Los destinos de cuatro mujeres se cruzan de manera inesperada una mañana de noviembre cambiando para siempre el rumbo de sus vidas y los “planes para mañana” que cada una de ellas había trazado. Aunque tienen edades muy diferentes, las cuatro comparten experiencias similares marcadas por el desamor y los conflictos generacionales. Con este planteamiento, la directora novel Juana Macías ha intentado hacer una película al estilo de Rodrigo García (“9 Vidas”, “Cosas que le diría con sólo mirarla”) siguiendo la rutina cotidiana de diferentes mujeres para conseguir, contando lo que hacen en unas pocas horas, retratar sus vidas y su mundo.
Una de las grandes virtudes de Rodrigo García consiste en su capacidad para penetrar en el alma de sus personajes con unas pocas pinceladas y sin dar explicaciones de quienes son, ni a dónde se dirigen. Para que este esquema funcione es necesario encontrar personajes sólidos que atrapen enseguida al espectador. Sin embargo, este no es el caso de la película que nos ocupa. El abanico de retratos femeninos que aborda Juana Macías obedece a los tópicos más manoseados del género: embarazo inesperado, mujer sometida al maltrato psicológico de su marido, esposa madura con matrimonio insatisfecho y adolescente rebelde que se ve obligada a tirar del carro de su desquiciada familia. Los personajes secundarios y especialmente los masculinos resultan todavía más arquetípicos y manidos. Es cierto que el tema de una película no es lo importante sino, más bien, la mirada que el autor proyecte sobre el mismo. Aún así, echamos de menos en “Planes para mañana” los matices que alejen a sus personajes de lo predecible y que los hagan cobrar vida para abrirnos los ojos hacia algún aspecto de lo cotidiano que normalmente escape a nuestra mirada. Al final lo que nos queda es una película con estilo (aunque sea importado) pero sin fondo. Especialmente irritante resulta la estructura de la historia, marcada por un accidente de tráfico que recuerda tanto a “Amores perros” que en algunos casos parece un remake y, más todavía, si se cuenta con Goya Toledo como una de las afectadas.
A pesar de la superficialidad del conjunto, las actrices consiguen aportar algo de carisma a sus personajes. Cabe destacar en especial el trabajo de Ana Labordeta en el papel de Marian, la mujer sometida al maltrato psicológico de su marido. Los planos de este personaje carente de amor propio y dividido entre lo que le dicta su conciencia y la debilidad de su corazón constituyen, sin lugar a dudas, lo mejor de la película. Teniendo en cuenta que se trata de una ópera prima, cabe esperar que, en lo sucesivo, Juana Macías ofrezca un trabajo más sólido, menos preocupado por el continente y más por el contenido.