La parroquia españolista está de enhorabuena. Quintos en Liga, plagados de jóvenes que pisan muy fuerte y con una estructura sólida, tanto deportiva como institucionalmente hablando, no hay motivo para no soñar, aunque sea un poquito. Paso a paso, pero esto pita, y veremos qué pasa cuando Mattioni, De la Peña y ahora Osvaldo vuelvan al equipo.
Parece que en Barcelona se han abierto algunas puertas que desde la época de Valverde ni se les veía el pomo: las puertas de la esperanza, las puertas de la ambición, y sobretodo, las puertas de la convicción.
De acuerdo. Esto acaba de empezar. Pero 15 puntos no son moco de pavo, estar quintos no es un regalo de navidad y la sensación de verte muy bien es un halago que sonroja al que está acostumbrado a verse bien, y no al que está acostumbrado a arreglarse sobre la bocina. Y el Espanyol tiene un máster en salvarse de la quema de la segunda división a última hora, en el último momento. Pero este año va a ser que no.
Y no lo va a ser porque Pochettino ha dado con la tecla definitiva en el teclado de la tranquilidad y el buen hacer. Un equipo joven, con hambre. Un gran portero, un gran delantero. Un once titular muy fiable, siempre como mínimo respondón. En casa el macho alfa, al que nunca le tosen –cuatro de cuatro en Cornellá-El Prat-, y fuera ya no son una perita en dulce después de romper el maleficio en Mallorca.
Seguramente perderán algunos partidos que nadie entenderá, y es probable que encadenen rachas negativas que minen la confianza que se está generando. Sin embargo, esta temporada para el Espanyol debe ser un paso adelante en el cambio de mentalidad. La salvación no puede ser una meta. Sólo el primer objetivo. La meta es no conformarse. De momento, van por el buen camino.