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Etiquetas | La sonrisa de la mona lisa
María José Carmona

Anvigüedades

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Desde hace ya varios días una angustia palpitante me impide dormir por las noches. Y es que justo cuando ya llevaba un tiempo sin tener que utilizar el corrector ortográfico del Word, va la RAE y me cambia las cosas de sitio. Por si este año no nos resultaba ya lo suficientemente entretenido, ahora van estos cultos y honorables señores y le dan media vuelta al diccionario, que por cierto se queda con 27 letras. Ch y Ll se van a la cola del paro ¿Quién le dice ahora a mi abuela que a estas alturas le cambian las tildes?, ¿quién les enseña a los nuevos universitarios que sólo se queda solo, que Qatar se convierte en Catar y que ahora entre números a ver quién es el gracioso que distingue entre o y 0?, ¿Quién c…. se va a aprender que y griega no es y griega, que ahora se llama ye?

¡Dios mío de mi vida a la crisis económica se avecina ahora una crisis “literal”! De acuerdo, estamos exagerando. Pero siendo sensatos, señores de la RAE, ¿realmente era necesario liarla de esta manera? Y además así de un día para otro, como si mañana al levantarnos nos dijesen: “No señores, a partir de hoy la sopa se come con la mano izquierda. ¿Qué por qué? Pues porque así se hace en Kazajstán”.

Que sí, sigue siendo exagerado. Pero puedo asegurar que la sensación de perplejidad que me provocó la noticia del cambio ortográfico hubiese sido prácticamente igual a la derivada de los nuevos hábitos culinarios kazajos.

Realmente me cuesta entender cómo en una sociedad en la que los jóvenes cada vez sienten menos aprecio por ponerse delante de un libro, en la que el 60 por ciento de los alumnos de secundaria no sabe utilizar correctamente los signos de puntuación, en la que los adolescentes día tras día pegan patadas literales al diccionario x l xtrema kpacidad de sntesis de ls sms, nos da ahora por complicarles aún más las cosas.

Está muy bien eso de unificar el idioma que hablan 450 millones de habitantes pero ¿de qué sirve cuando entre buena parte de los 45 que viven en España no saben ni poner los acentos?

Si realmente nos preocupa el futuro del lenguaje, ¿no sería más apropiado invertir en educación, centrar todos los esfuerzos en concienciar a las nuevas generaciones sobre la importancia de escribir correctamente, antes de armar toda una revolución gramatical?

En fin, anvigüedades.

Anvigüedades

María José Carmona
María José Carmona
jueves, 18 de noviembre de 2010, 09:06 h (CET)
Desde hace ya varios días una angustia palpitante me impide dormir por las noches. Y es que justo cuando ya llevaba un tiempo sin tener que utilizar el corrector ortográfico del Word, va la RAE y me cambia las cosas de sitio. Por si este año no nos resultaba ya lo suficientemente entretenido, ahora van estos cultos y honorables señores y le dan media vuelta al diccionario, que por cierto se queda con 27 letras. Ch y Ll se van a la cola del paro ¿Quién le dice ahora a mi abuela que a estas alturas le cambian las tildes?, ¿quién les enseña a los nuevos universitarios que sólo se queda solo, que Qatar se convierte en Catar y que ahora entre números a ver quién es el gracioso que distingue entre o y 0?, ¿Quién c…. se va a aprender que y griega no es y griega, que ahora se llama ye?

¡Dios mío de mi vida a la crisis económica se avecina ahora una crisis “literal”! De acuerdo, estamos exagerando. Pero siendo sensatos, señores de la RAE, ¿realmente era necesario liarla de esta manera? Y además así de un día para otro, como si mañana al levantarnos nos dijesen: “No señores, a partir de hoy la sopa se come con la mano izquierda. ¿Qué por qué? Pues porque así se hace en Kazajstán”.

Que sí, sigue siendo exagerado. Pero puedo asegurar que la sensación de perplejidad que me provocó la noticia del cambio ortográfico hubiese sido prácticamente igual a la derivada de los nuevos hábitos culinarios kazajos.

Realmente me cuesta entender cómo en una sociedad en la que los jóvenes cada vez sienten menos aprecio por ponerse delante de un libro, en la que el 60 por ciento de los alumnos de secundaria no sabe utilizar correctamente los signos de puntuación, en la que los adolescentes día tras día pegan patadas literales al diccionario x l xtrema kpacidad de sntesis de ls sms, nos da ahora por complicarles aún más las cosas.

Está muy bien eso de unificar el idioma que hablan 450 millones de habitantes pero ¿de qué sirve cuando entre buena parte de los 45 que viven en España no saben ni poner los acentos?

Si realmente nos preocupa el futuro del lenguaje, ¿no sería más apropiado invertir en educación, centrar todos los esfuerzos en concienciar a las nuevas generaciones sobre la importancia de escribir correctamente, antes de armar toda una revolución gramatical?

En fin, anvigüedades.

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