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David S. Broder

Un paso hacia la cordura fiscal

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WASHINGTON -- Lo que Erskine Bowles y Alan Simpson han dado a América es el equivalente a una ducha fría tras una noche de melopea. Es el momento de la resaca.

Los secretarios de la comisión de deuda y déficit del Presidente, al esbozar las medidas que dicen van a ser necesarias para borrar los números rojos y devolver los presupuestos a la solvencia en 2020, lograron un gran hito: Hacen imposible que cualquiera simule que existen formas relativamente fáciles o indoloras de salir de la monumental fosa fiscal en que nos hemos metido.

Durante una década entera, nuestros políticos han simulado ofrecer soluciones al dilema presupuestario que no tenía ninguna solución. Antes incluso de que se presentara la Gran Recesión, los Congresos Republicanos interpretaron charadas con la connivencia del Presidente Bush, y la nación se hundía más en las deudas con cada ejercicio fiscal.

El Presidente Obama fue investido prometiendo que no pasaría la patata caliente a su sucesor simplemente. Cuando dijo esto en su encuentro pre-investidura con los periodistas del Washington Post, estoy convencido de que hablaba en serio -- y lo hizo.

Bowles, el ex jefe de gabinete de la Casa Blanca Clinton, y Simpson, ex senador Republicano de Wyoming, nunca dudaron de que Obama fuera en serio con la tarea que les había encomendado de sanear este desastre. Cuando el pasado verano les entrevisté en Boston, dejaron muy claro que iban a emprender lo que hiciera falta para solucionar este problema, y en todo su glorioso detalle.

Algunos de los restantes integrantes de la comisión de 18 miembros, encargados de recomendar medidas al Congreso el 1 de diciembre, parecían sorprendidos de lo que Simpson y Bowles les habían puesto delante. No deberían.

Todo el mundo y todas las instituciones van a tener que contribuir -- mejor sacrificar, genuinamente -- si vamos a reparar los excesos causados a nuestra salud económica. Ningún terreno de gasto público se va a salvar. Ni el Pentágono, ni la seguridad social ni Medicare, ni una sola agencia ni instancia. El régimen fiscal va a cambiar y recaudará más impuestos a la gente de los que recauda ahora.

Mientras va calando este mensaje, creo que hay posibilidades de que se desarrolle en Washington un diálogo realista. Y extrañamente, la administración repartida puede ayudar en lugar de interferir con su crecimiento.

A medida que las recomendaciones Bowles-Simpson sean debatidas en el marco de la comisión durante lo que queda del mes, vamos a descubrir dos cosas: cuáles de las muchas opciones incómodas son las más censurables para la mayoría. Esas habrán de modificarse. Y en segundo lugar, ¿hay algún electorado central por alguna parte dispuesto a entrar en escena y confrontar el desafío?

Los secretarios van a trasladar la presión a todo el mundo. Lo que han dicho es que cada vez que se les diga "No puedo dar mi apoyo a eso", su respuesta será, "¿Cuál es entonces su alternativa?"

Lo que probablemente saldrá del diálogo es un programa revisado que podría acercarse más a movilizar a una mayoría dentro de este dividido Congreso. Ningún Demócrata puede creer, tras mirar alrededor, que puede proteger todos los programas tramitados desde los tiempos del New Deal y el Great Society. Tampoco todos esos Republicanos y activistas fiscales sentados tijeras en mano.

Y ningún Republicano, al margen de lo aislado ideológicamente que esté, puede pensar que los Demócratas cuyos votos harán falta para tramitar cualquier batería de medidas van a permitir que todos los sacrificios se hagan exclusivamente en la parte del gasto público -- en especial en los programas destinados a las rentas modestas.

Cuento con semanas de protestas y rechinar de dientes, incluso meses. Pero en contraste con el resto, creo que al final la realidad impondrá acomodos y cuando lo haga, habrá motivos genuinos de celebración.

Lo que está pasando ahora mismo en Gran Bretaña, donde el Parlamento debate un presupuesto austero, también va a suceder aquí. Dará comienzo la nueva era de sobriedad.

Un paso hacia la cordura fiscal

David S. Broder
David S. Broder
lunes, 15 de noviembre de 2010, 08:22 h (CET)
WASHINGTON -- Lo que Erskine Bowles y Alan Simpson han dado a América es el equivalente a una ducha fría tras una noche de melopea. Es el momento de la resaca.

Los secretarios de la comisión de deuda y déficit del Presidente, al esbozar las medidas que dicen van a ser necesarias para borrar los números rojos y devolver los presupuestos a la solvencia en 2020, lograron un gran hito: Hacen imposible que cualquiera simule que existen formas relativamente fáciles o indoloras de salir de la monumental fosa fiscal en que nos hemos metido.

Durante una década entera, nuestros políticos han simulado ofrecer soluciones al dilema presupuestario que no tenía ninguna solución. Antes incluso de que se presentara la Gran Recesión, los Congresos Republicanos interpretaron charadas con la connivencia del Presidente Bush, y la nación se hundía más en las deudas con cada ejercicio fiscal.

El Presidente Obama fue investido prometiendo que no pasaría la patata caliente a su sucesor simplemente. Cuando dijo esto en su encuentro pre-investidura con los periodistas del Washington Post, estoy convencido de que hablaba en serio -- y lo hizo.

Bowles, el ex jefe de gabinete de la Casa Blanca Clinton, y Simpson, ex senador Republicano de Wyoming, nunca dudaron de que Obama fuera en serio con la tarea que les había encomendado de sanear este desastre. Cuando el pasado verano les entrevisté en Boston, dejaron muy claro que iban a emprender lo que hiciera falta para solucionar este problema, y en todo su glorioso detalle.

Algunos de los restantes integrantes de la comisión de 18 miembros, encargados de recomendar medidas al Congreso el 1 de diciembre, parecían sorprendidos de lo que Simpson y Bowles les habían puesto delante. No deberían.

Todo el mundo y todas las instituciones van a tener que contribuir -- mejor sacrificar, genuinamente -- si vamos a reparar los excesos causados a nuestra salud económica. Ningún terreno de gasto público se va a salvar. Ni el Pentágono, ni la seguridad social ni Medicare, ni una sola agencia ni instancia. El régimen fiscal va a cambiar y recaudará más impuestos a la gente de los que recauda ahora.

Mientras va calando este mensaje, creo que hay posibilidades de que se desarrolle en Washington un diálogo realista. Y extrañamente, la administración repartida puede ayudar en lugar de interferir con su crecimiento.

A medida que las recomendaciones Bowles-Simpson sean debatidas en el marco de la comisión durante lo que queda del mes, vamos a descubrir dos cosas: cuáles de las muchas opciones incómodas son las más censurables para la mayoría. Esas habrán de modificarse. Y en segundo lugar, ¿hay algún electorado central por alguna parte dispuesto a entrar en escena y confrontar el desafío?

Los secretarios van a trasladar la presión a todo el mundo. Lo que han dicho es que cada vez que se les diga "No puedo dar mi apoyo a eso", su respuesta será, "¿Cuál es entonces su alternativa?"

Lo que probablemente saldrá del diálogo es un programa revisado que podría acercarse más a movilizar a una mayoría dentro de este dividido Congreso. Ningún Demócrata puede creer, tras mirar alrededor, que puede proteger todos los programas tramitados desde los tiempos del New Deal y el Great Society. Tampoco todos esos Republicanos y activistas fiscales sentados tijeras en mano.

Y ningún Republicano, al margen de lo aislado ideológicamente que esté, puede pensar que los Demócratas cuyos votos harán falta para tramitar cualquier batería de medidas van a permitir que todos los sacrificios se hagan exclusivamente en la parte del gasto público -- en especial en los programas destinados a las rentas modestas.

Cuento con semanas de protestas y rechinar de dientes, incluso meses. Pero en contraste con el resto, creo que al final la realidad impondrá acomodos y cuando lo haga, habrá motivos genuinos de celebración.

Lo que está pasando ahora mismo en Gran Bretaña, donde el Parlamento debate un presupuesto austero, también va a suceder aquí. Dará comienzo la nueva era de sobriedad.

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