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Kathleen Parker

La noticia del martes

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NUEVA YORK - Dos palabras: Mensaje, contenido.

Los Demócratas han hablado sin cesar de la importancia del mensaje -- que brilla por su ausencia en el caso del Presidente Obama. Hemos escuchado hablar sin parar de la falta del mensaje inteligente y del fracaso del presidente a la hora de trasladarlo. Si Obama supiera expresarse mejor, todo iría bien.

¿En serio? Es el mismo presidente cuya estimulante retórica disparó hace tiempo su popularidad a cotas celestiales y que, tras ser investido, nunca dejó de expresarse.

Durante meses, apareció en todas partes. Hablando, hablando y hablando. Admitámoslo. ¿Cuántas veces encendió la televisión y dijo, "Vaya por Dios, otra vez Obama"? Varias pantallas de cue han tenido que ser jubiladas anticipadamente fruto del agotamiento.

He aquí un mensaje: No se puede vender a la gente lo que no quiere, al margen de lo persuasivo del tono. Este es el mensaje claro de las elecciones parlamentarias, y ¿alguien no lo sabía?

Al parecer sólo los Demócratas.

Ellos -- el "ellos" principal -- dicen que la gente no votó contra el presidente. Eche un vistazo. A la mayoría de los estadounidenses el presidente no les cae mal, como persona. Obama no dio lugar a esta sombría tesitura económica, y la mayoría reconoce ese dato. Pero los votantes depositaron claramente una papeleta contra sus políticas.

Y no, los activistas del movimiento fiscal no votaban en contra del color de su piel, como sugería en una columna reciente mi colega Eugene Robinson. "Recuperar el país", el eslogan popular del movimiento, no significa reclamárselo a "los negros". Significa reclamárselo a una administración tunante.

Había tantas pistas, que hasta el desorientado debió ver la que venía.

En febrero de 2009, Obama disfrutaba de una popularidad del 76%. Voy a repetir eso: ¡¡¡El 76%!!! Pocos aparte de Dios tienen mejores resultados. Evidentemente, de ahí sólo se puede caer, pero no se puede achacar la caída al racismo. Toda esa gente no se dio cuenta una mañana de que su presidente es afroamericano y se volvieron racistas.

¿Hay racistas en América? Claro. Y algunos de ellos hacen aparición en mítines del movimiento fiscal. Puede decir lo que quiera del movimiento fiscal, y habrá mucho que decir, pero es fundamentalmente injusto decir que los activistas fiscales son racistas. También es igual de incorrecto decir que la oposición a Obama es anti-negros. Las elecciones fueron un referendo de sus políticas, que son consideradas de forma generalizada demasiado extralimitadas y, por tanto, en última instancia, amenaza para la libertad individual. Es así de sencillo.

El interrogante esencial al que los electores dieron respuesta es si el gobierno o el sector privado está mejor preparado para crear empleo. Es una cuestión en la que discrepan economistas e historiadores, pero fue la otra cara de las elecciones del martes. A riesgo de simplificar en exceso, el baño de sangre de las legislativas fue un enfrentamiento por el capitalismo.

Si los candidatos sabían articular con propiedad argumentos de mercado no tenía tanta importancia como que entendieran que la administración intervencionista significa menos libertad individual. No hace falta un doctorado en teoría Keynesiana para ver que es blanco y en botella.

La popularidad en caída libre de Obama desde su ascenso planetario es muy fácil de seguir. Los momentos de desplome en su popularidad se corresponden con puntos concretos de su agenda, como la ley de estímulo o la reforma sanitaria. Intercalados entre estas iniciativas hay indicios de alarma del tamaño de Chile.

En noviembre de 2009, tanto Nueva Jersey como Virginia eligieron a gobernadores Republicanos -- Chris Christie y Bob McDonnell, respectivamente. Estas dos elecciones fueron referendos del programa de Obama, vinculado concretamente la sanidad. A continuación, en enero, llegaba el Republicano Scott Brown en Massachusetts, otro estado Demócrata, llegando en tromba al Senado para ocupar la vacante dejada por la muerte de Ted Kennedy.

Eso es mensaje. Pero de alguna forma los Demócratas no lo vieron. Cerraron los ojos e hicieron exactamente lo que repugna a los estadounidenses: mostraron desprecio al desinformado vulgo e insistieron en que a la gente le iba a gustar lo que estaba haciendo su gobierno una vez lo entendiera. Traducción: abre la boca y traga.

No fue tranquilizador escuchar a la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi diciendo a un grupo de funcionarios del condado: "Tenemos que tramitar la ley para que podáis descubrir lo que contiene".

En lugar de escuchar la voz de la gente, los Demócratas y la Casa Blanca duplicaron la apuesta y empezaron a demonizar a la oposición. Era culpa de Rush Limbaugh. La Fox News era el problema. John Boehner, presidente oficioso de la Cámara hoy, se convirtió en el objetivo del momento. Replicando algunos de los peores momentos del movimiento fiscal, la Casa Blanca imponía el mantra del nosotros contra ellos.

Ellos son el problema. Excepto que, lamentablemente, "ellos" son El Pueblo. Y sus voces no iban a ser ignoradas. Para bien o para mal, nuestro sistema de gobierno no incluye la monarquía.

Obama no necesita ser mejor comunicador. Le hace falta ser mejor oyente. Fin de la historia.

La noticia del martes

Kathleen Parker
Kathleen Parker
viernes, 5 de noviembre de 2010, 07:47 h (CET)
NUEVA YORK - Dos palabras: Mensaje, contenido.

Los Demócratas han hablado sin cesar de la importancia del mensaje -- que brilla por su ausencia en el caso del Presidente Obama. Hemos escuchado hablar sin parar de la falta del mensaje inteligente y del fracaso del presidente a la hora de trasladarlo. Si Obama supiera expresarse mejor, todo iría bien.

¿En serio? Es el mismo presidente cuya estimulante retórica disparó hace tiempo su popularidad a cotas celestiales y que, tras ser investido, nunca dejó de expresarse.

Durante meses, apareció en todas partes. Hablando, hablando y hablando. Admitámoslo. ¿Cuántas veces encendió la televisión y dijo, "Vaya por Dios, otra vez Obama"? Varias pantallas de cue han tenido que ser jubiladas anticipadamente fruto del agotamiento.

He aquí un mensaje: No se puede vender a la gente lo que no quiere, al margen de lo persuasivo del tono. Este es el mensaje claro de las elecciones parlamentarias, y ¿alguien no lo sabía?

Al parecer sólo los Demócratas.

Ellos -- el "ellos" principal -- dicen que la gente no votó contra el presidente. Eche un vistazo. A la mayoría de los estadounidenses el presidente no les cae mal, como persona. Obama no dio lugar a esta sombría tesitura económica, y la mayoría reconoce ese dato. Pero los votantes depositaron claramente una papeleta contra sus políticas.

Y no, los activistas del movimiento fiscal no votaban en contra del color de su piel, como sugería en una columna reciente mi colega Eugene Robinson. "Recuperar el país", el eslogan popular del movimiento, no significa reclamárselo a "los negros". Significa reclamárselo a una administración tunante.

Había tantas pistas, que hasta el desorientado debió ver la que venía.

En febrero de 2009, Obama disfrutaba de una popularidad del 76%. Voy a repetir eso: ¡¡¡El 76%!!! Pocos aparte de Dios tienen mejores resultados. Evidentemente, de ahí sólo se puede caer, pero no se puede achacar la caída al racismo. Toda esa gente no se dio cuenta una mañana de que su presidente es afroamericano y se volvieron racistas.

¿Hay racistas en América? Claro. Y algunos de ellos hacen aparición en mítines del movimiento fiscal. Puede decir lo que quiera del movimiento fiscal, y habrá mucho que decir, pero es fundamentalmente injusto decir que los activistas fiscales son racistas. También es igual de incorrecto decir que la oposición a Obama es anti-negros. Las elecciones fueron un referendo de sus políticas, que son consideradas de forma generalizada demasiado extralimitadas y, por tanto, en última instancia, amenaza para la libertad individual. Es así de sencillo.

El interrogante esencial al que los electores dieron respuesta es si el gobierno o el sector privado está mejor preparado para crear empleo. Es una cuestión en la que discrepan economistas e historiadores, pero fue la otra cara de las elecciones del martes. A riesgo de simplificar en exceso, el baño de sangre de las legislativas fue un enfrentamiento por el capitalismo.

Si los candidatos sabían articular con propiedad argumentos de mercado no tenía tanta importancia como que entendieran que la administración intervencionista significa menos libertad individual. No hace falta un doctorado en teoría Keynesiana para ver que es blanco y en botella.

La popularidad en caída libre de Obama desde su ascenso planetario es muy fácil de seguir. Los momentos de desplome en su popularidad se corresponden con puntos concretos de su agenda, como la ley de estímulo o la reforma sanitaria. Intercalados entre estas iniciativas hay indicios de alarma del tamaño de Chile.

En noviembre de 2009, tanto Nueva Jersey como Virginia eligieron a gobernadores Republicanos -- Chris Christie y Bob McDonnell, respectivamente. Estas dos elecciones fueron referendos del programa de Obama, vinculado concretamente la sanidad. A continuación, en enero, llegaba el Republicano Scott Brown en Massachusetts, otro estado Demócrata, llegando en tromba al Senado para ocupar la vacante dejada por la muerte de Ted Kennedy.

Eso es mensaje. Pero de alguna forma los Demócratas no lo vieron. Cerraron los ojos e hicieron exactamente lo que repugna a los estadounidenses: mostraron desprecio al desinformado vulgo e insistieron en que a la gente le iba a gustar lo que estaba haciendo su gobierno una vez lo entendiera. Traducción: abre la boca y traga.

No fue tranquilizador escuchar a la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi diciendo a un grupo de funcionarios del condado: "Tenemos que tramitar la ley para que podáis descubrir lo que contiene".

En lugar de escuchar la voz de la gente, los Demócratas y la Casa Blanca duplicaron la apuesta y empezaron a demonizar a la oposición. Era culpa de Rush Limbaugh. La Fox News era el problema. John Boehner, presidente oficioso de la Cámara hoy, se convirtió en el objetivo del momento. Replicando algunos de los peores momentos del movimiento fiscal, la Casa Blanca imponía el mantra del nosotros contra ellos.

Ellos son el problema. Excepto que, lamentablemente, "ellos" son El Pueblo. Y sus voces no iban a ser ignoradas. Para bien o para mal, nuestro sistema de gobierno no incluye la monarquía.

Obama no necesita ser mejor comunicador. Le hace falta ser mejor oyente. Fin de la historia.

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