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Borja Costa

De la Estupidez como Patrimonio de la Humanidad

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Lo que son méritos, no, no le faltan Aparte de inmaterial, su enraizamiento universal, o las múltiples e innumerables variantes propias que cada pueblo diferenciado hace de la falta de luces, no conviene olvidar que su historia particular, la Historia de la Estupidez, haría frente con creces a cualquier oposición posible: entre costillas, manzanas, alados pies y vacas aladas, cualquier crónica al respecto de la Creación del ser humano contiene el germen mismo de la Idiotez. Incluso la más lograda e inteligente de estas teorías, la de los monos y sus mutaciones, nos muestra sin tapujos lo absurdo de nuestro linaje: no sé ustedes, pero yo me siento bien poca cosa cuando me imagino como un mono mutante, esto es, irregular - casi deficiente como simio (aunque reconozco que más desagradable me resultaría estar hecho a imagen y semejanza de un dios vengativo y vengador – deficiente, sin género de duda, como Creador).

Desde estos ya oscuros orígenes, no determinados cronológicamente, todo sea dicho, por los historiadores – esa gente que localiza con precisión todo lo localizable -, se sabe que un tipo determinado de Tontería se encontraba presente entre determinadas culturas navegantes (presumiblemente fenicias), y que, por evidente vía marítima, realizaron innumerables viajes extendiendo su legado de uno a otro confín. En su camino, convirtieron a innumerables habitantes tranquilos en verdaderos atajos de tontos, muchos de ellos pertenecientes a la Península Ibérica, aunque todo esto es pura conjetura.

La Estupidez permanece así en la Iberia sin hacerse notar más allá de lo cotidiano, no regalándonos más vestigios que los propios. Como casi todas las culturas en parte mediterráneas, la presencia de lo árabe se consolida más tarde como un elemento a destacar, dejando mella de muy diversas formas: ora represión, ora expulsión, ora alzamiento militar, ora pelea por un islote sin dueño, su presencia es inneglable.

Son muchos los momentos históricos más o menos destacables en estas tierras en los que este ejercicio de mentalidad obtusa hace acto de presencia, entre muchas y muy diferentes culturas que conviven, en paz o a la gresca. A la autosuficiencia patria hay que sumarle algunos vestigios foráneos más, aparte del árabe, como podrían ser la influencia francesa o la de los asentamientos gitanos procedentes de Centroeuropa. De estos últimos, se ha llegado a decir que son unos grandes conocedores de la estupidez (ajena), pero que si bien ha habido gitanos idiotas y payos idiotas, los segundos han hecho un uso más propio de un supuesto carácter nacional: tristes consideraciones racistas habituales en las esferas sociales y artísticas. De la presencia francesa en España, no obstante, surgen los primeros testimonios debidamente documentados al respecto, que aparecen en nuestro devenir entre guerras y episodios festivos, como si de danzas, chotis o jotas con un poco más de alegrías, se tratase.

Hasta aquí llega la parte histórica del asunto, esta pequeña gran desconocida; en adelante, de dominio popular.

Y es que todos sabemos ya que entrado el siglo XX, con la aparición del nylon (o mejor, del “nilón” español, con tilde indiscutible y sin ye), utilizado tanto para enseres de caza y pesca como para la fabricación real de cuerdas de guitarra que permitan ciertos tipos de expresión artística (las anteriores, de tripa, no se crean ustedes que suenan demasiado acompañando a la voz humana, ni posibilitan rapidez, ni ciertos ataques percusivos, ni una lista innumerable de manifestaciones ahora típicas del instrumento), se alcanza la maestría en el ejercicio nacional con su maravillosa aplicación a estos y otros enseres, como las fascinantes medias femeninas. La revelación de esto en España supone su apertura ya definitiva cara a Europa y a las europeas, mediante viajes constantes de la población, y la participación y creación de instituciones altamente especializadas que respondan de estos avances conseguidos al respecto (afianzándose antes estas en el extranjero que en el mismo territorio patrio). Así, de la misma forma que determinados estudios etno-musicales se afianzan antes en el centro de Europa que aquí mismo - Holanda por poner un buen ejemplo - , es en Francia donde se alcanza hasta el día de hoy un conocimiento superior en la burda materia de los negados mediante la creación de una institución altamente cualificada en el ejercicio de la falta de pensamiento crítico (o no crítico).

Y es ante esta institución que disiento
La Tontería ha demostrado indudablemente ser un vínculo universal más palpable que muchas otras opciones. Dentro de nuestras fronteras, resulta un valor mucho más ibérico que cualquier otro, como pudieran ser el consumo de cerdo (en empanada o cocido, por poner el caso) o las numerosísimas y ancestrales manifestaciones artísticas que plagan el territorio (confrontando, nuevo ejemplo, las bandas de txistu con las nanas del Bierzo). Fuera de nuestras fronteras, hay que reconocer que incluso EEUU, que siempre va al margen, aparte de contar con innumerables escritores y pensadores de una genialidad indudable, de cosas como el blues o el jazz, ha demostrado también tener una ingente cantidad de idiotas (dicen las malas lenguas que superior el número al europeo, pero yo estoy en desacuerdo con esto, cada día más).

Reconozco que quizás no cumpla alguno de los requisitos exigidos, y que sería difícil su defensa, dado que no es carta de presentación oficial de ningún país. Y no hay que perder de vista que su enaltecimiento y protección oficial para que perdure más allá del día de hoy no solo no es recomendable en modo alguno, si no, además, innecesario. Pero por lo visto, ambas cosas – y muchas otras más - sí han sido obviadas a la hora de hacer una larga lista de cuestiones patrimoniales de la Humanidad a defender.

Quizás el único motivo que se me ocurre para excluir su defensa es que se hubiera acusado a esta lista de partidista, de favoritismo hacia lo propio, y eso nunca, jamás: uno puede jugar a hacer exclusiones innecesarias, a aceptar como ciertos informes que solo cuentan una parte de la verdad y ocultan otra no deseada, a destacar algo que ya de por si es destacable al igual que absolutamente todo lo similar que ha creado el espíritu humano. Puede hacer estas y otras cosas más, pero reconocer en público su amor por la Estupidez de una forma explícita sería quizás ir demasiado lejos.

De la Estupidez como Patrimonio de la Humanidad

Borja Costa
Borja Costa
lunes, 22 de noviembre de 2010, 09:04 h (CET)
Lo que son méritos, no, no le faltan Aparte de inmaterial, su enraizamiento universal, o las múltiples e innumerables variantes propias que cada pueblo diferenciado hace de la falta de luces, no conviene olvidar que su historia particular, la Historia de la Estupidez, haría frente con creces a cualquier oposición posible: entre costillas, manzanas, alados pies y vacas aladas, cualquier crónica al respecto de la Creación del ser humano contiene el germen mismo de la Idiotez. Incluso la más lograda e inteligente de estas teorías, la de los monos y sus mutaciones, nos muestra sin tapujos lo absurdo de nuestro linaje: no sé ustedes, pero yo me siento bien poca cosa cuando me imagino como un mono mutante, esto es, irregular - casi deficiente como simio (aunque reconozco que más desagradable me resultaría estar hecho a imagen y semejanza de un dios vengativo y vengador – deficiente, sin género de duda, como Creador).

Desde estos ya oscuros orígenes, no determinados cronológicamente, todo sea dicho, por los historiadores – esa gente que localiza con precisión todo lo localizable -, se sabe que un tipo determinado de Tontería se encontraba presente entre determinadas culturas navegantes (presumiblemente fenicias), y que, por evidente vía marítima, realizaron innumerables viajes extendiendo su legado de uno a otro confín. En su camino, convirtieron a innumerables habitantes tranquilos en verdaderos atajos de tontos, muchos de ellos pertenecientes a la Península Ibérica, aunque todo esto es pura conjetura.

La Estupidez permanece así en la Iberia sin hacerse notar más allá de lo cotidiano, no regalándonos más vestigios que los propios. Como casi todas las culturas en parte mediterráneas, la presencia de lo árabe se consolida más tarde como un elemento a destacar, dejando mella de muy diversas formas: ora represión, ora expulsión, ora alzamiento militar, ora pelea por un islote sin dueño, su presencia es inneglable.

Son muchos los momentos históricos más o menos destacables en estas tierras en los que este ejercicio de mentalidad obtusa hace acto de presencia, entre muchas y muy diferentes culturas que conviven, en paz o a la gresca. A la autosuficiencia patria hay que sumarle algunos vestigios foráneos más, aparte del árabe, como podrían ser la influencia francesa o la de los asentamientos gitanos procedentes de Centroeuropa. De estos últimos, se ha llegado a decir que son unos grandes conocedores de la estupidez (ajena), pero que si bien ha habido gitanos idiotas y payos idiotas, los segundos han hecho un uso más propio de un supuesto carácter nacional: tristes consideraciones racistas habituales en las esferas sociales y artísticas. De la presencia francesa en España, no obstante, surgen los primeros testimonios debidamente documentados al respecto, que aparecen en nuestro devenir entre guerras y episodios festivos, como si de danzas, chotis o jotas con un poco más de alegrías, se tratase.

Hasta aquí llega la parte histórica del asunto, esta pequeña gran desconocida; en adelante, de dominio popular.

Y es que todos sabemos ya que entrado el siglo XX, con la aparición del nylon (o mejor, del “nilón” español, con tilde indiscutible y sin ye), utilizado tanto para enseres de caza y pesca como para la fabricación real de cuerdas de guitarra que permitan ciertos tipos de expresión artística (las anteriores, de tripa, no se crean ustedes que suenan demasiado acompañando a la voz humana, ni posibilitan rapidez, ni ciertos ataques percusivos, ni una lista innumerable de manifestaciones ahora típicas del instrumento), se alcanza la maestría en el ejercicio nacional con su maravillosa aplicación a estos y otros enseres, como las fascinantes medias femeninas. La revelación de esto en España supone su apertura ya definitiva cara a Europa y a las europeas, mediante viajes constantes de la población, y la participación y creación de instituciones altamente especializadas que respondan de estos avances conseguidos al respecto (afianzándose antes estas en el extranjero que en el mismo territorio patrio). Así, de la misma forma que determinados estudios etno-musicales se afianzan antes en el centro de Europa que aquí mismo - Holanda por poner un buen ejemplo - , es en Francia donde se alcanza hasta el día de hoy un conocimiento superior en la burda materia de los negados mediante la creación de una institución altamente cualificada en el ejercicio de la falta de pensamiento crítico (o no crítico).

Y es ante esta institución que disiento
La Tontería ha demostrado indudablemente ser un vínculo universal más palpable que muchas otras opciones. Dentro de nuestras fronteras, resulta un valor mucho más ibérico que cualquier otro, como pudieran ser el consumo de cerdo (en empanada o cocido, por poner el caso) o las numerosísimas y ancestrales manifestaciones artísticas que plagan el territorio (confrontando, nuevo ejemplo, las bandas de txistu con las nanas del Bierzo). Fuera de nuestras fronteras, hay que reconocer que incluso EEUU, que siempre va al margen, aparte de contar con innumerables escritores y pensadores de una genialidad indudable, de cosas como el blues o el jazz, ha demostrado también tener una ingente cantidad de idiotas (dicen las malas lenguas que superior el número al europeo, pero yo estoy en desacuerdo con esto, cada día más).

Reconozco que quizás no cumpla alguno de los requisitos exigidos, y que sería difícil su defensa, dado que no es carta de presentación oficial de ningún país. Y no hay que perder de vista que su enaltecimiento y protección oficial para que perdure más allá del día de hoy no solo no es recomendable en modo alguno, si no, además, innecesario. Pero por lo visto, ambas cosas – y muchas otras más - sí han sido obviadas a la hora de hacer una larga lista de cuestiones patrimoniales de la Humanidad a defender.

Quizás el único motivo que se me ocurre para excluir su defensa es que se hubiera acusado a esta lista de partidista, de favoritismo hacia lo propio, y eso nunca, jamás: uno puede jugar a hacer exclusiones innecesarias, a aceptar como ciertos informes que solo cuentan una parte de la verdad y ocultan otra no deseada, a destacar algo que ya de por si es destacable al igual que absolutamente todo lo similar que ha creado el espíritu humano. Puede hacer estas y otras cosas más, pero reconocer en público su amor por la Estupidez de una forma explícita sería quizás ir demasiado lejos.

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