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David S. Broder

El cambio brusco de sentido electoral

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WASHINGTON -- El término clave en el que se coincide para referirse a los comicios que a principios de este mes reconstituyeron nuestra política es que se produjo un \"maremoto electoral\".

No es una mala descripción. Resume la imagen de una gran masa de agua adentrándose en tierra desde todas direcciones aparentemente y liberando su energía sobre la costa en forma de centenares de victorias individuales salpicadas. Unas elecciones en las que al menos 60 escaños en la Cámara y 600 escaños legislativos estatales cambiaron de manos pueden desde luego llamarse maremoto.

Pero yo creo que una caracterización mejor es que se produjo un \"cambio electoral brusco de sentido\". Ese término nos sitúa sobre una autopista, no una playa, y sugiere lo que pasa cuando su coche circula siguiendo el sentido del tráfico y de pronto cambia de carril saltando la mediana, encontrándose de bruces con el tráfico que circula de frente. Resulta pavoroso al principio y desorientador, y exige del ajuste inmediato.

En este punto es donde se encuentra la Casa Blanca. En su primera rueda de prensa desde que se conocieran los resultados, el Presidente Obama se mostraba característicamente racional, analítico y controlando plenamente sus emociones. A medida que cala la percepción del cambio de sentido, aumenta la sensación de pánico.

Había un descontento visible en la Casa Blanca cuando la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi anunciaba que iba a quedarse como secretario de la oposición en el próximo Congreso. Estaba claro que los hombres del presidente la habían marcado para ocupar el papel de víctima sacrificada. Ellos nos dieron la paliza, así que hay que entregarles a Nancy para apaciguarles. Ese parecía ser el plan.

Pero con Pelosi y el Senador que lidera a la mayoría Harry Reid volviendo al mismo tiempo a sus cargos de dirección, está más claro que nunca que hacer ajustes al entorno dramáticamente diferente va a exigir medidas por parte del propio Obama -- y en cuanto vuelva de su presente gira asiática.

La primera prueba de fuego va a ser planteada por la sección saliente del Congreso. ¿Es legítimo que las personas que han sido expulsadas de la administración por las urnas traten de promulgar legislaciones en nombre de aquellos que van a seguir?

He aquí una forma de pensar esa cuestión: el poder legislativo entregado a un congresista hace dos años o más y luego arrancado de pronto por los votantes no puede ser considerado seriamente como un mandato de medidas futuras.

Esto significa que aquellos senadores y congresistas que no lograron la reelección el 2 de noviembre deben hacerse a un lado y abstenerse de sacar adelante sus propias ideas cuando se reúna el Congreso. La agenda debería de estar marcada por aquellos -- tanto Republicanos como Demócratas -- a los que les acaba de ser adjudicada la autoridad por los electores. Eso sí, no sólo incluyen a John Boehner o a Mitch McConnell, sino también a Pelosi y a Reid.

Pero yo diría que es legítimo y oportuno considerar a los verdaderos legisladores que no van a renovar, aquellos que desaparecerán llegado enero, como una especie de jurado que puede juzgar el valor de las ideas que avancen durante las próximas semanas los colegas que vuelven.

Se podrá argumentar que sus credenciales han sido rechazadas por los electores. Pero yo creo que es adecuado pensar en ellos como observadores relativamente imparciales e informados, bien preparados para evaluar la labor de los demás.

El Russ Feingold de Wisconsin expulsado electoralmente durante el vuelco masivo que tuvo lugar en su estado se inclinará por no ser o parecer vengativo en sus votos durante esta última sesión en la que va a participar. De igual forma, Mike Castle, de Delaware, fue emboscado en las primarias Republicanas al Senado y no vuelve. Pero ciertamente confiaría en que será el mismo legislador independiente y atento que siempre ha sido.

Hay un papel para todos, si estos legisladores reflexionan con cierto detenimiento.

El cambio brusco de sentido electoral

David S. Broder
David S. Broder
jueves, 11 de noviembre de 2010, 10:44 h (CET)
WASHINGTON -- El término clave en el que se coincide para referirse a los comicios que a principios de este mes reconstituyeron nuestra política es que se produjo un \"maremoto electoral\".

No es una mala descripción. Resume la imagen de una gran masa de agua adentrándose en tierra desde todas direcciones aparentemente y liberando su energía sobre la costa en forma de centenares de victorias individuales salpicadas. Unas elecciones en las que al menos 60 escaños en la Cámara y 600 escaños legislativos estatales cambiaron de manos pueden desde luego llamarse maremoto.

Pero yo creo que una caracterización mejor es que se produjo un \"cambio electoral brusco de sentido\". Ese término nos sitúa sobre una autopista, no una playa, y sugiere lo que pasa cuando su coche circula siguiendo el sentido del tráfico y de pronto cambia de carril saltando la mediana, encontrándose de bruces con el tráfico que circula de frente. Resulta pavoroso al principio y desorientador, y exige del ajuste inmediato.

En este punto es donde se encuentra la Casa Blanca. En su primera rueda de prensa desde que se conocieran los resultados, el Presidente Obama se mostraba característicamente racional, analítico y controlando plenamente sus emociones. A medida que cala la percepción del cambio de sentido, aumenta la sensación de pánico.

Había un descontento visible en la Casa Blanca cuando la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi anunciaba que iba a quedarse como secretario de la oposición en el próximo Congreso. Estaba claro que los hombres del presidente la habían marcado para ocupar el papel de víctima sacrificada. Ellos nos dieron la paliza, así que hay que entregarles a Nancy para apaciguarles. Ese parecía ser el plan.

Pero con Pelosi y el Senador que lidera a la mayoría Harry Reid volviendo al mismo tiempo a sus cargos de dirección, está más claro que nunca que hacer ajustes al entorno dramáticamente diferente va a exigir medidas por parte del propio Obama -- y en cuanto vuelva de su presente gira asiática.

La primera prueba de fuego va a ser planteada por la sección saliente del Congreso. ¿Es legítimo que las personas que han sido expulsadas de la administración por las urnas traten de promulgar legislaciones en nombre de aquellos que van a seguir?

He aquí una forma de pensar esa cuestión: el poder legislativo entregado a un congresista hace dos años o más y luego arrancado de pronto por los votantes no puede ser considerado seriamente como un mandato de medidas futuras.

Esto significa que aquellos senadores y congresistas que no lograron la reelección el 2 de noviembre deben hacerse a un lado y abstenerse de sacar adelante sus propias ideas cuando se reúna el Congreso. La agenda debería de estar marcada por aquellos -- tanto Republicanos como Demócratas -- a los que les acaba de ser adjudicada la autoridad por los electores. Eso sí, no sólo incluyen a John Boehner o a Mitch McConnell, sino también a Pelosi y a Reid.

Pero yo diría que es legítimo y oportuno considerar a los verdaderos legisladores que no van a renovar, aquellos que desaparecerán llegado enero, como una especie de jurado que puede juzgar el valor de las ideas que avancen durante las próximas semanas los colegas que vuelven.

Se podrá argumentar que sus credenciales han sido rechazadas por los electores. Pero yo creo que es adecuado pensar en ellos como observadores relativamente imparciales e informados, bien preparados para evaluar la labor de los demás.

El Russ Feingold de Wisconsin expulsado electoralmente durante el vuelco masivo que tuvo lugar en su estado se inclinará por no ser o parecer vengativo en sus votos durante esta última sesión en la que va a participar. De igual forma, Mike Castle, de Delaware, fue emboscado en las primarias Republicanas al Senado y no vuelve. Pero ciertamente confiaría en que será el mismo legislador independiente y atento que siempre ha sido.

Hay un papel para todos, si estos legisladores reflexionan con cierto detenimiento.

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