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Alberto Mendo

Profeta en su tierra

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Hace unas semanas fue nombrado Hijo Predilecto de Salamanca y el destino ha querido compensar afectos. Por eso, el primer partido de la selección española tras esa muestra de cariño ha sido en la ciudad natal de Vicente del Bosque. En el primer partido de la ‘roja’ en España tras proclamarse campeona del mundo, marcaron Fernando Llorente (anótenlo como próximo culebrón del Real Madrid) y David Silva, pero el gran protagonista fue el seleccionador. No es fácil para nadie convertirse en profeta en su tierra. Él lo ha conseguido por sus méritos humanos, demostrando ser un tipo sencillo y honrado en un deporte tan elitista, y por sus méritos deportivos.

Como técnico, su palmarés ha alcanzado su cima con el Mundial de Sudáfrica pero su prestigio se escribió en el Real Madrid. Primero, en la sombra, trabajando con la cantera o secundando a entrenadores del primer equipo; después, proporcionando la última época dorada que ha vivido el club blanco. Desde entonces, el banquillo madridista ha estado más transitado que el metro en hora punta, aunque José Mourinho se puede considerar el relevo más sólido en casi una década. Recuperar esa estabilidad es una cuenta pendiente de quien hace ocho años la rompió. Florentino Pérez, en la “noche de los cuchillos largos”, sumió al Real Madrid en la época más caótica de su historia obligando a Del Bosque a salir por la puerta de atrás; el “ser superior” convirtió la celebración de la Novena en el inicio de un equipo sin rumbo.

En una época en la que viene pisando fuerte una nueva generación de entrenadores JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados), conviene recordar el valor de la experiencia. Precisamente, don Vicente lidera el auge de los españoles en los banquillos de todo el mundo. De hecho, es también el espejo en el que se miran los nuevos profesionales, desde Míchel hasta Quique Flores, pasando por Rafa Benítez e, incluso, Pep Guardiola. El “estilo Del Bosque” es claro: en sus equipos, orden y dejar hacer, dar libertad a sus jugadores para que exploten lo mejor de su talento; y en lo personal, discreción y prudencia. Lo que más diferencia al salmantino de los JASP es su relación con los medios de comunicación; frente al protagonismo que se arrogan ahora los técnicos, el seleccionador cede todos los focos a los futbolistas.

Parte de este carácter superdiscreto lo pude comprobar cuando tuve el honor de conocerle, hace algo menos de tres años, y lo he notado intacto cada vez que he vuelto a charlar con él. Por entonces, en diciembre de 2007, don Vicente estaba sin banquillo, aunque los rumores sonaban con insistencia para sustituir a Luis Aragonés. Acudió a Burgos para dar una conferencia que yo coordiné y el tema salió de forma inevitable. Del Bosque no confirmó ni desmintió; se limitó a decir que no creía venirle bien ocupar portadas por ese asunto, pero de sus palabras pude deducir que el acuerdo con la Federación ya estaba cerrado. Por otra parte, también le pregunté sobre otro tema entonces candente: la vuelta de Raúl a la selección. Una vez más, se limitó a ser correcto: “Es cosa de Aragonés”. Estoy seguro de que es una de sus asignaturas pendientes, porque él quería convocarle y porque su hijo se lo ha pedido una y otra vez. No lo hizo entonces por no crear controversia ni discutir a su predecesor, y ahora ya es inviable.

Como buen salmantino, es un hombre cauto pero transparente. La última vez que hablé con él fue tras la conquista de la Copa del Mundo. En esa conversación lo que volvió a evidenciar fue su modestia. Él no se considera responsable del mayor éxito de nuestro fútbol, sólo una pieza más que hace funcionar la maquinaria de la ‘roja’. Menos mal que el resto sabemos reconocer sus méritos como parte imprescindible del mejor equipo que España ha tenido en la historia del fútbol.

Profeta en su tierra

Alberto Mendo
Alberto Mendo
lunes, 1 de noviembre de 2010, 08:15 h (CET)
Hace unas semanas fue nombrado Hijo Predilecto de Salamanca y el destino ha querido compensar afectos. Por eso, el primer partido de la selección española tras esa muestra de cariño ha sido en la ciudad natal de Vicente del Bosque. En el primer partido de la ‘roja’ en España tras proclamarse campeona del mundo, marcaron Fernando Llorente (anótenlo como próximo culebrón del Real Madrid) y David Silva, pero el gran protagonista fue el seleccionador. No es fácil para nadie convertirse en profeta en su tierra. Él lo ha conseguido por sus méritos humanos, demostrando ser un tipo sencillo y honrado en un deporte tan elitista, y por sus méritos deportivos.

Como técnico, su palmarés ha alcanzado su cima con el Mundial de Sudáfrica pero su prestigio se escribió en el Real Madrid. Primero, en la sombra, trabajando con la cantera o secundando a entrenadores del primer equipo; después, proporcionando la última época dorada que ha vivido el club blanco. Desde entonces, el banquillo madridista ha estado más transitado que el metro en hora punta, aunque José Mourinho se puede considerar el relevo más sólido en casi una década. Recuperar esa estabilidad es una cuenta pendiente de quien hace ocho años la rompió. Florentino Pérez, en la “noche de los cuchillos largos”, sumió al Real Madrid en la época más caótica de su historia obligando a Del Bosque a salir por la puerta de atrás; el “ser superior” convirtió la celebración de la Novena en el inicio de un equipo sin rumbo.

En una época en la que viene pisando fuerte una nueva generación de entrenadores JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados), conviene recordar el valor de la experiencia. Precisamente, don Vicente lidera el auge de los españoles en los banquillos de todo el mundo. De hecho, es también el espejo en el que se miran los nuevos profesionales, desde Míchel hasta Quique Flores, pasando por Rafa Benítez e, incluso, Pep Guardiola. El “estilo Del Bosque” es claro: en sus equipos, orden y dejar hacer, dar libertad a sus jugadores para que exploten lo mejor de su talento; y en lo personal, discreción y prudencia. Lo que más diferencia al salmantino de los JASP es su relación con los medios de comunicación; frente al protagonismo que se arrogan ahora los técnicos, el seleccionador cede todos los focos a los futbolistas.

Parte de este carácter superdiscreto lo pude comprobar cuando tuve el honor de conocerle, hace algo menos de tres años, y lo he notado intacto cada vez que he vuelto a charlar con él. Por entonces, en diciembre de 2007, don Vicente estaba sin banquillo, aunque los rumores sonaban con insistencia para sustituir a Luis Aragonés. Acudió a Burgos para dar una conferencia que yo coordiné y el tema salió de forma inevitable. Del Bosque no confirmó ni desmintió; se limitó a decir que no creía venirle bien ocupar portadas por ese asunto, pero de sus palabras pude deducir que el acuerdo con la Federación ya estaba cerrado. Por otra parte, también le pregunté sobre otro tema entonces candente: la vuelta de Raúl a la selección. Una vez más, se limitó a ser correcto: “Es cosa de Aragonés”. Estoy seguro de que es una de sus asignaturas pendientes, porque él quería convocarle y porque su hijo se lo ha pedido una y otra vez. No lo hizo entonces por no crear controversia ni discutir a su predecesor, y ahora ya es inviable.

Como buen salmantino, es un hombre cauto pero transparente. La última vez que hablé con él fue tras la conquista de la Copa del Mundo. En esa conversación lo que volvió a evidenciar fue su modestia. Él no se considera responsable del mayor éxito de nuestro fútbol, sólo una pieza más que hace funcionar la maquinaria de la ‘roja’. Menos mal que el resto sabemos reconocer sus méritos como parte imprescindible del mejor equipo que España ha tenido en la historia del fútbol.

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