Juanma Lillo vuelve a San Sebastián, el equipo de su casa (el es tolosarra, a poco más de 20 kms del estadio de Anoeta) con una situación desagradibilísima. Su meritoria labor al frente de las filas rojiblancas fue reconocida ampliamente cuando, en Navidad del año pasado, cogió al equipo, por entonces decaido y sin alma bajo la histriónica batuta de Hugo Sánchez, y le cambió el aire por completo. Por fin el equipo supo a qué jugaba e hizo de la posesión y el buen trato al balón su bandera irrenunciable.
Sin embargo, las cosas empezaron a torcerse dramáticamente a principios de esta temporada. El fútbol alegre y de toque de Lillo se ha dado de bruces con la realidad: No se ganan partidos. (Hasta ahora, solo una victoria, en Riazor). Como decía Maradona de España, antes de que la Roja empezara a imponer su ley en el Mundial, “si hubiera una portería en el centro de la cancha, a cada lado del campo, ganarían 10-0”. Es decir, las posesiones son brutalmente a favor del equipo urcitano, el balón suele estar siempre en poder de los centrocampistas almeriensistas...pero las llegadas son escasas y nada concluyentes
Ahora, casi un año después, las cosas van mal para Almería y realmente mal para Juanma Lillo. Desde la jornada 4, cuando se perdió en casa contra un recién ascendido como el Levante, el presidente Alfonso García, escamado por los experimentos de principios de temporada cuando el vasco alineaba 3 defensas, le dio un ultimatum. Desde entonces, el equipo no termina de despegar. Sigue jugando muy bien “a la pelota”, pero no tan bien “al fútbol”.
Y lo peor, los rumores de preacuerdos con otros técnicos, que empezaron tímidamente a circular hace unas semanas, son ya incontenibles. De hecho, hay medios que desvelan que ya hay un preacuerdo con Gorosito, el técnico bonaerense que casi salvó al Xerez el año pasado cuando estos estaban totalmente desahuciados. La situación, tremendamente fea para el entrenador, está en un punto de no retorno. O gana ya o será destituido. Los resultados mandan.