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Fernando Núñez

Uy, qué miedo...

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Hubo un tiempo no muy lejano en el que darle la bienvenida al mes de noviembre era sinónimo de recogimiento y espiritualidad. En aquel tiempo los camposantos se convertían en lugares de peregrinación obligada, con el único propósito de rendir homenaje a los difuntos. A golpe de rodilla, y cepillo en mano, se limpiaban lápidas y panteones. Miles de flores eran colocadas con esmero en jarrones de frío mármol. Amarillas. Rojas. Blancas. Tantas había en aquel tiempo que casi sin quererlo nos regalaban una primavera en pleno otoño. Los rezos se confundían con el lamento de los cipreses, siempre tristes. Y algún que otro gato aprovechaba el ajetreo para llenar la barriga y dormir una siesta al sol.

Pero un buen día, con la globalización y el capitalismo, llegaron ellos a nuestra vida. Los americanos. Y nos enseñaron, entre otras muchas cosas, a comer hamburguesas XL, a comprar en centros comerciales y a divertirnos en parques temáticos. Nosotros, obedientes y algo acomplejados, aprendimos rápido. Que aunque a veces nos cuesta, la verdad es que cuando nos ponemos... Y así fue como el recogimiento dio paso al jolgorio. La espiritualidad al terror. Y el Día de Todos los Santos a Halloween.

Un año más las calles se han llenado de zombies, vampiros, momias y demás seres terroríficos que forman parte de la mitología popular. Y es que para disfrutar de este carnaval de lo grotesco no hay nada como colocarse una dentadura podrida o una nariz de bruja. Tampoco puede faltar un buen chorro de sangre en la cara. O en la camiseta. Y si lo acompañamos con un cuchillo, hacha o cualquier otro utensilio punzante, mejor. Porque para eso está Halloween. Para convertirnos en nuestros monstruos favoritos. O quizás en alguna víctima incauta. Pero sea cual sea nuestra elección lo importante es disfrazarse. Y pasar miedo. Mucho miedo.

A las celebrities les encanta Halloween. Quizás porque en estas fechas pueden librarse de la tiranía de su propia imagen. O quizás porque les gusta disfrazarse como al resto de los mortales. Pero lo cierto es que muchos son los famosos que celebran fiestas exclusivas donde las telarañas, las calabazas y los murciélagos se convierten en los protagonistas de la noche. Y muchos son los que se gastan un dineral en el disfraz más sexy. O el más logrado. O el más horrible. Sin embargo, para algunos es dinero tirado. ¿Por qué? Pues porque no lo necesitan. Porque ellos mismos son su mejor disfraz. Y porque viven, sin saberlo, en un Halloween perpetuo. Veamos algunos ejemplos.

Nicole Kidman. La que fuera en sus orígenes intrépida bicivoladora y, a la postre, uno de los rostros más hermosos del panorama cinematográfico contemporáneo, en la actualidad bien podría ser catalogada como pariente cercana de E.T. Un poco más alta, un poco más guapa y un poco menos marrón. Sí. Pero marciana al fin y al cabo. Y es que una obsesión enfermiza por luchar contra los efectos del tiempo parece haber llevado a la Kidman a una problemática adicción a la toxina de la eterna juventud. A la australiana se le ha ido la mano con las inyecciones de bótox y, como consecuencia, su cara ha perdido cualquier atisbo de expresividad. Hinchada, deformada y sin apenas movilidad facial, la actriz parece un ser de otro planeta. Ahora bien, no estoy muy seguro de que la Kidman busque desesperadamente un teléfono para volver a casa... Veredicto: extraterrestre.

Amy Winehouse. ¡No sin mi moño! Ese podría ser el grito de guerra de la cantante británica, porque la chica no se quita su postizo ni para dormir. Aunque para ser sinceros, más que moño el moño de la Winehouse parece un nido de golondrinas. Despeluchado. Sucio. Torcido. ¡Dios sabe lo que puede haber ahí dentro! Pero a Amy le trae sin cuidado. Y remata su terrorífico look pintando sus ojos con una raya que parece la Autovía del Mediterráneo, unos cuantos tatuajes carcelarios y una delgadez extrema que da grima. Por si esto fuera poco, a la joven le encanta autolesionarse cuando se aburre. Para gustos… Veredicto: miembro destacado de la familia Monster.

Mickey Rourke. Durante algún tiempo fue considerado uno de los hombres más atractivos del planeta, a lo cual contribuyó el mítico film “Nueve semanas y media” y ese strip-tease gastronómico que le regalaba sin pudor alguno la hermosa Kim Basinger. Pero el bueno de Rourke se emborrachó de éxito. Y de tequila. Vodka. Whisky. Vamos, que todo lo que caía en sus manos se lo metía entre pecho y espalda. Animado por la mala vida, que también es mala consejera, decidió abandonar su prometedora carrera cinematográfica para dedicarse al boxeo. Y además de perder casi todos los combates, también perdió unos cuantos dientes. Al pobre le rompieron el tabique nasal, las cejas y hasta el alma. Y si a todo esto le sumamos unos cuantos liftings de dudosos resultados, obtendremos al monstruo en el que se ha convertido hoy por hoy aquel sex symbol ochentero. Totalmente irreconocible, Rourke bien podría protagonizar un remake de “La Matanza de Texas”. Maquillaje no le haría falta… Veredicto: Leatherface.

Cher. Sin duda alguna es una mujer que se ha hecho a sí misma. Y no lo digo de una manera romántica o figurada. No. Cher se ha hecho a sí misma. Literalmente. A golpe de bisturí la cantante, actriz, directora y no se cuántas cosas más se ha convertido en la mujer perfecta. Según su criterio, claro. No hay un solo centímetro de su piel que no haya pasado por quirófano. Que si me quito una costilla. Que si me pongo pechos. Que si me retoco la nariz. Y los pómulos. Y los labios. Que si ya de paso me estiro toda la cara. Creo que nadie sabe a ciencia cierta las veces que se ha sometido a una intervención para mejorar su aspecto físico, pero las malas lenguas cuentan que más de 20. La pobre debe tener más costuras que un traje de faralaes… Veredicto: la novia de Frankenstein.

Sylvester Stallone. Lo de Rambo no tiene nombre. Es tan fuerte y surrealista que casi no tengo palabras para expresarlo. El que fuera letal asesino y paradigma de la virilidad se ha convertido en una auténtica muñeca de porcelana. Pero de esas que dan tanto miedo que las tienes que poner boca abajo para que no te miren con sus terroríficos ojos sin vida. Cuatro liftings mal hechos y un extraño gusto por el colorete y los polvos translúcidos han convertido a Stallone en una caricatura de sí mismo. Ni rastro queda de Rocky Balboa. Ni del justiciero Juez Dredd. Eso sí, allá donde va está siempre monísimo. O eso cree él… Veredicto: muñeca diabólica.

Uy, qué miedo...

Fernando Núñez
Fernando Nuñez
miércoles, 3 de noviembre de 2010, 11:26 h (CET)
Hubo un tiempo no muy lejano en el que darle la bienvenida al mes de noviembre era sinónimo de recogimiento y espiritualidad. En aquel tiempo los camposantos se convertían en lugares de peregrinación obligada, con el único propósito de rendir homenaje a los difuntos. A golpe de rodilla, y cepillo en mano, se limpiaban lápidas y panteones. Miles de flores eran colocadas con esmero en jarrones de frío mármol. Amarillas. Rojas. Blancas. Tantas había en aquel tiempo que casi sin quererlo nos regalaban una primavera en pleno otoño. Los rezos se confundían con el lamento de los cipreses, siempre tristes. Y algún que otro gato aprovechaba el ajetreo para llenar la barriga y dormir una siesta al sol.

Pero un buen día, con la globalización y el capitalismo, llegaron ellos a nuestra vida. Los americanos. Y nos enseñaron, entre otras muchas cosas, a comer hamburguesas XL, a comprar en centros comerciales y a divertirnos en parques temáticos. Nosotros, obedientes y algo acomplejados, aprendimos rápido. Que aunque a veces nos cuesta, la verdad es que cuando nos ponemos... Y así fue como el recogimiento dio paso al jolgorio. La espiritualidad al terror. Y el Día de Todos los Santos a Halloween.

Un año más las calles se han llenado de zombies, vampiros, momias y demás seres terroríficos que forman parte de la mitología popular. Y es que para disfrutar de este carnaval de lo grotesco no hay nada como colocarse una dentadura podrida o una nariz de bruja. Tampoco puede faltar un buen chorro de sangre en la cara. O en la camiseta. Y si lo acompañamos con un cuchillo, hacha o cualquier otro utensilio punzante, mejor. Porque para eso está Halloween. Para convertirnos en nuestros monstruos favoritos. O quizás en alguna víctima incauta. Pero sea cual sea nuestra elección lo importante es disfrazarse. Y pasar miedo. Mucho miedo.

A las celebrities les encanta Halloween. Quizás porque en estas fechas pueden librarse de la tiranía de su propia imagen. O quizás porque les gusta disfrazarse como al resto de los mortales. Pero lo cierto es que muchos son los famosos que celebran fiestas exclusivas donde las telarañas, las calabazas y los murciélagos se convierten en los protagonistas de la noche. Y muchos son los que se gastan un dineral en el disfraz más sexy. O el más logrado. O el más horrible. Sin embargo, para algunos es dinero tirado. ¿Por qué? Pues porque no lo necesitan. Porque ellos mismos son su mejor disfraz. Y porque viven, sin saberlo, en un Halloween perpetuo. Veamos algunos ejemplos.

Nicole Kidman. La que fuera en sus orígenes intrépida bicivoladora y, a la postre, uno de los rostros más hermosos del panorama cinematográfico contemporáneo, en la actualidad bien podría ser catalogada como pariente cercana de E.T. Un poco más alta, un poco más guapa y un poco menos marrón. Sí. Pero marciana al fin y al cabo. Y es que una obsesión enfermiza por luchar contra los efectos del tiempo parece haber llevado a la Kidman a una problemática adicción a la toxina de la eterna juventud. A la australiana se le ha ido la mano con las inyecciones de bótox y, como consecuencia, su cara ha perdido cualquier atisbo de expresividad. Hinchada, deformada y sin apenas movilidad facial, la actriz parece un ser de otro planeta. Ahora bien, no estoy muy seguro de que la Kidman busque desesperadamente un teléfono para volver a casa... Veredicto: extraterrestre.

Amy Winehouse. ¡No sin mi moño! Ese podría ser el grito de guerra de la cantante británica, porque la chica no se quita su postizo ni para dormir. Aunque para ser sinceros, más que moño el moño de la Winehouse parece un nido de golondrinas. Despeluchado. Sucio. Torcido. ¡Dios sabe lo que puede haber ahí dentro! Pero a Amy le trae sin cuidado. Y remata su terrorífico look pintando sus ojos con una raya que parece la Autovía del Mediterráneo, unos cuantos tatuajes carcelarios y una delgadez extrema que da grima. Por si esto fuera poco, a la joven le encanta autolesionarse cuando se aburre. Para gustos… Veredicto: miembro destacado de la familia Monster.

Mickey Rourke. Durante algún tiempo fue considerado uno de los hombres más atractivos del planeta, a lo cual contribuyó el mítico film “Nueve semanas y media” y ese strip-tease gastronómico que le regalaba sin pudor alguno la hermosa Kim Basinger. Pero el bueno de Rourke se emborrachó de éxito. Y de tequila. Vodka. Whisky. Vamos, que todo lo que caía en sus manos se lo metía entre pecho y espalda. Animado por la mala vida, que también es mala consejera, decidió abandonar su prometedora carrera cinematográfica para dedicarse al boxeo. Y además de perder casi todos los combates, también perdió unos cuantos dientes. Al pobre le rompieron el tabique nasal, las cejas y hasta el alma. Y si a todo esto le sumamos unos cuantos liftings de dudosos resultados, obtendremos al monstruo en el que se ha convertido hoy por hoy aquel sex symbol ochentero. Totalmente irreconocible, Rourke bien podría protagonizar un remake de “La Matanza de Texas”. Maquillaje no le haría falta… Veredicto: Leatherface.

Cher. Sin duda alguna es una mujer que se ha hecho a sí misma. Y no lo digo de una manera romántica o figurada. No. Cher se ha hecho a sí misma. Literalmente. A golpe de bisturí la cantante, actriz, directora y no se cuántas cosas más se ha convertido en la mujer perfecta. Según su criterio, claro. No hay un solo centímetro de su piel que no haya pasado por quirófano. Que si me quito una costilla. Que si me pongo pechos. Que si me retoco la nariz. Y los pómulos. Y los labios. Que si ya de paso me estiro toda la cara. Creo que nadie sabe a ciencia cierta las veces que se ha sometido a una intervención para mejorar su aspecto físico, pero las malas lenguas cuentan que más de 20. La pobre debe tener más costuras que un traje de faralaes… Veredicto: la novia de Frankenstein.

Sylvester Stallone. Lo de Rambo no tiene nombre. Es tan fuerte y surrealista que casi no tengo palabras para expresarlo. El que fuera letal asesino y paradigma de la virilidad se ha convertido en una auténtica muñeca de porcelana. Pero de esas que dan tanto miedo que las tienes que poner boca abajo para que no te miren con sus terroríficos ojos sin vida. Cuatro liftings mal hechos y un extraño gusto por el colorete y los polvos translúcidos han convertido a Stallone en una caricatura de sí mismo. Ni rastro queda de Rocky Balboa. Ni del justiciero Juez Dredd. Eso sí, allá donde va está siempre monísimo. O eso cree él… Veredicto: muñeca diabólica.

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