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Etiquetas | Fútbol / Análisis Cartagena
Juan Antonio Aznar

Una firmica pa la salvasión

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El próximo sábado viene el Betis al Cartagonova. Todo el mundo en Cartagena se pregunta si su máximo dirigente, Luís Oliver, se atreve a pisar la ciudad a la que, hace siete años, casi deja sin fútbol por culpa de una nefasta gestión y una caradura sin precedentes. Me apetece recordar aquí, a modo de homenaje, uno de los episodios más entrañables que, sin embargo, tuvieron lugar en aquella época: una recogida de firmas, plagada de anécdotas, que un puñado de aficionados llevaron a cabo para evitar la desaparición del club.







Si acudir al estadio siempre fue una manera eficaz de estudiar el carácter ancestral de nuestro pueblo, no quiero contar lo que supone ponerse a pie de calle (o de centro comercial) y abordar a los transeúntes, al objeto de convencerles de que tienen que firmar para algo tan singular como que el equipo de fútbol de la ciudad no desaparezca.

Puede adivinarse que las reacciones eran de lo más dispares. Había gente (los menos) que ni nos escuchaba y se iba “más rápido que un sidral”, quizás temiendo que fuéramos a ofrecerles algún producto financiero o algún aparato de esos para purificar el agua que están tan de moda. Otros que, pese a tener el carrito lleno de congelados, nos dedicaban su atención durante unos minutos y acababan firmando y deseándonos suerte. Y luego estaba la gran mayoría –cada vez más, conocedora de la problemática en la que andaba envuelto el club (gracias a los medios de comunicación)- que firmaba en seguida con gran predisposición y no necesitaba de mayores explicaciones. ¡A veces había familias enteras firmando! También es cierto, justo es reconocerlo, que una firma no compromete a nada y que había que tener “mu mala follá” para negarse a contribuir a nuestra empresa; a no ser, claro está, que dicha negativa estuviera sustentada en algún tipo de convicción personal como la de considerar pecaminosa toda ayuda pública a algo tan insustancial, para muchos, como es el balompié. Postura que yo respetaría profundamente, si no fuera porque tengo claro que en la actualidad se destinan muchas más ayudas a actividades de dudosa utilidad, que ya quisieran generar la mitad de externalidades positivas (como dicen los economistas) que sobre el conjunto de la sociedad engendra el deporte del balompié.

A fuerza de ser sincero, tengo que decir que, al menos dos de las firmas que finalmente conseguimos, deberían haber sido invalidadas. Como la falta ya ha prescrito, y al fín y al cabo sólo se trató de dos firmas en un océano de nueve mil, no considero una improcedencia contar aquí el porqué. Es más (y entro ya en el capítulo de las anécdotas; todas ellas rigurosamente ciertas) creo que resultará hasta divertido y me servirá para romper un poco la pesadez de la charla:

Como bien sabe el lector, en aquella época, antes de que el Cartagena recuperara su histórico nombre, el equipo de la ciudad era el “Cartagonova”, denominación que pacíficamente compartía con el que aún sigue llamándose “Estadio Municipal Cartagonova”. Esta circunstancia provocó que, como digo, al menos dos de las personas firmantes, malinterpretaran eso de “Salvemos al Cartagonova” creyendo que lo que estaba en peligro de extinción era el propio estadio municipal, y no el vilipendiado equipo de fútbol de la ciudad. La primera de ellas fue una señora de mediana edad que nada más requerirla para que firmase lamentó: “Joe, es que van a tirar el estadio con lo abonico que es, pos yo firmo ande sea…” Obviamente nadie se atrevió a sacarla de su error; como tampoco sacamos de su error, mea culpa, a ese otro joven que mientras firmaba profirió “Un pijo, no pienso dejar que nos quiten el único sitio ande nos dejan haser botelleos”

Capítulo de confusiones aparte, también hubo quien hizo honor a eso de “Cartagena, ciudad acogedora”. Me estoy acordando, por ejemplo, de una señora a la que la situación de los jugadores del Cartagonova la conmovió de tal manera que no dudó en comunicarnos: “Lastima de muchachos, lo que estarán pasando esas familias; vosotros haser el favor de desirles que si nesesitan que yo les lave algo en mi casa me lo digan, que he escuchao en la arradio que no tíen ni pa detergente” No fue la única que demostró su solidaridad con los “pobreticos” jugadores del Cartagonova pero, desde luego, sí la más original.

Y es que su carácter, con independencia del género, le impide al cartagenero marcharse sin más ante situaciones como las que he descrito. El cartagenero, para la realización de su espíritu precisa de la proclamación, en voz alta y con rotundidad, de algún comentario que deje bien clara cuál es su opinión al respecto del tema que se está tratando; no vaya a ser que lo tomen por tibio o poco resuelto. De ahí que, por ejemplo, hasta los visitantes más mesurados no pudieran evitar, con el bolígrafo en la mano, soltar frases como: “Amos, yo si quereis os firmo, pero eso no tie solusion ninguna y no va a servir pa ná”. De hecho, ahora que lo pienso, creo que este último fue el comentario que más se repitió durante nuestra estancia en los stands de recogida de firmas. Menos mal que estábamos preparados para ello y jamás cundió el desánimo.

Al hilo de las disquisiciones que no puede evitar pronunciar el cartagenero en determinados contextos, continuaré recordando otra, que me pareció especialmente reseñable por su contundencia y optimismo: “Trae pacá, a ver si echamos d´una ves al hijoputa ese del Oliver”. Igual de contundente, pero mucho menos optimista, se mostró otro caballero que nos chilló “Yo firmo, pero pa que se hunda”. Entre paréntesis: Ya he dicho antes que no todo fueron facilidades y, ciertamente, hubo quienes se empeñaron en que no nos hiciéramos demasiadas ilusiones, como se puede apreciar. Yo creo que se trataba de quemasangres de tres al cuarto que, desde luego, no debían tener ni idea del esfuerzo que estábamos haciendo. De hecho hubo contestaciones mucho más desagradables que no estoy dispuesto a reproducir aquí pero que, sin duda, el lector podrá fácilmente sospechar.

También pasaron por los puntos de recogida de firmas, cómo no, algunos de los que acostumbran a ver en la ciudad hermana, el origen de todas nuestras desgracias: “La culpa de to la tien los putos mursianos, asín se pudran”.

Adrede he dejado para lo último, la contestación de otra señora (ahora me estoy dando cuenta de que las mujeres fueron las más locuaces, quizás porque estaban en su salsa, esto es; de compras) que se me figuró bastante llamativa. Cuando nos vio por primera vez, esta mujer nos miró con despreció y se marchó corriendo a efectuar sus compras dejándonos con la palabra en la boca; pero más tarde, con la compra ya hecha, se presentó delante nuestra y exclamó “Perdonad que fuera antes tan estúpida pero es que me creí que erais los hippies esos del No a la Guerra. Si es para salvar al Cartago sí que os firmo”.

Hay que recordar que, por aquel entonces, la oposición al gobierno de España también llevaba a cabo una campaña concienciación ciudadana en la que, en este caso, se pedía la no intervención de nuestras tropas en la guerra de Irak. Puedo decir, orgulloso pero sin menospreciar a nadie, que la Plataforma recogió aproximadamente diez veces más firmas que dicha iniciativa en nuestra ciudad.

Al final, firma arriba, firma abajo, el montón que se entregó en el Registro del Ayuntamiento ascendió a la nada desdeñable cifra de nueve mil. También el club, por cierto, guarda copia de esas firmas en sus oficinas. Y eso que muchas se quedaron en tierra...qué se le va a hacer. De una forma o de otra, y pese a que muchos se empeñaron en menospreciarlas esa mágica cifra premiaba el enorme esfuerzo de los miembros de La Plataforma. Y, más aún, cuando supimos, de forma oficiosa, que dichas firmas sirvieron de aval al propio concejal (paradojas de la vida), para conseguir que la Federación Murciana de Fútbol amenazara con actuar de oficio si Oliver no abandonaba voluntariamente el club, condición ésta, sinequanon, para que se produjera la tan ansiada salvación...

Una firmica pa la salvasión

Juan Antonio Aznar
Juan Aznar
lunes, 15 de noviembre de 2010, 18:42 h (CET)
El próximo sábado viene el Betis al Cartagonova. Todo el mundo en Cartagena se pregunta si su máximo dirigente, Luís Oliver, se atreve a pisar la ciudad a la que, hace siete años, casi deja sin fútbol por culpa de una nefasta gestión y una caradura sin precedentes. Me apetece recordar aquí, a modo de homenaje, uno de los episodios más entrañables que, sin embargo, tuvieron lugar en aquella época: una recogida de firmas, plagada de anécdotas, que un puñado de aficionados llevaron a cabo para evitar la desaparición del club.







Si acudir al estadio siempre fue una manera eficaz de estudiar el carácter ancestral de nuestro pueblo, no quiero contar lo que supone ponerse a pie de calle (o de centro comercial) y abordar a los transeúntes, al objeto de convencerles de que tienen que firmar para algo tan singular como que el equipo de fútbol de la ciudad no desaparezca.

Puede adivinarse que las reacciones eran de lo más dispares. Había gente (los menos) que ni nos escuchaba y se iba “más rápido que un sidral”, quizás temiendo que fuéramos a ofrecerles algún producto financiero o algún aparato de esos para purificar el agua que están tan de moda. Otros que, pese a tener el carrito lleno de congelados, nos dedicaban su atención durante unos minutos y acababan firmando y deseándonos suerte. Y luego estaba la gran mayoría –cada vez más, conocedora de la problemática en la que andaba envuelto el club (gracias a los medios de comunicación)- que firmaba en seguida con gran predisposición y no necesitaba de mayores explicaciones. ¡A veces había familias enteras firmando! También es cierto, justo es reconocerlo, que una firma no compromete a nada y que había que tener “mu mala follá” para negarse a contribuir a nuestra empresa; a no ser, claro está, que dicha negativa estuviera sustentada en algún tipo de convicción personal como la de considerar pecaminosa toda ayuda pública a algo tan insustancial, para muchos, como es el balompié. Postura que yo respetaría profundamente, si no fuera porque tengo claro que en la actualidad se destinan muchas más ayudas a actividades de dudosa utilidad, que ya quisieran generar la mitad de externalidades positivas (como dicen los economistas) que sobre el conjunto de la sociedad engendra el deporte del balompié.

A fuerza de ser sincero, tengo que decir que, al menos dos de las firmas que finalmente conseguimos, deberían haber sido invalidadas. Como la falta ya ha prescrito, y al fín y al cabo sólo se trató de dos firmas en un océano de nueve mil, no considero una improcedencia contar aquí el porqué. Es más (y entro ya en el capítulo de las anécdotas; todas ellas rigurosamente ciertas) creo que resultará hasta divertido y me servirá para romper un poco la pesadez de la charla:

Como bien sabe el lector, en aquella época, antes de que el Cartagena recuperara su histórico nombre, el equipo de la ciudad era el “Cartagonova”, denominación que pacíficamente compartía con el que aún sigue llamándose “Estadio Municipal Cartagonova”. Esta circunstancia provocó que, como digo, al menos dos de las personas firmantes, malinterpretaran eso de “Salvemos al Cartagonova” creyendo que lo que estaba en peligro de extinción era el propio estadio municipal, y no el vilipendiado equipo de fútbol de la ciudad. La primera de ellas fue una señora de mediana edad que nada más requerirla para que firmase lamentó: “Joe, es que van a tirar el estadio con lo abonico que es, pos yo firmo ande sea…” Obviamente nadie se atrevió a sacarla de su error; como tampoco sacamos de su error, mea culpa, a ese otro joven que mientras firmaba profirió “Un pijo, no pienso dejar que nos quiten el único sitio ande nos dejan haser botelleos”

Capítulo de confusiones aparte, también hubo quien hizo honor a eso de “Cartagena, ciudad acogedora”. Me estoy acordando, por ejemplo, de una señora a la que la situación de los jugadores del Cartagonova la conmovió de tal manera que no dudó en comunicarnos: “Lastima de muchachos, lo que estarán pasando esas familias; vosotros haser el favor de desirles que si nesesitan que yo les lave algo en mi casa me lo digan, que he escuchao en la arradio que no tíen ni pa detergente” No fue la única que demostró su solidaridad con los “pobreticos” jugadores del Cartagonova pero, desde luego, sí la más original.

Y es que su carácter, con independencia del género, le impide al cartagenero marcharse sin más ante situaciones como las que he descrito. El cartagenero, para la realización de su espíritu precisa de la proclamación, en voz alta y con rotundidad, de algún comentario que deje bien clara cuál es su opinión al respecto del tema que se está tratando; no vaya a ser que lo tomen por tibio o poco resuelto. De ahí que, por ejemplo, hasta los visitantes más mesurados no pudieran evitar, con el bolígrafo en la mano, soltar frases como: “Amos, yo si quereis os firmo, pero eso no tie solusion ninguna y no va a servir pa ná”. De hecho, ahora que lo pienso, creo que este último fue el comentario que más se repitió durante nuestra estancia en los stands de recogida de firmas. Menos mal que estábamos preparados para ello y jamás cundió el desánimo.

Al hilo de las disquisiciones que no puede evitar pronunciar el cartagenero en determinados contextos, continuaré recordando otra, que me pareció especialmente reseñable por su contundencia y optimismo: “Trae pacá, a ver si echamos d´una ves al hijoputa ese del Oliver”. Igual de contundente, pero mucho menos optimista, se mostró otro caballero que nos chilló “Yo firmo, pero pa que se hunda”. Entre paréntesis: Ya he dicho antes que no todo fueron facilidades y, ciertamente, hubo quienes se empeñaron en que no nos hiciéramos demasiadas ilusiones, como se puede apreciar. Yo creo que se trataba de quemasangres de tres al cuarto que, desde luego, no debían tener ni idea del esfuerzo que estábamos haciendo. De hecho hubo contestaciones mucho más desagradables que no estoy dispuesto a reproducir aquí pero que, sin duda, el lector podrá fácilmente sospechar.

También pasaron por los puntos de recogida de firmas, cómo no, algunos de los que acostumbran a ver en la ciudad hermana, el origen de todas nuestras desgracias: “La culpa de to la tien los putos mursianos, asín se pudran”.

Adrede he dejado para lo último, la contestación de otra señora (ahora me estoy dando cuenta de que las mujeres fueron las más locuaces, quizás porque estaban en su salsa, esto es; de compras) que se me figuró bastante llamativa. Cuando nos vio por primera vez, esta mujer nos miró con despreció y se marchó corriendo a efectuar sus compras dejándonos con la palabra en la boca; pero más tarde, con la compra ya hecha, se presentó delante nuestra y exclamó “Perdonad que fuera antes tan estúpida pero es que me creí que erais los hippies esos del No a la Guerra. Si es para salvar al Cartago sí que os firmo”.

Hay que recordar que, por aquel entonces, la oposición al gobierno de España también llevaba a cabo una campaña concienciación ciudadana en la que, en este caso, se pedía la no intervención de nuestras tropas en la guerra de Irak. Puedo decir, orgulloso pero sin menospreciar a nadie, que la Plataforma recogió aproximadamente diez veces más firmas que dicha iniciativa en nuestra ciudad.

Al final, firma arriba, firma abajo, el montón que se entregó en el Registro del Ayuntamiento ascendió a la nada desdeñable cifra de nueve mil. También el club, por cierto, guarda copia de esas firmas en sus oficinas. Y eso que muchas se quedaron en tierra...qué se le va a hacer. De una forma o de otra, y pese a que muchos se empeñaron en menospreciarlas esa mágica cifra premiaba el enorme esfuerzo de los miembros de La Plataforma. Y, más aún, cuando supimos, de forma oficiosa, que dichas firmas sirvieron de aval al propio concejal (paradojas de la vida), para conseguir que la Federación Murciana de Fútbol amenazara con actuar de oficio si Oliver no abandonaba voluntariamente el club, condición ésta, sinequanon, para que se produjera la tan ansiada salvación...

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