generar credibilidad y favorecer la empatía emocional. Hasta nuestros días, cuando se está llevando a cabo en Madrid la primera muestra de cine palestino en España, estas premisas se mantienen muy presentes para todos los gobiernos y realizadores universales. El contrapunto: la censura. Aún existen países en conflicto donde la conciencia sobre la potencia cinematográfica es tal, que el silencio ideológico impuesto y las trabas artísticas son aún mayores.

El cine en Palestina se encuentra en fase colonial, con todo lo que ello conlleva. La opresión cultural es evidente y la falta de presupuesto destinado al arte aún lo es más. En Madrid, mientras tanto, se proyectarán hasta el martes que viene 54 películas dedicadas a este rincón del mundo y con el que en España simpatizamos tanto. El objetivo, ofrecer nuevas perspectivas desde las cuales los hispano hablantes podamos conocer su historia, su riqueza y, obviamente, su basura. Se trata de una muestra, en definitiva, con ánimo reconocido de contribución a la lucha pacífica.

El propio embajador de Palestina en España, Musa Amer Odeh, reconocía en la inauguración del festival la importancia del cine como método de activismo social. Admitía intrínsecamente, de esta forma, el carácter propagandístico del evento. La duda entre los espectadores surge, por lo tanto, en torno a la posibilidad de plantear una exhibición conjunta sobre el conflicto árabe israelí y no de exclusividad palestina. Todos estamos de acuerdo, sin embargo, en que darle voz a este pueblo es ya una necesidad de urgencia prioritaria.

Amer insistía, por otro lado, en los esfuerzos de sus compatriotas por dar a conocer internacionalmente la vida a la que se enfrentan diariamente, más que desde un punto de vista relacionado con las armas o los muros, desde las pequeñas historias de índole sentimental. Al fin y al cabo, cuentan con la realidad contraproducente de que en occidente todos tenemos ya el corazón acostumbrado a las decenas de muertos y a las explosiones espontáneas. El cine es, sin duda, una de las pocas alternativas que quedan para exterminar la insensibilización.

Ya lo decía Robert J. Flaherty, el llamado padre del documental: el cine es mejor contribuyente a la empatía, pues logra identificar el ojo humano con la cámara. Su obsesión era la de favorecer la comprensión entre los pueblos mediante el séptimo arte. Consideraba necesario representar la vida bajo la forma en la que se vive, rodando en el país en cuestión y con su propia gente. El soviético Vertov, por su lado, revolucionó la realización durante los años 20 otorgándole un fin social, educativo e ideológico. Podríamos analizar también, aunque de forma más cruda, el papel jugado por el ministro de Información y Propaganda del gobierno de Hitler, Goebbels, durante la Segunda Guerra Mundial, algo que nos lanzaría a la ligera sobre la existente malicia de los que manejan el arte. Podríamos mencionar también a los cine-clubs obreros, aquellos lugares escondidos en Europa donde el socialismo encontró sede para el debate y el progreso.

Históricamente ha quedado en evidencia que una de las maneras más eficaces para influir a la colectividad es la mixtura del cine como medio y la información como contenido y que, cuánto más ignorante sea el espectador, más fácil resulta su manipulación. No me aventuraría a decir que la muestra de cine de Palestina en Madrid sea eso. En este caso, entre todas las proyecciones, se incluyen tres largometrajes israelíes y otros tantos españoles que pretenden exhibir su forma de entender la identidad y la cultura árabe, tanto palestina como israelí. Incluso a través de las cintas de ficción intentan generar un conocimiento masivo sobre sus costumbres, lugares e inquietudes. Los espectadores que asisten a la Filmoteca Nacional, por la parte que les toca, no es que sean ignorantes. Es más, acaban prestándose a formar parte de un espacio abierto para el conocimiento y el diálogo crítico en relación a la situación del arte palestino en general y el cine en particular.

Todas estas razones serían suficientes para propiciar una consecución de festivales de índole similar, si estuviésemos dispuestos a aprender y a mostrarnos a nosotros mismos las realidades de aquellos mundos que oímos en las noticias cada día en las noticias, pero de fondo. Por suerte o no, yo ya no sé ver cine si no es para viajar y entender. El cine internacional, documental o de ficción, puede convertirse en la mejor de las oportunidades para entender lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia. Un buen ojo crítico, objetivo y sediento de conocimiento es el único requisito para que esos viajes sean lo más productivos posible. Y es que el cine, real o irreal, fue, es y siempre será como un gran truco de magia a través del cual todo lo que uno quiera, puede hacerse realidad. ¡Nunca en mi vida vi algo con más poder!

El ojo que todo lo ve

Noelia Vera
Noelia Vera
domingo, 28 de noviembre de 2010, 09:22 h (CET)
¡Qué arma tan poderosa es el cine informativo! ¡Cuántas conciencias puede mover! ¡A cuántos puede manipular! Desde sus orígenes la gran pantalla fue considerada como uno de los instrumentos más eficaces para generar credibilidad y favorecer la empatía emocional. Hasta nuestros días, cuando se está llevando a cabo en Madrid la primera muestra de cine palestino en España, estas premisas se mantienen muy presentes para todos los gobiernos y realizadores universales. El contrapunto: la censura. Aún existen países en conflicto donde la conciencia sobre la potencia cinematográfica es tal, que el silencio ideológico impuesto y las trabas artísticas son aún mayores.

El cine en Palestina se encuentra en fase colonial, con todo lo que ello conlleva. La opresión cultural es evidente y la falta de presupuesto destinado al arte aún lo es más. En Madrid, mientras tanto, se proyectarán hasta el martes que viene 54 películas dedicadas a este rincón del mundo y con el que en España simpatizamos tanto. El objetivo, ofrecer nuevas perspectivas desde las cuales los hispano hablantes podamos conocer su historia, su riqueza y, obviamente, su basura. Se trata de una muestra, en definitiva, con ánimo reconocido de contribución a la lucha pacífica.

El propio embajador de Palestina en España, Musa Amer Odeh, reconocía en la inauguración del festival la importancia del cine como método de activismo social. Admitía intrínsecamente, de esta forma, el carácter propagandístico del evento. La duda entre los espectadores surge, por lo tanto, en torno a la posibilidad de plantear una exhibición conjunta sobre el conflicto árabe israelí y no de exclusividad palestina. Todos estamos de acuerdo, sin embargo, en que darle voz a este pueblo es ya una necesidad de urgencia prioritaria.

Amer insistía, por otro lado, en los esfuerzos de sus compatriotas por dar a conocer internacionalmente la vida a la que se enfrentan diariamente, más que desde un punto de vista relacionado con las armas o los muros, desde las pequeñas historias de índole sentimental. Al fin y al cabo, cuentan con la realidad contraproducente de que en occidente todos tenemos ya el corazón acostumbrado a las decenas de muertos y a las explosiones espontáneas. El cine es, sin duda, una de las pocas alternativas que quedan para exterminar la insensibilización.

Ya lo decía Robert J. Flaherty, el llamado padre del documental: el cine es mejor contribuyente a la empatía, pues logra identificar el ojo humano con la cámara. Su obsesión era la de favorecer la comprensión entre los pueblos mediante el séptimo arte. Consideraba necesario representar la vida bajo la forma en la que se vive, rodando en el país en cuestión y con su propia gente. El soviético Vertov, por su lado, revolucionó la realización durante los años 20 otorgándole un fin social, educativo e ideológico. Podríamos analizar también, aunque de forma más cruda, el papel jugado por el ministro de Información y Propaganda del gobierno de Hitler, Goebbels, durante la Segunda Guerra Mundial, algo que nos lanzaría a la ligera sobre la existente malicia de los que manejan el arte. Podríamos mencionar también a los cine-clubs obreros, aquellos lugares escondidos en Europa donde el socialismo encontró sede para el debate y el progreso.

Históricamente ha quedado en evidencia que una de las maneras más eficaces para influir a la colectividad es la mixtura del cine como medio y la información como contenido y que, cuánto más ignorante sea el espectador, más fácil resulta su manipulación. No me aventuraría a decir que la muestra de cine de Palestina en Madrid sea eso. En este caso, entre todas las proyecciones, se incluyen tres largometrajes israelíes y otros tantos españoles que pretenden exhibir su forma de entender la identidad y la cultura árabe, tanto palestina como israelí. Incluso a través de las cintas de ficción intentan generar un conocimiento masivo sobre sus costumbres, lugares e inquietudes. Los espectadores que asisten a la Filmoteca Nacional, por la parte que les toca, no es que sean ignorantes. Es más, acaban prestándose a formar parte de un espacio abierto para el conocimiento y el diálogo crítico en relación a la situación del arte palestino en general y el cine en particular.

Todas estas razones serían suficientes para propiciar una consecución de festivales de índole similar, si estuviésemos dispuestos a aprender y a mostrarnos a nosotros mismos las realidades de aquellos mundos que oímos en las noticias cada día en las noticias, pero de fondo. Por suerte o no, yo ya no sé ver cine si no es para viajar y entender. El cine internacional, documental o de ficción, puede convertirse en la mejor de las oportunidades para entender lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia. Un buen ojo crítico, objetivo y sediento de conocimiento es el único requisito para que esos viajes sean lo más productivos posible. Y es que el cine, real o irreal, fue, es y siempre será como un gran truco de magia a través del cual todo lo que uno quiera, puede hacerse realidad. ¡Nunca en mi vida vi algo con más poder!

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