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Borja Costa

Rojos. Fascistas. Maricones. Gallegos

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La agresividad de los términos es considerable, efectivamente, pero son, tan solo, algunas de las etiquetas con las que a lo largo de la Historia de este país prácticamente la totalidad de los intelectuales y creadores – o sus obras – han sido clasificados, catalogados, y, sobre todo, marcados a fuego para su sacrificio: muchas veces por sus propias ideas plasmadas en sus legados culturales, muchas veces por sus ideas personales sin más; otras muchas, más lamentable, sin contar con estas para nada. Son, las de arriba, etiquetas para el último siglo: antes - que nadie tema - , teníamos otras, pero es que por aquel entonces la homosexualidad y los gallegos no existían exactamente como tal, los rojos eran otra cosa y el fascismo era la esencia y no lo llamativo.

Y es que, atendiendo al régimen político al alza, sea del tipo que sea, los gobiernos han hecho desde siempre listas negras entre estos pensadores, creadores, filósofos o, simplemente, maestros, de la oposición. Los han vetado, prohibido, denigrado; asesinado a muchos de ellos. Hablamos tan solo de posiciones políticas, claro: la opinión popular no suele ser tan extremista en sus juicios a este respecto, y solo cuando lo llega a ser, se debe a una previa fuerza, y esfuerzo, y presión política.

Época tras época, gobierno tras gobierno, la situación se repite, a pesar de que la misma vida nos demuestra cada día que no hay forma de hacer callar a los poetas; con difamación o sin difamación, el papel del árbol caído comparte con los muertos tantas cosas vividas que forjan amistades eternas, y los vientos rumorean sus secretos a través de las hojas, secas ya de savia y de sangre, pero más vivas que nunca.

Así, ante la maestría de sus versos, el mundo ha acabado perdonado a Lorca por su condición de rojo. También en estas tierras, al antes fascista Muñoz Seca se le representa en teatros mil, y a todos los autores de silencio vergonzante, la gran mayoría, se les ha acabado mirando con ojos de comprensión. Fuera de nuestras fronteras, los ejemplos son numerosos e igualmente flagrantes: nadie comprende hoy que Eisenstein pudiera ser vetado como lo fue por sus torsos desnudos de hombres fornidos, mientras que D.W. Griffith, con su racismo exacerbado y su justificación de la tortura y la mutilación al hombre negro, fuese aclamado desde sus comienzos. En todo caso, esto último es normal, porque hablamos de arte y no de ideologías, y por lo tanto deben tenerse en cuenta muchas otras cosas: nadie debería dudar en asegurar que todas las aberraciones del cine de este señor palidecen sin ninguna duda ante la grandeza de un trabajo fílmico como “El Nacimiento de una Nación”.

De regreso por estos lares, hay que decir que precisamente de eso, del nacimiento de una nación, habló también el intelectual, narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, político, y médico a su pesar, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao. Del nacimiento de una nación y de otras muchas cosas más, por supuesto, aunque ninguna debió de ser tan dolorosa como aquella, porque sin haber sido acusado de rojo, fascista o maricón, sin ser racista o maltratador, todavía no le han perdonado.

Y es que a los 125 años de su nacimiento, los representantes de la derecha españolista más recalcitrante deciden que declarar el año 2011 como “Año Castelao” sería hacer un ejercicio de “exaltación del nacionalismo”. Y ello, enfrentándose a acuerdos previos de la Cámara y al consenso de absolutamente todos los partidos. Cierto es que Castelao es el padre del nacionalismo gallego, pero es que, en Galicia, Castelao es el padre de casi todo lo que signifique pensamiento, y quizás sea eso lo molesto. En cualquier caso, para mi - mal que le pese a estos señores que deciden politizarlo todo - , exaltar su figura sería sobre todo exaltar al autor de una asombrosa obra gráfica y ensayística, pero podríamos pensar únicamente en sus trabajos publicitarios (e inofensivos), o en su estupendo trabajo como dramaturgo, para comprender la importancia, la creatividad desbordante, de esta figura. Y es que Castelao no solo desarrolló la idea de una nación: hasta dónde yo sé, era él bastante menos obsesivo con este tema que los que ahora le vetan, e incluso le sobraba tiempo libre para hacer otras cosas y de rebote, acabar mundialmente premiado y considerado por sus logros sin pretenderlo, como por ejemplo, en su lucha por la defensa de los derechos del hombre negro.

Rojos. Fascistas. Maricones. Gallegos

Borja Costa
Borja Costa
lunes, 15 de noviembre de 2010, 09:15 h (CET)
La agresividad de los términos es considerable, efectivamente, pero son, tan solo, algunas de las etiquetas con las que a lo largo de la Historia de este país prácticamente la totalidad de los intelectuales y creadores – o sus obras – han sido clasificados, catalogados, y, sobre todo, marcados a fuego para su sacrificio: muchas veces por sus propias ideas plasmadas en sus legados culturales, muchas veces por sus ideas personales sin más; otras muchas, más lamentable, sin contar con estas para nada. Son, las de arriba, etiquetas para el último siglo: antes - que nadie tema - , teníamos otras, pero es que por aquel entonces la homosexualidad y los gallegos no existían exactamente como tal, los rojos eran otra cosa y el fascismo era la esencia y no lo llamativo.

Y es que, atendiendo al régimen político al alza, sea del tipo que sea, los gobiernos han hecho desde siempre listas negras entre estos pensadores, creadores, filósofos o, simplemente, maestros, de la oposición. Los han vetado, prohibido, denigrado; asesinado a muchos de ellos. Hablamos tan solo de posiciones políticas, claro: la opinión popular no suele ser tan extremista en sus juicios a este respecto, y solo cuando lo llega a ser, se debe a una previa fuerza, y esfuerzo, y presión política.

Época tras época, gobierno tras gobierno, la situación se repite, a pesar de que la misma vida nos demuestra cada día que no hay forma de hacer callar a los poetas; con difamación o sin difamación, el papel del árbol caído comparte con los muertos tantas cosas vividas que forjan amistades eternas, y los vientos rumorean sus secretos a través de las hojas, secas ya de savia y de sangre, pero más vivas que nunca.

Así, ante la maestría de sus versos, el mundo ha acabado perdonado a Lorca por su condición de rojo. También en estas tierras, al antes fascista Muñoz Seca se le representa en teatros mil, y a todos los autores de silencio vergonzante, la gran mayoría, se les ha acabado mirando con ojos de comprensión. Fuera de nuestras fronteras, los ejemplos son numerosos e igualmente flagrantes: nadie comprende hoy que Eisenstein pudiera ser vetado como lo fue por sus torsos desnudos de hombres fornidos, mientras que D.W. Griffith, con su racismo exacerbado y su justificación de la tortura y la mutilación al hombre negro, fuese aclamado desde sus comienzos. En todo caso, esto último es normal, porque hablamos de arte y no de ideologías, y por lo tanto deben tenerse en cuenta muchas otras cosas: nadie debería dudar en asegurar que todas las aberraciones del cine de este señor palidecen sin ninguna duda ante la grandeza de un trabajo fílmico como “El Nacimiento de una Nación”.

De regreso por estos lares, hay que decir que precisamente de eso, del nacimiento de una nación, habló también el intelectual, narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, político, y médico a su pesar, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao. Del nacimiento de una nación y de otras muchas cosas más, por supuesto, aunque ninguna debió de ser tan dolorosa como aquella, porque sin haber sido acusado de rojo, fascista o maricón, sin ser racista o maltratador, todavía no le han perdonado.

Y es que a los 125 años de su nacimiento, los representantes de la derecha españolista más recalcitrante deciden que declarar el año 2011 como “Año Castelao” sería hacer un ejercicio de “exaltación del nacionalismo”. Y ello, enfrentándose a acuerdos previos de la Cámara y al consenso de absolutamente todos los partidos. Cierto es que Castelao es el padre del nacionalismo gallego, pero es que, en Galicia, Castelao es el padre de casi todo lo que signifique pensamiento, y quizás sea eso lo molesto. En cualquier caso, para mi - mal que le pese a estos señores que deciden politizarlo todo - , exaltar su figura sería sobre todo exaltar al autor de una asombrosa obra gráfica y ensayística, pero podríamos pensar únicamente en sus trabajos publicitarios (e inofensivos), o en su estupendo trabajo como dramaturgo, para comprender la importancia, la creatividad desbordante, de esta figura. Y es que Castelao no solo desarrolló la idea de una nación: hasta dónde yo sé, era él bastante menos obsesivo con este tema que los que ahora le vetan, e incluso le sobraba tiempo libre para hacer otras cosas y de rebote, acabar mundialmente premiado y considerado por sus logros sin pretenderlo, como por ejemplo, en su lucha por la defensa de los derechos del hombre negro.

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