Si busca lo políticamente correcto, mejor no siga leyendo. Entre otras cosas porque hoy le toca el turno a la franqueza, un elemento que, por si no se han dado cuenta, vende mucho en televisión. Al menos, así nos lo hicieron ver hace ya unos años los fundadores de ‘La fábrica de la tele’, productora que creó lo que se denomina ‘telebasura’, de la mano de programas como ‘Aquí hay tomate’, ‘Sálvame’, ‘La Noria’ y el reciente ‘España pregunta, Belén responde’. Sobra decir que la formación, la cultura y los buenos modales no vienen parejos a este tipo de formatos, pero también hay que reconocer los méritos de sus responsables, reflexionar sobre el momento actual y, sobretodo, no subestimar ni al espectador ni a los profesionales del medio. La televisión tiene una función social importantísima y por tanto es innegable su capacidad de formación e información. Pero también es entretenimiento y como tal... Puro espectáculo.
Programas como ‘Sálvame’ están todos los días en el ojo del huracán, pero la clave de su éxito no radica en el ya trasnochado mundo del ‘corazón’, sino en el arrojo de sus creadores cuando se atrevieron a explotar la sencillez y cotidianidad en televisión: una merienda entre colegas que se expresan a sus anchas, que se mueven por plató sin miedos escénicos, aunque ello suponga poner de los nervios al realizador. Aquí no importa la calidad técnica, sino la naturalidad. La mayoría de las veces se convierte en un auténtico circo de andar por casa pero que, paradojas de la vida, cada sobremesa consigue convencer a la audiencia.
Esta situación irrita enormemente a los sectores más eruditos de la sociedad que cargan contra este tipo de productos y menosprecian la profesionalidad de los que trabajan para ellos. Sin embargo, se olvidan de algo importante. Que los responsables de estos formatos manejan a la perfección las herramientas audiovisuales y tiene claro su objetivo: atraer al espectador. El contenido ya saben que es vulgar, pero no el continente: Cebos, vídeos y guiones escaletados con esmero e hilados con sumo mimo para que el público no repare en el mando. El 95% de las tardes se consigue. No hay muchas profesiones tan productivas.
Nadie duda que engancharse a este tipo de televisión puede tener efectos secundarios en el intelecto, pero es el espectador quién decide. Si un programa no funciona... se quita. Entonces, por qué no nos preguntamos la razón por la que triunfan estos formatos ¿Por qué en vez de ensañarse contra la televisión actual no nos dedicamos a observar la realidad? Dejemos por una vez de buscar culpables y plantear soluciones. Mucho se ha debido perder el respeto, por ejemplo, a la política para que la Esteban consiguiese, según las encuestas, ser la formación más votada en caso de presentarse a unas elecciones. ¿Estamos realmente ante una sociedad madura? Es curioso que la ‘telebasura’ exaspere tanto a los doctos en vez de despertarles una sonrisa y serle totalmente indiferente. Ríos de tinta siguen criticando la afluencia de estos formatos. El miedo esta latente. Pavor a que la televisión actual contribuya a seguir degradando a una sociedad cada vez más ignorante. ¿No sería más efectivo darle la vuelta a la tortilla y atajar el problema de raíz? Si centráramos los esfuerzos, que se nos escapan por la boca en críticas hacía el medio, en plantear nuevos métodos que nos lleven a un país con un mayor nivel cultural quizá, de aquí a unos años, no haga falta preocuparse tanto por esa ‘caja tonta’ que nos entretiene... La gente seguiría decidiendo lo qué quiere ver... Pero la televisión sería diferente.