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José Luis Manchón

Territorismo (I)

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Es un hecho, que estamos inmersos en un proceso global de Urbanización del mundo. Es fácil percibirlo, visitando las cada vez más extensas periferias de muchas de las grandes aglomeraciones urbanas, donde el campo ha pasado a asemejarse a un archipiélago fragmentando dentro del mar de hormigón, y las ciudades han perdido su afuera, para convertirse en un continuo.

Lo esencial de porqué se está produciendo esta depredación ingente del territorio, no ha sido aún suficientemente pensado. Las proporciones de las desastrosas consecuencias económicas, medioambientales y sociales del proceso, han copado la reflexión sobre el problema y no han permitido entender, que el sistema capitalista en su conjunto, estaba utilizando la irreversibilidad del urbanismo para fijar materialmente un modelo único de vida.

La implantación del modelo de ciudad desparramada de tipo anglosajón2, sobre el cual ha cabalgado el gigantesco negocio de la especulación urbanística que se ha dado en nuestro país en los últimos diez años, y que ha sido un proceso muy agresivo con el medio ambiente, con la cultura y con la arquitectura tradicional de este país, es el modelo elegido, como exportable a todo el planeta. Su implementación acelerada y salvaje, se sitúa además, en el origen de la profunda crisis económica actual. Si el urbanismo es el espejo de una civilización, su moderno reflejo nos trae imágenes de exceso, explotación y desigualdad. Como explica el antropólogo, Manuel Delgado, en La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del ‘modelo Barcelona’, la desigualdad en la urbe capitalista, no es un accidente, sino el elemento consustancial que permite hacer de ella un factor de enriquecimiento de una minoría a costa del trabajo y de la miseria de una inmensa mayoría.

El “Territorismo”, es un proceso orientado a la dominación, por alienación3 de la población, a través de la imposición material de un modelo urbanístico uniforme, con gran capacidad de aniquilación de territorio y sobredeterminación de formas de vida. Se ejerce exclusivamente desde el poder -solo los grandes capitales tienen capacidad para financiar grandes proyectos urbanísticos- y simboliza una proyección en el territorio muy determinada, de un modelo de ciudad dispersa, radicalmente alejado de cualquier vocación de satisfacción a una supuesta demanda social. Creación de una segunda naturaleza de tipo urbano, orientada a la legitimación del poder que la impuso, a través de la marginación ó exclusión directa de determinados usos y costumbres asociados al “Lugar”, y la magnificación de un modelo de vida orientado al consumo y al trabajo, que solo se puede dar de una forma tan normalizada, en estos prefabricados ambientes.
Pensar el proceso de urbanización del mundo, desde el punto de vista de la
“Dominación”, desvela de repente al pensamiento la dimensión ideológica de un proceso, que persigue la parálisis creativa de los pueblos.

La alianza del poder privado con lo público, a través de las áreas de urbanismo institucionales, para expoliar un recurso común como es el territorio, es un acto de barbarie. Por esta razón, la tramitación administrativa de los planes urbanísticos y de las grandes infraestructuras de comunicación, se suelen realizar en nuestras democracias representativas, con la máxima discreción. El objetivo es eliminar, toda posibilidad de interferencia ciudadana en el trámite, ya que el lugareño tiene mucho que perder y casi nada que ganar, en estos procesos depredadores de “Lugares”. Este sistema de decisión, como combinación de los intereses del mercado liberal y la democracia representativa, sería un claro ejemplo de lo que Toni Negri ha venido a denominar “El Imperio”. Los intereses económicos privados, quedan unidos así a los del político, que ve colmados sus deseos de transformación, de una forma espectacular, cómoda y, en demasiados casos, personalmente lucrativa. El viajero percibe esta realidad con perplejidad, ante la visión de los nuevos barrios, que aparecen de pronto en el horizonte, como surgidos de la nada.

El “Territorismo” es el camino hacia el subdesarrollo, de la mano del crecimiento
ilimitado postulado por la sobremodernidad.

Mañana se publicará la segunda parte

Territorismo (I)

José Luis Manchón
Redacción
jueves, 28 de octubre de 2010, 08:44 h (CET)
Es un hecho, que estamos inmersos en un proceso global de Urbanización del mundo. Es fácil percibirlo, visitando las cada vez más extensas periferias de muchas de las grandes aglomeraciones urbanas, donde el campo ha pasado a asemejarse a un archipiélago fragmentando dentro del mar de hormigón, y las ciudades han perdido su afuera, para convertirse en un continuo.

Lo esencial de porqué se está produciendo esta depredación ingente del territorio, no ha sido aún suficientemente pensado. Las proporciones de las desastrosas consecuencias económicas, medioambientales y sociales del proceso, han copado la reflexión sobre el problema y no han permitido entender, que el sistema capitalista en su conjunto, estaba utilizando la irreversibilidad del urbanismo para fijar materialmente un modelo único de vida.

La implantación del modelo de ciudad desparramada de tipo anglosajón2, sobre el cual ha cabalgado el gigantesco negocio de la especulación urbanística que se ha dado en nuestro país en los últimos diez años, y que ha sido un proceso muy agresivo con el medio ambiente, con la cultura y con la arquitectura tradicional de este país, es el modelo elegido, como exportable a todo el planeta. Su implementación acelerada y salvaje, se sitúa además, en el origen de la profunda crisis económica actual. Si el urbanismo es el espejo de una civilización, su moderno reflejo nos trae imágenes de exceso, explotación y desigualdad. Como explica el antropólogo, Manuel Delgado, en La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del ‘modelo Barcelona’, la desigualdad en la urbe capitalista, no es un accidente, sino el elemento consustancial que permite hacer de ella un factor de enriquecimiento de una minoría a costa del trabajo y de la miseria de una inmensa mayoría.

El “Territorismo”, es un proceso orientado a la dominación, por alienación3 de la población, a través de la imposición material de un modelo urbanístico uniforme, con gran capacidad de aniquilación de territorio y sobredeterminación de formas de vida. Se ejerce exclusivamente desde el poder -solo los grandes capitales tienen capacidad para financiar grandes proyectos urbanísticos- y simboliza una proyección en el territorio muy determinada, de un modelo de ciudad dispersa, radicalmente alejado de cualquier vocación de satisfacción a una supuesta demanda social. Creación de una segunda naturaleza de tipo urbano, orientada a la legitimación del poder que la impuso, a través de la marginación ó exclusión directa de determinados usos y costumbres asociados al “Lugar”, y la magnificación de un modelo de vida orientado al consumo y al trabajo, que solo se puede dar de una forma tan normalizada, en estos prefabricados ambientes.
Pensar el proceso de urbanización del mundo, desde el punto de vista de la
“Dominación”, desvela de repente al pensamiento la dimensión ideológica de un proceso, que persigue la parálisis creativa de los pueblos.

La alianza del poder privado con lo público, a través de las áreas de urbanismo institucionales, para expoliar un recurso común como es el territorio, es un acto de barbarie. Por esta razón, la tramitación administrativa de los planes urbanísticos y de las grandes infraestructuras de comunicación, se suelen realizar en nuestras democracias representativas, con la máxima discreción. El objetivo es eliminar, toda posibilidad de interferencia ciudadana en el trámite, ya que el lugareño tiene mucho que perder y casi nada que ganar, en estos procesos depredadores de “Lugares”. Este sistema de decisión, como combinación de los intereses del mercado liberal y la democracia representativa, sería un claro ejemplo de lo que Toni Negri ha venido a denominar “El Imperio”. Los intereses económicos privados, quedan unidos así a los del político, que ve colmados sus deseos de transformación, de una forma espectacular, cómoda y, en demasiados casos, personalmente lucrativa. El viajero percibe esta realidad con perplejidad, ante la visión de los nuevos barrios, que aparecen de pronto en el horizonte, como surgidos de la nada.

El “Territorismo” es el camino hacia el subdesarrollo, de la mano del crecimiento
ilimitado postulado por la sobremodernidad.

Mañana se publicará la segunda parte

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