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Luis López

El vacío imperfecto

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Fernando Pessoa fue en contadas ocasiones Fernando Pessoa, a juzgar por sus escritos. El baile de su persona a menudo le arrimó a otra voz con la que expresarse. Cogido al azar cualquiera de sus heterónimos, con los que presentaba a través de otro su literatura, se advierte en seguida su lucidez aplastante, su capacidad reflexiva y evocadora, la enorme sombra de cada palabra, que se alarga triunfante sobre la mente del lector. Fruto de su apasionado trabajo es el legado de uno de los grandes poetas del siglo XX donde, sin embargo, se advierte un fondo amargo. La oscuridad latente del que asomado al abismo decide avanzar consciente por rutas desconocidas. Una sima de saudade donde Pessoa era el centro del vacío. Porque en ese concepto indefinido en castellano que encierra el término portugués, se erigió como capitán de la causa. Aunque quizá cometió un error. Dentro de su enorme facultad habitaba el propio Pessoa. Tras su conocimiento versado, su intelecto preparado y su prosa analítica, tras toda su energía del desasosiego, quería seguir siendo de los demás.

La literatura de la dualidad del hombre se remonta al Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, aunque en esta obra la ruptura de la continuidad del ser conlleva numerosas frustraciones para su personaje. Caso contrario al de Pessoa, que parece sentirse muy cómodo cambiando de camisa. Realmente disfrutaba los privilegios que suponen inventar una voz. Un nuevo comienzo, sin un bagaje que arrastrar y por el cual responder, no hay ataduras, todo empieza. Emana libertad de pensamiento transmitida a la pluma, que tampoco siente el peso de una historia o de unas expectativas. El escritor luso siempre está desmarcado de su anterior yo, el reflejo en el espejo es un poema vacío, sin cuerpo y sin mente. Sólo cáscara que rellenar y en fisonomía Pessoa era un doctor.

En vida sólo publicó el poemario Mensaje, aunque se puede encontrar su obra ensayística y periodística salpicando numerosas publicaciones de la época. De hecho, dirigió varias revistas con escaso éxito, y es considerado el creador de los movimientos portugueses de vanguardia. A pesar de lo cual, trabajó toda su vida como traductor de correspondencia comercial. Aunque realmente fue corresponsal de sí mismo. Criado en Sudáfrica, dominaba el inglés, idioma en el que empezó a desdoblarse, buscando en la lengua anglosajona parte de sí mismo. Desde joven se entregó con profusión partiéndose fuera de su identidad. Esa fractura marcó siempre su creación. Sus diversas sombras siempre le siguieron. Su inquietud le impidió conseguir atársela como procuraba Peter Pan. Algunas de sus voces incluso se elevaron para criticar su propia obra heterónima. Inventó su círculo de amistades, sus biografías. Entre ellos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares. Pudo ver la vida a través de sus ojos, conocer la verdad desde diversos ángulos, reveló la existencia varias veces en posiciones sociales, políticas y estéticas a veces contrapuestas, pero siempre lúcidas, fieles a su recorrido poético.

Pessoa miró el mundo de forma múltiple. Sospechaba ser muchos hombres como escribió Tabucchi. Parte de su enigma reside en esta composición. No fue un hombre notorio hasta su muerte. El reconocimiento llegó, como a muchos, una vez ya era imposible comunicárselo. Su generosidad, en cambio, sigue abriendo los brazos setenta y cinco años después de haberse quedado rígidos. Pues el descubrimiento de su obra inédita, habla del regalo que su particular carácter escribió para goce del resto. Es su descendencia. Pessoa continúa multiplicándose.

El vacío imperfecto

Luis López
Luis López
martes, 9 de noviembre de 2010, 07:58 h (CET)
Fernando Pessoa fue en contadas ocasiones Fernando Pessoa, a juzgar por sus escritos. El baile de su persona a menudo le arrimó a otra voz con la que expresarse. Cogido al azar cualquiera de sus heterónimos, con los que presentaba a través de otro su literatura, se advierte en seguida su lucidez aplastante, su capacidad reflexiva y evocadora, la enorme sombra de cada palabra, que se alarga triunfante sobre la mente del lector. Fruto de su apasionado trabajo es el legado de uno de los grandes poetas del siglo XX donde, sin embargo, se advierte un fondo amargo. La oscuridad latente del que asomado al abismo decide avanzar consciente por rutas desconocidas. Una sima de saudade donde Pessoa era el centro del vacío. Porque en ese concepto indefinido en castellano que encierra el término portugués, se erigió como capitán de la causa. Aunque quizá cometió un error. Dentro de su enorme facultad habitaba el propio Pessoa. Tras su conocimiento versado, su intelecto preparado y su prosa analítica, tras toda su energía del desasosiego, quería seguir siendo de los demás.

La literatura de la dualidad del hombre se remonta al Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, aunque en esta obra la ruptura de la continuidad del ser conlleva numerosas frustraciones para su personaje. Caso contrario al de Pessoa, que parece sentirse muy cómodo cambiando de camisa. Realmente disfrutaba los privilegios que suponen inventar una voz. Un nuevo comienzo, sin un bagaje que arrastrar y por el cual responder, no hay ataduras, todo empieza. Emana libertad de pensamiento transmitida a la pluma, que tampoco siente el peso de una historia o de unas expectativas. El escritor luso siempre está desmarcado de su anterior yo, el reflejo en el espejo es un poema vacío, sin cuerpo y sin mente. Sólo cáscara que rellenar y en fisonomía Pessoa era un doctor.

En vida sólo publicó el poemario Mensaje, aunque se puede encontrar su obra ensayística y periodística salpicando numerosas publicaciones de la época. De hecho, dirigió varias revistas con escaso éxito, y es considerado el creador de los movimientos portugueses de vanguardia. A pesar de lo cual, trabajó toda su vida como traductor de correspondencia comercial. Aunque realmente fue corresponsal de sí mismo. Criado en Sudáfrica, dominaba el inglés, idioma en el que empezó a desdoblarse, buscando en la lengua anglosajona parte de sí mismo. Desde joven se entregó con profusión partiéndose fuera de su identidad. Esa fractura marcó siempre su creación. Sus diversas sombras siempre le siguieron. Su inquietud le impidió conseguir atársela como procuraba Peter Pan. Algunas de sus voces incluso se elevaron para criticar su propia obra heterónima. Inventó su círculo de amistades, sus biografías. Entre ellos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares. Pudo ver la vida a través de sus ojos, conocer la verdad desde diversos ángulos, reveló la existencia varias veces en posiciones sociales, políticas y estéticas a veces contrapuestas, pero siempre lúcidas, fieles a su recorrido poético.

Pessoa miró el mundo de forma múltiple. Sospechaba ser muchos hombres como escribió Tabucchi. Parte de su enigma reside en esta composición. No fue un hombre notorio hasta su muerte. El reconocimiento llegó, como a muchos, una vez ya era imposible comunicárselo. Su generosidad, en cambio, sigue abriendo los brazos setenta y cinco años después de haberse quedado rígidos. Pues el descubrimiento de su obra inédita, habla del regalo que su particular carácter escribió para goce del resto. Es su descendencia. Pessoa continúa multiplicándose.

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