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Luis López

826 Valencia

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San Francisco siempre ha sido una ciudad pionera, cosmopolita, un referente para los movimientos sociales del pasado siglo. Ahora acuna en el distrito hispano de Mission, uno de los más populosos y desfavorecidos, concretamente en el 826 de la calle Valencia, una nueva criatura. Este centro de escritura gratis para niños entre 6 y 18 años del área de la bahía, ayuda a lanzar sus publicaciones literarias, gracias a programas extraescolares y clases impartidas por profesionales cualificados, que donan su tiempo altruistamente. El proyecto comenzó su singladura en la primavera de 2002 de la mano de Dave Eggers, escritor cuya primera obra fue finalista del premio Pulitzer. Dave es además el fundador de la editorial McSweeney´s, un magazine mensual The Believer, y el dvd magazine trimestral de cortometrajes Wholpin. Pero no se detuvo ahí, ni siquiera cuando la revista Time, lo eligió como una de las cien personas más influyentes de EE.UU.

Al contrario, el éxito de 826 Valencia reside en la energía que él, junto a otros profesionales del gremio, imprimen para despertar en los más jóvenes sus inquietudes escritas y su talento. Así nace este centro de voluntariado, de la falta de recursos de una escuela pública saturada, cuyos docentes no dan abasto para lidiar con todos sus alumnos personalmente, de la necesidad de ayudar a la comunidad, ofreciendo un servicio a aquellos cuya voz es muchas veces ignorada. Y los niños responden abarrotando los talleres, que se desarrollan entre la tienda pirata de la entrada, y la editorial matriz McSweeney´s, al fondo tras los cortinajes. En este tríptico no hay barreras, cada tarde los profesionales dejan su trabajo y cruzan a la sala intermedia, donde llegan los chavales tras la escuela. Algunos realizan sus deberes allí, otros comienzan las tutorías personalizadas para mejorar sus habilidades de escritura. Paralelamente se realizan actividades dirigidas a rangos de edad específicos, en las que aprender desde los conceptos básicos para contar una historia, a elaboraciones más complejas como novela gráfica, poesía, introducción al periodismo, o clases destinadas a inmigrantes, cuyas familias no hablan inglés y lo adquieren como segunda lengua. Todo gratuito. De hecho, el alquiler del edificio se paga gracias a los dividendos que arroja la tienda pirata, en la que se puede encontrar desde patas de palo para todos los tamaños, viejos mapas de algún tesoro escondido, ojos de cristal para los más atrevidos, a las publicaciones recién encoladas, que los niños elaboran con dedicación y esfuerzo.

El modelo funciona tan bien que ha sido exportado a otras ciudades norteamericanas, todo bajo el sello 826. Al otro lado del Atlántico, en las Islas Británicas, se ha empezado a copiar la iniciativa, que parece de momento circunscrita al mundo anglosajón, sin que se tengan noticias en España de propuestas similares. Gracias a su amplia red de voluntarios, más de mil cuatrocientos en el entorno de la bahía de San Francisco, pueden organizar distintas dinámicas a la vez. Desde visitas guiadas al centro para colegios, a que sean los tutores los que se desplacen a las escuelas y trabajen codo con codo junto a profesores. Esta colaboración, que aumenta el flujo informativo sobre los menores, faculta a ambas partes para guiar de una manera fecunda su educación, forjando con mejores mimbres, personas más capaces y reflexivas. El hincapié que tutores y voluntarios ponen, en la atención al menor, redunda en su desarrollo, articulándose a modo de andamiaje, un soporte complementario en el que los niños se apoyan para explotar su creatividad.

La finalidad de este centro de escritura es que los estudiantes aprendan divirtiéndose, trabajen en equipo mostrando sus habilidades, y vean la recompensa final en sus manos. Estos jóvenes disfrutan su realidad publicada, aquí todo termina como debe. La democratización de la cultura genera igualdad de oportunidades, a edades tempranas abre puertas cuya existencia de otra manera sería ignorada y sitúa, a los afortunados que las cruzan, en la vanguardia del optimismo. Como decía Borges, un escritor no es su biografía, ni siquiera su destino, sino sus libros. En el 826 de la calle Valencia, algunos de estos niños ya empiezan a ser autores de sí mismos.

826 Valencia

Luis López
Luis López
martes, 2 de noviembre de 2010, 12:04 h (CET)
San Francisco siempre ha sido una ciudad pionera, cosmopolita, un referente para los movimientos sociales del pasado siglo. Ahora acuna en el distrito hispano de Mission, uno de los más populosos y desfavorecidos, concretamente en el 826 de la calle Valencia, una nueva criatura. Este centro de escritura gratis para niños entre 6 y 18 años del área de la bahía, ayuda a lanzar sus publicaciones literarias, gracias a programas extraescolares y clases impartidas por profesionales cualificados, que donan su tiempo altruistamente. El proyecto comenzó su singladura en la primavera de 2002 de la mano de Dave Eggers, escritor cuya primera obra fue finalista del premio Pulitzer. Dave es además el fundador de la editorial McSweeney´s, un magazine mensual The Believer, y el dvd magazine trimestral de cortometrajes Wholpin. Pero no se detuvo ahí, ni siquiera cuando la revista Time, lo eligió como una de las cien personas más influyentes de EE.UU.

Al contrario, el éxito de 826 Valencia reside en la energía que él, junto a otros profesionales del gremio, imprimen para despertar en los más jóvenes sus inquietudes escritas y su talento. Así nace este centro de voluntariado, de la falta de recursos de una escuela pública saturada, cuyos docentes no dan abasto para lidiar con todos sus alumnos personalmente, de la necesidad de ayudar a la comunidad, ofreciendo un servicio a aquellos cuya voz es muchas veces ignorada. Y los niños responden abarrotando los talleres, que se desarrollan entre la tienda pirata de la entrada, y la editorial matriz McSweeney´s, al fondo tras los cortinajes. En este tríptico no hay barreras, cada tarde los profesionales dejan su trabajo y cruzan a la sala intermedia, donde llegan los chavales tras la escuela. Algunos realizan sus deberes allí, otros comienzan las tutorías personalizadas para mejorar sus habilidades de escritura. Paralelamente se realizan actividades dirigidas a rangos de edad específicos, en las que aprender desde los conceptos básicos para contar una historia, a elaboraciones más complejas como novela gráfica, poesía, introducción al periodismo, o clases destinadas a inmigrantes, cuyas familias no hablan inglés y lo adquieren como segunda lengua. Todo gratuito. De hecho, el alquiler del edificio se paga gracias a los dividendos que arroja la tienda pirata, en la que se puede encontrar desde patas de palo para todos los tamaños, viejos mapas de algún tesoro escondido, ojos de cristal para los más atrevidos, a las publicaciones recién encoladas, que los niños elaboran con dedicación y esfuerzo.

El modelo funciona tan bien que ha sido exportado a otras ciudades norteamericanas, todo bajo el sello 826. Al otro lado del Atlántico, en las Islas Británicas, se ha empezado a copiar la iniciativa, que parece de momento circunscrita al mundo anglosajón, sin que se tengan noticias en España de propuestas similares. Gracias a su amplia red de voluntarios, más de mil cuatrocientos en el entorno de la bahía de San Francisco, pueden organizar distintas dinámicas a la vez. Desde visitas guiadas al centro para colegios, a que sean los tutores los que se desplacen a las escuelas y trabajen codo con codo junto a profesores. Esta colaboración, que aumenta el flujo informativo sobre los menores, faculta a ambas partes para guiar de una manera fecunda su educación, forjando con mejores mimbres, personas más capaces y reflexivas. El hincapié que tutores y voluntarios ponen, en la atención al menor, redunda en su desarrollo, articulándose a modo de andamiaje, un soporte complementario en el que los niños se apoyan para explotar su creatividad.

La finalidad de este centro de escritura es que los estudiantes aprendan divirtiéndose, trabajen en equipo mostrando sus habilidades, y vean la recompensa final en sus manos. Estos jóvenes disfrutan su realidad publicada, aquí todo termina como debe. La democratización de la cultura genera igualdad de oportunidades, a edades tempranas abre puertas cuya existencia de otra manera sería ignorada y sitúa, a los afortunados que las cruzan, en la vanguardia del optimismo. Como decía Borges, un escritor no es su biografía, ni siquiera su destino, sino sus libros. En el 826 de la calle Valencia, algunos de estos niños ya empiezan a ser autores de sí mismos.

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