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Beatriz García

Musa se ofrece a artistas bloqueados

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Hace algún tiempo leí en una web de clasificados una oferta de empleo que me causó sensación: “Pintor busca musa por horas. Sueldo a convenir”. Este anuncio, que me recuerda mucho a un poema de Cristina Peri Rossi -“Se busca musa. Abstenerse flacas resentidas travestidos y envidiosas (…)” -, me hizo pensar acerca del concepto de musa ¿Qué es realmente una musa: una mujer que fascina al artista hasta el punto de convertirla en arte o una asistenta, una mecanógrafa, la persona que más cree en su obra? ¿Es, quizás, un tema que se repite obsesivamente en la mente del creador enervando su imaginación? ¿Un obra de referencia, otro artista a quien considera un maestro?

Como no tengo musa que me inspire una respuesta, reuní en cónclave a mis sabios, novelistas y poetas beodos, amigos a los que suelo consultar, entre copa y copa, cuestiones que siempre y curiosamente suscitan muchas más preguntas y ninguna solución. Para X, el Chandler de la Verneda –barrio barcelonés-, la musa es una persona que está dispuesta a sacrificarse en pos de la obra y del artista, a fin de que éste pueda hacer viable su arte sin preocuparse por cuestiones menores como lavar la ropa. Es decir, para X una musa es una madre. Casi lo mismo que vio la brillante Gertrude Stein en la suya. Sí, las escritoras también tienen musa, y las escritoras lesbianas más. La de Stein fue Alice Toklas, una abnegada amante, una cocinera, una madre, una esposa, una mecanógrafa… El sueño de Picasso pero en monógamo y casero.

¿Pero qué ocurre si los dos miembros de la pareja son artistas, si ambos necesitan musa? “Un trío”, contesta J. – el vino comienza a hacer su efecto-; otros hablan de ‘quid pro quo’. ¿Lo qué? Aceptémoslo, el ego artístico no está hecho de igualitarismos y pactos, al menos que puedan aguantar hasta unas bodas de plata. Para muestra, Sylvia Plath. Su matrimonio con el poeta Ted Hughes acabó en tragedia cuando vinieron los hijos; quién cede, quién sacrifica su tiempo artístico. Al final, Hughes la acabó abandonando. Aunque no ocurre lo mismo si uno de los dos es musa vocacional experimentada y total. Véase a Gala Dalí, nunca nadie disfrutó tanto de inspirar. Paul Eluard, Max Ernst, Salvador Dalí… ¿Qué hubiese sido del Genio Surrealista sin una Gala a su lado? Tal vez hubiera dado lugar a un Nietzsche, un hombre solitario, lánguido, profundamente triste y atormentado, suspirando, amando, odiando a una Lou Andrea Salomé, menos ardiente, igualmente deseada, igualmente musa.

En origen las musas eran diosas griegas de la música y las artes, y cuando un artista creaba no lo hacía él, sino que los dioses hablaban a través de su pluma, de su pincel, de sus manos. Así, la musa llevaba al artista a estados alterados de consciencia, a un lugar y un momento místico en el que inspirar y ‘aspirar’ era casi lo mismo. El opio, el hachís, la etamina o el LSD, por nombrar algunos, han sido los grandes inspiradores de artistas como Baudelaire, Coleridge, Allan Poe, Quiroga o Rubén Darío – la lista es interminable-, que le han dedicado poemas, cuentos e incluso obras enteras a estas psicotrópicas ninfas. ¿Es la musa un estado alterado de consciencia, una alucinación, un paraíso artificial?

Mi amiga H., poeta, safistas, bipolar aquejada de síndrome de Stendhal, se inspira en el amor, en la muerte y, sobre todo, en las pequeñas muertes, que son con mucho en sus efectos parecida al hachís pero algo más saludables. Me dijo que ella no podía escribir cuando era feliz, que era en la “carencia de” donde encontraba a la musa. Entonces lo vi, borroso pero más claro que nunca, la musa es una idea, siempre lo ha sido. Es la idea de “ausencia de”, el miedo, la melancolía, la soledad; todas aquellas ideas que nos atormentan desde siempre a las que, como arquetipos de nada, les ponemos rostros, las más de las veces, o las objetivamos. Es el mito griego de las Nueve Musas, cada una responde a un arte, a una necesidad no resuelta de belleza en un aspecto de nuestra vida, y digo “carencia de”, porque si hubiera perfección no existirían musas, porque musa es anhelo.

Dijo Francisco Umbral que aquellos libros que leímos de adolescentes son lo mismo libros que leemos de viejos. Aplicado al arte de la escritura, que es el que me atañe, los temas sobre lo que siempre escribimos son los temas sobre los que escribíamos incluso antes de saber escribir.

Musa se ofrece a artistas bloqueados

Beatriz García
Beatriz García
miércoles, 24 de noviembre de 2010, 09:15 h (CET)
Hace algún tiempo leí en una web de clasificados una oferta de empleo que me causó sensación: “Pintor busca musa por horas. Sueldo a convenir”. Este anuncio, que me recuerda mucho a un poema de Cristina Peri Rossi -“Se busca musa. Abstenerse flacas resentidas travestidos y envidiosas (…)” -, me hizo pensar acerca del concepto de musa ¿Qué es realmente una musa: una mujer que fascina al artista hasta el punto de convertirla en arte o una asistenta, una mecanógrafa, la persona que más cree en su obra? ¿Es, quizás, un tema que se repite obsesivamente en la mente del creador enervando su imaginación? ¿Un obra de referencia, otro artista a quien considera un maestro?

Como no tengo musa que me inspire una respuesta, reuní en cónclave a mis sabios, novelistas y poetas beodos, amigos a los que suelo consultar, entre copa y copa, cuestiones que siempre y curiosamente suscitan muchas más preguntas y ninguna solución. Para X, el Chandler de la Verneda –barrio barcelonés-, la musa es una persona que está dispuesta a sacrificarse en pos de la obra y del artista, a fin de que éste pueda hacer viable su arte sin preocuparse por cuestiones menores como lavar la ropa. Es decir, para X una musa es una madre. Casi lo mismo que vio la brillante Gertrude Stein en la suya. Sí, las escritoras también tienen musa, y las escritoras lesbianas más. La de Stein fue Alice Toklas, una abnegada amante, una cocinera, una madre, una esposa, una mecanógrafa… El sueño de Picasso pero en monógamo y casero.

¿Pero qué ocurre si los dos miembros de la pareja son artistas, si ambos necesitan musa? “Un trío”, contesta J. – el vino comienza a hacer su efecto-; otros hablan de ‘quid pro quo’. ¿Lo qué? Aceptémoslo, el ego artístico no está hecho de igualitarismos y pactos, al menos que puedan aguantar hasta unas bodas de plata. Para muestra, Sylvia Plath. Su matrimonio con el poeta Ted Hughes acabó en tragedia cuando vinieron los hijos; quién cede, quién sacrifica su tiempo artístico. Al final, Hughes la acabó abandonando. Aunque no ocurre lo mismo si uno de los dos es musa vocacional experimentada y total. Véase a Gala Dalí, nunca nadie disfrutó tanto de inspirar. Paul Eluard, Max Ernst, Salvador Dalí… ¿Qué hubiese sido del Genio Surrealista sin una Gala a su lado? Tal vez hubiera dado lugar a un Nietzsche, un hombre solitario, lánguido, profundamente triste y atormentado, suspirando, amando, odiando a una Lou Andrea Salomé, menos ardiente, igualmente deseada, igualmente musa.

En origen las musas eran diosas griegas de la música y las artes, y cuando un artista creaba no lo hacía él, sino que los dioses hablaban a través de su pluma, de su pincel, de sus manos. Así, la musa llevaba al artista a estados alterados de consciencia, a un lugar y un momento místico en el que inspirar y ‘aspirar’ era casi lo mismo. El opio, el hachís, la etamina o el LSD, por nombrar algunos, han sido los grandes inspiradores de artistas como Baudelaire, Coleridge, Allan Poe, Quiroga o Rubén Darío – la lista es interminable-, que le han dedicado poemas, cuentos e incluso obras enteras a estas psicotrópicas ninfas. ¿Es la musa un estado alterado de consciencia, una alucinación, un paraíso artificial?

Mi amiga H., poeta, safistas, bipolar aquejada de síndrome de Stendhal, se inspira en el amor, en la muerte y, sobre todo, en las pequeñas muertes, que son con mucho en sus efectos parecida al hachís pero algo más saludables. Me dijo que ella no podía escribir cuando era feliz, que era en la “carencia de” donde encontraba a la musa. Entonces lo vi, borroso pero más claro que nunca, la musa es una idea, siempre lo ha sido. Es la idea de “ausencia de”, el miedo, la melancolía, la soledad; todas aquellas ideas que nos atormentan desde siempre a las que, como arquetipos de nada, les ponemos rostros, las más de las veces, o las objetivamos. Es el mito griego de las Nueve Musas, cada una responde a un arte, a una necesidad no resuelta de belleza en un aspecto de nuestra vida, y digo “carencia de”, porque si hubiera perfección no existirían musas, porque musa es anhelo.

Dijo Francisco Umbral que aquellos libros que leímos de adolescentes son lo mismo libros que leemos de viejos. Aplicado al arte de la escritura, que es el que me atañe, los temas sobre lo que siempre escribimos son los temas sobre los que escribíamos incluso antes de saber escribir.

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