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Borja Costa

La increíble historia de Cabaña Cuesta (o de si yo me llamara Jesucristo)

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La increíble historia de Cabaña Cuesta (o de si yo me llamara Jesucristo) Sé que muchos se preguntarán qué extraños motivos puede tener uno para hablar de la Real Academia Española en una columna de análisis y reflexión cultural. Uno tiende, últimamente, a pensar que más bien pocos. A tenor de la última de las intervenciones públicas de algunos de sus miembros, cabría pensar que el lugar adecuado para hablar de esta sería más bien una columna de análisis político. Porque esto es lo que pretenden hacer algunos de estos académicos, lanzando a la institución, a pesar de que esta no ha hecho ningún comunicado oficial (aunque tampoco silenciado a sus miembros), a un debate teñido de todo tipo de tintes provocativos que en cualquier caso son ajenos a la única y verdadera función de la RAE: recoger los usos lingüísticos más extendidos en la práctica del idioma castellano, regularizándolos y fijándolos con rango de norma - y de norma siempre flexible, dado que no hablamos de lenguas muertas. Ya está: aquí acaba su labor.

Ahora bien, ha sido suficiente un acuerdo político en el que se contempla el cambio en la denominación oficial de las provincias vascas (Bizkaia, Araba y Guipúzkoa) para que determinados salvajes entre las filas de la entidad hayan sentido la necesidad imperiosa de alzar su voz (la poca que les queda, eso sí, que la vejez hace estragos y, afortunadamente según que casos, el paso del tiempo es inexorable y lleva de forma irremediable a la desaparición: pasó con los diplodocus, con Francisco - el abanderado -, y con ellos también pasará).
Al académico Gregorio – nombre propio que significa aquel que está siempre preparado; habría que ver para qué… - Salvador, le parece que hacer oficial una ortografía distinta es una cosa “absurda y molesta para el ciudadano común". Yo de esto deduzco que, aparte de que está equivocado, puesto que el cambio no es solo ortográfico - solo hay que molestarse en leer los topónimos en voz alta con un mínimo de corrección al uso más castellano para darse cuenta -, para este señor los ciudadanos vascos, y todos los que comprendemos su problemática lingüística y social y la respetamos, no somos comunes. Después, será al pueblo vasco al que le acusen de intenciones separatistas: mal vamos, si nosotros mismos los apartamos, y nos afanamos en separarnos de ellos mediante ataques, en vez de respetar sus diferencias.

Sobre ataques se pronuncia Fernando – que puede ser tanto inteligente, como el que es atrevido y osado, quedándonos con la segunda acepción por mayor adecuación al sujeto - García de Cortázar, haciéndonos partícipes del grado de la osadía citada diciendo que el idioma común “está siendo golpeado”. Las regiones con idiomas diferentes piden respeto, y este señor solo ve en ello un ataque. Yo el único ataque que veo es el suyo, pero el caso es que el sujeto en cuestión continúa su discurso pidiendo a la Real Academia que “ataje con su autoridad tales atrocidades”. El mismo catedrático y académico se ha olvidado nuevamente de la función de la Academia: la RAE no es un sereno; no tiene autoridad para atajar nada. Fijar y regularizar los usos de la lengua española, ¿recuerdan? Y si hablamos de autoridad, hay que recordar que hablamos de un pacto gubernamental, y que esto es poco menos que un intento de golpe de estado lingüístico. Si un Estado se esfuerza por hacer los puentes más pequeños, ¿por qué se empeñan estos señores en abrir abismos insalvables entre las diferentes culturas que nos vemos obligados, a gusto o a disgusto, a convivir?
Defender los idiomas regionales no quiere decir atacar al idioma castellano; pero mientras alguien se siga empeñando en que esto es así, muchos contestarán de la misma manera. Para mi, unos y otros serán partícipes del mismo juego, pero tengo claro quién arroja la primera piedra, y, por lo tanto, quién es el primer apedreado. España no es panhispana, eso es innegable, y si alguien dice que Ourense no se llama así, yo contestaré que es necesario quemar ya ciertos diccionarios rancios. Cierto es que, por lo general, y como dijo un catedrático más honrado, este no de la RAE, los libros arden mal, pero intuyo que este ardería mejor que muchos otros: un fuego digno de esas maravillosas noches de San Xoán que abundan por mi patria y que por estos lares del centro desconocen. Y es que, para bien y para mal, para ambos, hasta en el fuego somos diferentes.
Por mi parte, pueden estos señores seguir realizando viajes pedantes a Marrakesh en vez de ir a la políticamente conflictiva Marruecos, porque Marruecos suena a alfombra, miseria e ilegal, y Marrakesh a noche de ensueño. Todo ello lo aderezarán con citas literarias no traducidas y tomadas directamente del francés o el alemán (hay que mostrar siempre erudición, eso que no quede, y mejor teutona que gallega o catalana). Serán los mismos que nunca hablarán de Madera o de Mastrique (grandes traducciones o adaptaciones todas y cada una de ellas, sí…). En todo caso, cada idioma puede llamarlo como quiera, pero eso, el que sus academias, sus integrantes o sus hablantes los llamen como sea, no convierte a los topónimos en oficiales.

Y es que estamos mezclando varias cosas: oficialidad de los topónimos, significado de estos (a la hora de traducirlos), diferentes lenguas, y mala baba, mala leche, y una alta dosis de estupidez. Cómo pueden unos catedráticos de supuesta tamaña envergadura caer en este error de terminología es algo que se me escapa. Una nueva falta que se suma a las anteriores. Pero aún les queda otro pecado por cometer.

No hace ni un mes relataba el señor Mingote - miembro ilustre de la ilustre academia por sus méritos como dibujante, supongo -, el proceso mediante el cual eliminaron hasta el nombre del demonio católico, pero les faltó valor para eliminar la entrada “Jesucristo”. Y es que los nombres propios, de lo qué sea, de quién sea, no incumben a la RAE. Bien, ahora ya queda claro de qué va todo esto. Quizás puedan hacer repertorios de topónimos, catálogos heráldicos si quieren, pero poco más, y dicho en sus propias palabras, aunque en cuanto a la excepción citada, podría darles la razón, dado que entre malformaciones históricas y reinterpretaciones advenedizas, Jesucristo se ha convertido, más que en un nombre propio, en una idea peregrina, y de estas ya hemos visto que la RAE sí hace gala.

En el fondo, esto es una historia realmente increíble, y todo ello para nada, para hacer ruido político tan solo. Queda claro que las personas, las ideas, las naciones, no son de su incumbencia. Ni sobre Girona ni sobre Crunnia ni sobre Borja Costa tienen nada que decir, porque si en un momento dado ellos decidieran que mi nombre es Cabaña – del aragonés, aunque consolidado por vía catalana o valenciana, Borja - Cuesta (del gallego, Costa), nadie les creería, porque a no ser que yo me llame Jesucristo, estos señores no tiene nada que decir al respecto.

La increíble historia de Cabaña Cuesta (o de si yo me llamara Jesucristo)

Borja Costa
Borja Costa
lunes, 25 de octubre de 2010, 09:34 h (CET)
La increíble historia de Cabaña Cuesta (o de si yo me llamara Jesucristo) Sé que muchos se preguntarán qué extraños motivos puede tener uno para hablar de la Real Academia Española en una columna de análisis y reflexión cultural. Uno tiende, últimamente, a pensar que más bien pocos. A tenor de la última de las intervenciones públicas de algunos de sus miembros, cabría pensar que el lugar adecuado para hablar de esta sería más bien una columna de análisis político. Porque esto es lo que pretenden hacer algunos de estos académicos, lanzando a la institución, a pesar de que esta no ha hecho ningún comunicado oficial (aunque tampoco silenciado a sus miembros), a un debate teñido de todo tipo de tintes provocativos que en cualquier caso son ajenos a la única y verdadera función de la RAE: recoger los usos lingüísticos más extendidos en la práctica del idioma castellano, regularizándolos y fijándolos con rango de norma - y de norma siempre flexible, dado que no hablamos de lenguas muertas. Ya está: aquí acaba su labor.

Ahora bien, ha sido suficiente un acuerdo político en el que se contempla el cambio en la denominación oficial de las provincias vascas (Bizkaia, Araba y Guipúzkoa) para que determinados salvajes entre las filas de la entidad hayan sentido la necesidad imperiosa de alzar su voz (la poca que les queda, eso sí, que la vejez hace estragos y, afortunadamente según que casos, el paso del tiempo es inexorable y lleva de forma irremediable a la desaparición: pasó con los diplodocus, con Francisco - el abanderado -, y con ellos también pasará).
Al académico Gregorio – nombre propio que significa aquel que está siempre preparado; habría que ver para qué… - Salvador, le parece que hacer oficial una ortografía distinta es una cosa “absurda y molesta para el ciudadano común". Yo de esto deduzco que, aparte de que está equivocado, puesto que el cambio no es solo ortográfico - solo hay que molestarse en leer los topónimos en voz alta con un mínimo de corrección al uso más castellano para darse cuenta -, para este señor los ciudadanos vascos, y todos los que comprendemos su problemática lingüística y social y la respetamos, no somos comunes. Después, será al pueblo vasco al que le acusen de intenciones separatistas: mal vamos, si nosotros mismos los apartamos, y nos afanamos en separarnos de ellos mediante ataques, en vez de respetar sus diferencias.

Sobre ataques se pronuncia Fernando – que puede ser tanto inteligente, como el que es atrevido y osado, quedándonos con la segunda acepción por mayor adecuación al sujeto - García de Cortázar, haciéndonos partícipes del grado de la osadía citada diciendo que el idioma común “está siendo golpeado”. Las regiones con idiomas diferentes piden respeto, y este señor solo ve en ello un ataque. Yo el único ataque que veo es el suyo, pero el caso es que el sujeto en cuestión continúa su discurso pidiendo a la Real Academia que “ataje con su autoridad tales atrocidades”. El mismo catedrático y académico se ha olvidado nuevamente de la función de la Academia: la RAE no es un sereno; no tiene autoridad para atajar nada. Fijar y regularizar los usos de la lengua española, ¿recuerdan? Y si hablamos de autoridad, hay que recordar que hablamos de un pacto gubernamental, y que esto es poco menos que un intento de golpe de estado lingüístico. Si un Estado se esfuerza por hacer los puentes más pequeños, ¿por qué se empeñan estos señores en abrir abismos insalvables entre las diferentes culturas que nos vemos obligados, a gusto o a disgusto, a convivir?
Defender los idiomas regionales no quiere decir atacar al idioma castellano; pero mientras alguien se siga empeñando en que esto es así, muchos contestarán de la misma manera. Para mi, unos y otros serán partícipes del mismo juego, pero tengo claro quién arroja la primera piedra, y, por lo tanto, quién es el primer apedreado. España no es panhispana, eso es innegable, y si alguien dice que Ourense no se llama así, yo contestaré que es necesario quemar ya ciertos diccionarios rancios. Cierto es que, por lo general, y como dijo un catedrático más honrado, este no de la RAE, los libros arden mal, pero intuyo que este ardería mejor que muchos otros: un fuego digno de esas maravillosas noches de San Xoán que abundan por mi patria y que por estos lares del centro desconocen. Y es que, para bien y para mal, para ambos, hasta en el fuego somos diferentes.
Por mi parte, pueden estos señores seguir realizando viajes pedantes a Marrakesh en vez de ir a la políticamente conflictiva Marruecos, porque Marruecos suena a alfombra, miseria e ilegal, y Marrakesh a noche de ensueño. Todo ello lo aderezarán con citas literarias no traducidas y tomadas directamente del francés o el alemán (hay que mostrar siempre erudición, eso que no quede, y mejor teutona que gallega o catalana). Serán los mismos que nunca hablarán de Madera o de Mastrique (grandes traducciones o adaptaciones todas y cada una de ellas, sí…). En todo caso, cada idioma puede llamarlo como quiera, pero eso, el que sus academias, sus integrantes o sus hablantes los llamen como sea, no convierte a los topónimos en oficiales.

Y es que estamos mezclando varias cosas: oficialidad de los topónimos, significado de estos (a la hora de traducirlos), diferentes lenguas, y mala baba, mala leche, y una alta dosis de estupidez. Cómo pueden unos catedráticos de supuesta tamaña envergadura caer en este error de terminología es algo que se me escapa. Una nueva falta que se suma a las anteriores. Pero aún les queda otro pecado por cometer.

No hace ni un mes relataba el señor Mingote - miembro ilustre de la ilustre academia por sus méritos como dibujante, supongo -, el proceso mediante el cual eliminaron hasta el nombre del demonio católico, pero les faltó valor para eliminar la entrada “Jesucristo”. Y es que los nombres propios, de lo qué sea, de quién sea, no incumben a la RAE. Bien, ahora ya queda claro de qué va todo esto. Quizás puedan hacer repertorios de topónimos, catálogos heráldicos si quieren, pero poco más, y dicho en sus propias palabras, aunque en cuanto a la excepción citada, podría darles la razón, dado que entre malformaciones históricas y reinterpretaciones advenedizas, Jesucristo se ha convertido, más que en un nombre propio, en una idea peregrina, y de estas ya hemos visto que la RAE sí hace gala.

En el fondo, esto es una historia realmente increíble, y todo ello para nada, para hacer ruido político tan solo. Queda claro que las personas, las ideas, las naciones, no son de su incumbencia. Ni sobre Girona ni sobre Crunnia ni sobre Borja Costa tienen nada que decir, porque si en un momento dado ellos decidieran que mi nombre es Cabaña – del aragonés, aunque consolidado por vía catalana o valenciana, Borja - Cuesta (del gallego, Costa), nadie les creería, porque a no ser que yo me llame Jesucristo, estos señores no tiene nada que decir al respecto.

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