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Omar Salinas

Y a propósito del Centenario de la Revolución Mexicana…

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Cómo no recordar uno de los acontecimientos más importantes para la historia de México; una batalla que significó un parte aguas para el rumbo de la nación y que daría apertura a una nueva etapa social y política para el país: la Revolución Mexicana, iniciada el 20 de noviembre de 1910.

Los orígenes de esta lucha, que posteriormente se convertiría en un conflicto armado, se dan por la situación política que se vivía en ese entonces; el régimen que encabezaba el General Porfirio Díaz estaba agonizando debido al control político que había ejercido durante su gobierno y a la falta de representatividad en la clase política, esto es la falta de una democracia, aunado a las persecuciones y asesinatos que sufrieron todos aquellos que se manifestaban en contra del gobierno del General Díaz.

A pesar de que fue una época de represión política y social, así como de censura a la libertad de expresión y una ausencia de un sistema que representara los intereses de todos los mexicanos, en especial de los campesinos, trabajadores y los pobres, fue una época de gran auge para México.

Durante el porfiriato (llamado así por el largo tiempo que duró Porfirio Díaz en la presidencia de México), y en lo personal el propio General Díaz mostró una interés y se dio a la tarea de incluir a México en el concierto de las naciones; la proyección internacional que tuvo México fue muy favorable, a pesar de que al principio el gobierno estadunidense se mostró en contra del régimen de Díaz por haber llegado al poder mediante un golpe de Estado; fue una época gloriosa para la política exterior mexicana y para el establecimiento de relaciones con otras naciones, principalmente las más industrializadas, pues Díaz exponía que México tenía la capacidad y podía llegar a ser como esos países. La inversión de capitales extranjeros y de tecnologías en el país, como la construcción de la red ferroviaria nacional, las mejoras en los puertos de la República o la ampliación del telégrafo y del teléfono, dieron al país un crecimiento económico importante, que se traducía en el desarrollo de las ciudades, aunque también de manera inequitativa. Este crecimiento económico, la expansión de las vías de comunicación así como la relativa estabilidad política que Porfirio Díaz le dio al país, tuvieron como resultado una imagen sólida de México hacia el exterior, que como se menciona en líneas anteriores, dio la oportunidad al país de comenzar relaciones diplomáticas y comerciales con los países más industrializados, así como atraer la atención de éstos hacia México.

A pesar de los rasgos positivos del porfiriato, el control político que tenía el gobierno sobre el país y los mexicanos, así como la búsqueda de un sistema democrático que transformara la realidad que se estaba viviendo, en especial en la cúpula política del gobierno y en la situación de los campesinos y las tierras que trabajaban. Esta lucha, que comenzó con manifestaciones de descontento social y terminó en derramamiento de sangre y levantamientos armados en diferentes puntos de la República, se basó en ideales populares y sociales que llevarían al país a un cambio trascendental, donde se quitara el monopolio que tenían los grupos políticos, y que evitaban que el desarrollo económico y social llegara a los poblados más abandonados carentes de los servicios básicos; tenían un control total sobre la población, los recursos y el gobierno. Los ideales revolucionarios se cristalizarían en lemas como “Tierra y Libertad”, por el defensor de los campesinos Emiliano Zapata, o lo que hasta en la actualidad se usa “Sufragio efectivo, no reelección”, lema de Francisco I. Madero que sentaría las bases para un sistema político plural donde no existiera el dominio del gobierno y de los poderes representativos del país por un solo actor o grupo determinado. Este movimiento revolucionario y lucha social es considerado como el acontecimiento más importante de México en el siglo XX, puesto que lo que vino después de la Revolución marcarías las bases sociales y políticas, principalmente, para lo que hoy conforman la política mexicana.

Hoy, a cien años de esta convulsión social, el país está viviendo nuevamente situaciones similares a las que antecedieron a la Revolución y ocasionadas por un factor común: el hartazgo social. Ha transcurrido un siglo y pareciera ser que los ideales por los que murieron miles de mexicanos en la lucha armada de 1910 no han rendido frutos que beneficien a la sociedad y no han logrado transformar el sistema político y social de México. Actualmente se dice que se vive en un “sistema democrático”, por el simple hecho de que existe una mayor pluralidad política, con diversos partidos políticos que participan en las contiendas electorales y porque los mexicanos pueden expresar sus opiniones y ser, supuestamente, partícipes del gobierno que los representa. Sin embargo la realidad es distinta. En México se vive un sistema de “trueque” entre los partidos políticos y su participación en el Congreso de la Unión; los representantes de los ciudadanos, que en teoría tendrían que velar por los intereses de mexicanos y crear el marco de justicia para el desarrollo del país, se dedican a condicionar la aprobación de leyes o reformas constitucionales a cambio de favores políticos que den ventaja a su partido o a algún grupo en específico, ¿acaso esto es democracia? El hartazgo social no es una cosa menor, puesto que es el motor que está incitando a la población a reaccionar en contra del gobierno que lo tiene sumido en la pobreza y el atraso, y que lo único que piden son mejores condiciones de vida y de trabajo o que sus hijos puedan acudir a la escuela; como ha ocurrido históricamente en México, y en general en América Latina, los grupos más afectados han sido los campesinos, los indígenas y todos los trabajadores que conforman a la clase media, el soporte de la economía mexicana, que de forma alarmante está desapareciendo, y los pobres, que por definición ya son considerados un “problema” más del país.

Para darnos cuenta de nuestra realidad: según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en el 2006 había 44.7 millones de pobres, en 2010 la cifra está llegando a los 53 millones y para el 2011 se espera que aumente en 2.5 millones de personas en condiciones de pobreza; datos de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) apuntan que los pueblos indígenas representan entre el 20 y 25 por ciento de la población, todos ellos en condiciones de marginación y de pobreza; el 70% de los poco más de 25 millones de campesinos en México es pobre; durante el último año se han perdido más de 350 mil empleos y las cifras señalan que este año el desempleo en México oscilará entre el 4.8 y 5.2 por ciento, según cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI). Y qué decir de los medios de comunicación, que muchos de ellos son controlados y tienen “acuerdos” con el gobierno. Su papel no sólo se ha enfocado a informar, con objetividad y veracidad a los mexicanos, sino que han trastocado otras esferas a las cuales han afectado con su intromisión, principalmente con fines económicos; tal es el caso de la compañía Televisa, cuya labor actualmente es promocionar la imagen del actual gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, con miras al proceso electoral de 2012, en el cual los mexicanos habremos de elegir al Presidente de la República; y precisamente este gobernador pertenece al Partido Revolucionario Institucional (PRI), partido oficialista que duró más de siete décadas en el gobierno mexicano y que tuvo sus orígenes en la Revolución Mexicana de 1910.

A todas luces es una acción que viola los procedimientos democráticos y electorales en beneficio de una persona y un grupo. Los ideales revolucionarios de 1910, el reparto equitativo de la tierra, así como la convicción de crear un país más democrático y justo se han desvanecido hoy en día. A pesar de que cada año se recuerda el movimiento revolucionario con desfiles y discursos repletos de retórica, la situación social de México ha empeorado. El retroceso social debido al desempleo, la baja calidad de vida, la ausencia del Estado para proporcionar lo necesario a sus habitantes, como seguridad, educación, salud, vivienda y trabajo, además de ser promotor y expulsor de mano de obra mexicana en busca de mejores oportunidades laborales o de al menos conseguir algo para llevar a sus familias (las cifras muestran que cada año entre 400 y 500 mil persona están cruzando la frontera mexicana hacia Estados Unidos en busca de otra vida), está llevando a la sociedad mexicana a un grado de hartazgo social que no se le vislumbra una solución concreta; se están creando movimientos ciudadanos para presionar al gobierno a realizar su labor en los diferentes rubros, y aunque son pocos los casos en los que la población, debido a la indiferencia e incapacidad del gobierno para resolver sus problemas, ha tomado machetes, palos y lo que pueden para hacer un llamado de atención y de justicia, no hay que descartar la posibilidad de una revolución social que establezca los nuevos órdenes de la política y la sociedad, que verdaderamente estén cimentados en los ciudadanos y sus necesidades. Han pasado 100 años de la Revolución Mexicana, pero no han pasado la lucha por la justicia, por el desarrollo equitativo y la necesidad de una conciencia social que responda al llamado de la mayoría.

Y a propósito del Centenario de la Revolución Mexicana…

Omar Salinas
Omar Salinas García
jueves, 18 de noviembre de 2010, 08:34 h (CET)
Cómo no recordar uno de los acontecimientos más importantes para la historia de México; una batalla que significó un parte aguas para el rumbo de la nación y que daría apertura a una nueva etapa social y política para el país: la Revolución Mexicana, iniciada el 20 de noviembre de 1910.

Los orígenes de esta lucha, que posteriormente se convertiría en un conflicto armado, se dan por la situación política que se vivía en ese entonces; el régimen que encabezaba el General Porfirio Díaz estaba agonizando debido al control político que había ejercido durante su gobierno y a la falta de representatividad en la clase política, esto es la falta de una democracia, aunado a las persecuciones y asesinatos que sufrieron todos aquellos que se manifestaban en contra del gobierno del General Díaz.

A pesar de que fue una época de represión política y social, así como de censura a la libertad de expresión y una ausencia de un sistema que representara los intereses de todos los mexicanos, en especial de los campesinos, trabajadores y los pobres, fue una época de gran auge para México.

Durante el porfiriato (llamado así por el largo tiempo que duró Porfirio Díaz en la presidencia de México), y en lo personal el propio General Díaz mostró una interés y se dio a la tarea de incluir a México en el concierto de las naciones; la proyección internacional que tuvo México fue muy favorable, a pesar de que al principio el gobierno estadunidense se mostró en contra del régimen de Díaz por haber llegado al poder mediante un golpe de Estado; fue una época gloriosa para la política exterior mexicana y para el establecimiento de relaciones con otras naciones, principalmente las más industrializadas, pues Díaz exponía que México tenía la capacidad y podía llegar a ser como esos países. La inversión de capitales extranjeros y de tecnologías en el país, como la construcción de la red ferroviaria nacional, las mejoras en los puertos de la República o la ampliación del telégrafo y del teléfono, dieron al país un crecimiento económico importante, que se traducía en el desarrollo de las ciudades, aunque también de manera inequitativa. Este crecimiento económico, la expansión de las vías de comunicación así como la relativa estabilidad política que Porfirio Díaz le dio al país, tuvieron como resultado una imagen sólida de México hacia el exterior, que como se menciona en líneas anteriores, dio la oportunidad al país de comenzar relaciones diplomáticas y comerciales con los países más industrializados, así como atraer la atención de éstos hacia México.

A pesar de los rasgos positivos del porfiriato, el control político que tenía el gobierno sobre el país y los mexicanos, así como la búsqueda de un sistema democrático que transformara la realidad que se estaba viviendo, en especial en la cúpula política del gobierno y en la situación de los campesinos y las tierras que trabajaban. Esta lucha, que comenzó con manifestaciones de descontento social y terminó en derramamiento de sangre y levantamientos armados en diferentes puntos de la República, se basó en ideales populares y sociales que llevarían al país a un cambio trascendental, donde se quitara el monopolio que tenían los grupos políticos, y que evitaban que el desarrollo económico y social llegara a los poblados más abandonados carentes de los servicios básicos; tenían un control total sobre la población, los recursos y el gobierno. Los ideales revolucionarios se cristalizarían en lemas como “Tierra y Libertad”, por el defensor de los campesinos Emiliano Zapata, o lo que hasta en la actualidad se usa “Sufragio efectivo, no reelección”, lema de Francisco I. Madero que sentaría las bases para un sistema político plural donde no existiera el dominio del gobierno y de los poderes representativos del país por un solo actor o grupo determinado. Este movimiento revolucionario y lucha social es considerado como el acontecimiento más importante de México en el siglo XX, puesto que lo que vino después de la Revolución marcarías las bases sociales y políticas, principalmente, para lo que hoy conforman la política mexicana.

Hoy, a cien años de esta convulsión social, el país está viviendo nuevamente situaciones similares a las que antecedieron a la Revolución y ocasionadas por un factor común: el hartazgo social. Ha transcurrido un siglo y pareciera ser que los ideales por los que murieron miles de mexicanos en la lucha armada de 1910 no han rendido frutos que beneficien a la sociedad y no han logrado transformar el sistema político y social de México. Actualmente se dice que se vive en un “sistema democrático”, por el simple hecho de que existe una mayor pluralidad política, con diversos partidos políticos que participan en las contiendas electorales y porque los mexicanos pueden expresar sus opiniones y ser, supuestamente, partícipes del gobierno que los representa. Sin embargo la realidad es distinta. En México se vive un sistema de “trueque” entre los partidos políticos y su participación en el Congreso de la Unión; los representantes de los ciudadanos, que en teoría tendrían que velar por los intereses de mexicanos y crear el marco de justicia para el desarrollo del país, se dedican a condicionar la aprobación de leyes o reformas constitucionales a cambio de favores políticos que den ventaja a su partido o a algún grupo en específico, ¿acaso esto es democracia? El hartazgo social no es una cosa menor, puesto que es el motor que está incitando a la población a reaccionar en contra del gobierno que lo tiene sumido en la pobreza y el atraso, y que lo único que piden son mejores condiciones de vida y de trabajo o que sus hijos puedan acudir a la escuela; como ha ocurrido históricamente en México, y en general en América Latina, los grupos más afectados han sido los campesinos, los indígenas y todos los trabajadores que conforman a la clase media, el soporte de la economía mexicana, que de forma alarmante está desapareciendo, y los pobres, que por definición ya son considerados un “problema” más del país.

Para darnos cuenta de nuestra realidad: según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en el 2006 había 44.7 millones de pobres, en 2010 la cifra está llegando a los 53 millones y para el 2011 se espera que aumente en 2.5 millones de personas en condiciones de pobreza; datos de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) apuntan que los pueblos indígenas representan entre el 20 y 25 por ciento de la población, todos ellos en condiciones de marginación y de pobreza; el 70% de los poco más de 25 millones de campesinos en México es pobre; durante el último año se han perdido más de 350 mil empleos y las cifras señalan que este año el desempleo en México oscilará entre el 4.8 y 5.2 por ciento, según cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI). Y qué decir de los medios de comunicación, que muchos de ellos son controlados y tienen “acuerdos” con el gobierno. Su papel no sólo se ha enfocado a informar, con objetividad y veracidad a los mexicanos, sino que han trastocado otras esferas a las cuales han afectado con su intromisión, principalmente con fines económicos; tal es el caso de la compañía Televisa, cuya labor actualmente es promocionar la imagen del actual gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, con miras al proceso electoral de 2012, en el cual los mexicanos habremos de elegir al Presidente de la República; y precisamente este gobernador pertenece al Partido Revolucionario Institucional (PRI), partido oficialista que duró más de siete décadas en el gobierno mexicano y que tuvo sus orígenes en la Revolución Mexicana de 1910.

A todas luces es una acción que viola los procedimientos democráticos y electorales en beneficio de una persona y un grupo. Los ideales revolucionarios de 1910, el reparto equitativo de la tierra, así como la convicción de crear un país más democrático y justo se han desvanecido hoy en día. A pesar de que cada año se recuerda el movimiento revolucionario con desfiles y discursos repletos de retórica, la situación social de México ha empeorado. El retroceso social debido al desempleo, la baja calidad de vida, la ausencia del Estado para proporcionar lo necesario a sus habitantes, como seguridad, educación, salud, vivienda y trabajo, además de ser promotor y expulsor de mano de obra mexicana en busca de mejores oportunidades laborales o de al menos conseguir algo para llevar a sus familias (las cifras muestran que cada año entre 400 y 500 mil persona están cruzando la frontera mexicana hacia Estados Unidos en busca de otra vida), está llevando a la sociedad mexicana a un grado de hartazgo social que no se le vislumbra una solución concreta; se están creando movimientos ciudadanos para presionar al gobierno a realizar su labor en los diferentes rubros, y aunque son pocos los casos en los que la población, debido a la indiferencia e incapacidad del gobierno para resolver sus problemas, ha tomado machetes, palos y lo que pueden para hacer un llamado de atención y de justicia, no hay que descartar la posibilidad de una revolución social que establezca los nuevos órdenes de la política y la sociedad, que verdaderamente estén cimentados en los ciudadanos y sus necesidades. Han pasado 100 años de la Revolución Mexicana, pero no han pasado la lucha por la justicia, por el desarrollo equitativo y la necesidad de una conciencia social que responda al llamado de la mayoría.

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