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David S. Broder

El modelo de austeridad de Gran Bretaña

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WASHINGTON -- La noticia política más relevante de la semana pasada venía del otro lado del Atlántico, donde el gobierno de coalición del Primer Ministro británico David Cameron promulgaba una austeridad presupuestaria que reduce de forma drástica el gasto público en el estado del bienestar. Tanto las circunstancias legislativas como las circunstancias políticas que la sacaron adelante tienen profundas implicaciones para Estados Unidos.

Este país se ha adentrado bastante -- no tanto como Gran Bretaña -- en el fiasco evidente que amenaza ya a las administraciones de izquierdas de todo el mundo, y la reacción aquí en las legislativas del 2 de noviembre es probable que sea tan dolorosa para el Presidente Obama y los Demócratas como fueron las del 6 de mayo para el Laborista Gordon Brown.

George Osborne, el canciller de éxchequer de Cameron, no escatimaba palabras. Decía al Parlamento, "Hoy es el día en que Gran Bretaña se aleja del borde del precipicio, en que afrontamos las facturas de una década de deudas". El déficit presupuestario de Gran Bretaña, en el 11,4% de su economía real total ya, no es mucho mayor que el de Estados Unidos -- el 8,9% -- pero el debate ha sido parecido en los dos países.

Mientras que la administración Obama y la Reserva han optado por estimular el crecimiento económico mediante bajadas tributarias y gasto público con la esperanza de reducir la servidumbre de la deuda, Gran Bretaña ha optado por la jugada más directa y dolorosa de subir los impuestos y recortar de forma drástica el gasto público.

La tijera presupuestaria se sentía casi en todas partes. La jubilación se aplaza, y cientos de miles de plazas de funcionario se van a eliminar. Los subsidios a las humanidades y la BBC se van a reducir considerablemente. El impuesto sobre el valor añadido pasará del 17,5% al 20%.

Tan importante como el giro legislativo de la política keynesiana es el cálculo político que indujo al gobierno británico a implantar estas medidas. Las últimas generales dieron lugar a un Parlamento sin mayoría definida en la Cámara de los Comunes, sin posibilidades los Conservadores de formar gobierno pero a un pelo de la mayoría. Los Laboristas acabaron en segundo lugar y los Liberal Demócratas, un partido de orientación reformista a la clase media, acabaron terceros.

Los británicos se resignaron a un gobierno débil de oposición y elecciones anticipadas. Pero para sorpresa de todo el mundo, resultó que la derecha y el centro estaban preparados para cambios radicales. Los líderes de los Conservadores y los Liberal Demócratas descubrieron más acuerdos de los que esperaban -- incluyendo los nuevos presupuestos de austeridad.

Cameron y sus socios de coalición han salido adelante con audacia, obviando las advertencias de los economistas de que la administración súbita y en grandes dosis de la medicina podría detener en seco la recuperación económica de Gran Bretaña y devolver el país a la recesión.

Mis amigos británicos me dicen que sólo es gracias a la coalición bipartidista que Cameron puede asumir estos riesgos. Si dependiera solamente de un Partido Conservador en oposición, el riesgo de una debacle pública -- parecida a lo que está pasando en Francia -- sería enorme.

El sistema político estadounidense evita virtualmente la posibilidad de un gobierno de coalición. Pero las legislativas del 2 de noviembre brindan la oportunidad de un arreglo parecido.

Si los Republicanos emergen el mes que viene con la suficiente presencia en la Cámara y el Senado para avanzar una propuesta a Obama, pueden insistir en "hacer un Cameron" en lo que respecta al gasto federal: un recorte radical del estado del bienestar a cambio de una tregua de dos años en cuestiones legislativas tales como derogar la reforma sanitaria.

El vehículo bien puede ser el firme apoyo de Obama al informe de la comisión de disciplina fiscal esperado el día 1 de diciembre, que casi seguro dé preferencia a la disciplina del gasto sobre la subida de la recaudación. Esto acarrearía importantes beneficios para los dos partidos, y despejaría el terreno a otro experimento de corte británico.

El modelo de austeridad de Gran Bretaña

David S. Broder
David S. Broder
miércoles, 27 de octubre de 2010, 06:47 h (CET)
WASHINGTON -- La noticia política más relevante de la semana pasada venía del otro lado del Atlántico, donde el gobierno de coalición del Primer Ministro británico David Cameron promulgaba una austeridad presupuestaria que reduce de forma drástica el gasto público en el estado del bienestar. Tanto las circunstancias legislativas como las circunstancias políticas que la sacaron adelante tienen profundas implicaciones para Estados Unidos.

Este país se ha adentrado bastante -- no tanto como Gran Bretaña -- en el fiasco evidente que amenaza ya a las administraciones de izquierdas de todo el mundo, y la reacción aquí en las legislativas del 2 de noviembre es probable que sea tan dolorosa para el Presidente Obama y los Demócratas como fueron las del 6 de mayo para el Laborista Gordon Brown.

George Osborne, el canciller de éxchequer de Cameron, no escatimaba palabras. Decía al Parlamento, "Hoy es el día en que Gran Bretaña se aleja del borde del precipicio, en que afrontamos las facturas de una década de deudas". El déficit presupuestario de Gran Bretaña, en el 11,4% de su economía real total ya, no es mucho mayor que el de Estados Unidos -- el 8,9% -- pero el debate ha sido parecido en los dos países.

Mientras que la administración Obama y la Reserva han optado por estimular el crecimiento económico mediante bajadas tributarias y gasto público con la esperanza de reducir la servidumbre de la deuda, Gran Bretaña ha optado por la jugada más directa y dolorosa de subir los impuestos y recortar de forma drástica el gasto público.

La tijera presupuestaria se sentía casi en todas partes. La jubilación se aplaza, y cientos de miles de plazas de funcionario se van a eliminar. Los subsidios a las humanidades y la BBC se van a reducir considerablemente. El impuesto sobre el valor añadido pasará del 17,5% al 20%.

Tan importante como el giro legislativo de la política keynesiana es el cálculo político que indujo al gobierno británico a implantar estas medidas. Las últimas generales dieron lugar a un Parlamento sin mayoría definida en la Cámara de los Comunes, sin posibilidades los Conservadores de formar gobierno pero a un pelo de la mayoría. Los Laboristas acabaron en segundo lugar y los Liberal Demócratas, un partido de orientación reformista a la clase media, acabaron terceros.

Los británicos se resignaron a un gobierno débil de oposición y elecciones anticipadas. Pero para sorpresa de todo el mundo, resultó que la derecha y el centro estaban preparados para cambios radicales. Los líderes de los Conservadores y los Liberal Demócratas descubrieron más acuerdos de los que esperaban -- incluyendo los nuevos presupuestos de austeridad.

Cameron y sus socios de coalición han salido adelante con audacia, obviando las advertencias de los economistas de que la administración súbita y en grandes dosis de la medicina podría detener en seco la recuperación económica de Gran Bretaña y devolver el país a la recesión.

Mis amigos británicos me dicen que sólo es gracias a la coalición bipartidista que Cameron puede asumir estos riesgos. Si dependiera solamente de un Partido Conservador en oposición, el riesgo de una debacle pública -- parecida a lo que está pasando en Francia -- sería enorme.

El sistema político estadounidense evita virtualmente la posibilidad de un gobierno de coalición. Pero las legislativas del 2 de noviembre brindan la oportunidad de un arreglo parecido.

Si los Republicanos emergen el mes que viene con la suficiente presencia en la Cámara y el Senado para avanzar una propuesta a Obama, pueden insistir en "hacer un Cameron" en lo que respecta al gasto federal: un recorte radical del estado del bienestar a cambio de una tregua de dos años en cuestiones legislativas tales como derogar la reforma sanitaria.

El vehículo bien puede ser el firme apoyo de Obama al informe de la comisión de disciplina fiscal esperado el día 1 de diciembre, que casi seguro dé preferencia a la disciplina del gasto sobre la subida de la recaudación. Esto acarrearía importantes beneficios para los dos partidos, y despejaría el terreno a otro experimento de corte británico.

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