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Noelia Vera

Crisis para desayunar, comer y cenar

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Salí a pasear. No tenía nada mejor que hacer. Me crucé entonces con una tienda de artículos para enfermos de cáncer y con el shock del momento y sin control, asomé tímidamente la cabeza para mirar con cierto rechazo a la dependienta. Las estanterías estaban ocupadas por pelucas, pañuelos y algún que otro complemento más para el alivio de los traumas físicos y psicológicos causados por la quimioterapia. Haciendo un considerable esfuerzo para no filosofear en exceso sobre lo visto, me senté a leer un periódico y ahí estaba: "Precariedad, fuente de la eterna juventud", toda una sección especial con reportajes en profundidad, cartas de los lectores e historias de vida deprimentes y tan reales que las podía identificar fácilmente como mías. Siendo periodista, joven y medio en paro, me sentí leyendo aquello como el drogadicto que espera ansioso su dosis de metadona o como el enfermo que entra en la tienda de artículos de cáncer en busca de aliento. Curiosamente comprendí al afectado o al listo al que se le ocurrió abrir un negocio así.

En tiempos de vacas flacas hay que cogerle el gusto al cordero. Aprovecharse de una mala racha es inteligente y la industria cultural es la más espabilada de todas. El principal objetivo de las editoriales de no ficción siempre fue, obviamente, responder a las inquietudes y preocupaciones de los lectores y durante este año, la demanda de textos que expliquen de forma sencilla los orígenes de la crisis económica mundial y de manuales para solventarla no ha dejado de aumentar. La gente necesita saber cómo reincorporarse al mercado laboral, cómo superar una entrevista de trabajo o cómo esquivar las trabas para acceder a un crédito bancario. Los medios de comunicación y los editores vieron, pues, la clave de negocio en apaciguar esta desesperación colectiva. Y yo ya no entiendo qué de malo hay en eso.

"La crisis ninja y otros misterios" (Espasa), de Leopoldo Abadía, sigue encabezando las listas de ventas en esta materia. Es el ejemplo perfecto de que uno puede hacerse de oro a costa de pobreza de los demás. En este caso, dos factores clave: la sencillez de sus teorías sobre lo que está aconteciendo y la campaña de marketing de la editorial. El autor, conocido ya por ser el más carismático de los economistas, recorrió los platós de televisión más importantes en muchas de las capitales de nuestro país. Muchos españoles presumían airosos de entender lo que era el Euribor y los problemas financieros gracias a este libro. El éxito resultó tan apabullante que llegó a ser uno de los más leídos también en América Latina, mientras aquí ebullía la segunda parte. Como el de Abadía, cientos de títulos más como "El crash del 2010" (Los libros del lince), de Santiago Niño Becerra o "El informe Recarte 2009" (La esfera de los libros), de Alberto Recarte.

Los medios de comunicación no son más tontos, aunque estén igual de desesperados que un padre de familia en la cola del INEM. Vendiendo a 1,50 euros más una película semanal para coleccionistas y siguiendo, por otro lado, la misma premisa que los libros de no ficción, está todo el pescado vendido. Ya no interesa un análisis sobre el sector industrial si no está enfocado bajo los efectos del desastre. No interesa hablar de biología si no se incluye un párrafo sobre los bajos presupuestos estatales destinados a la investigación. Mucho menos un reportaje de relleno de la vendimia francesa si no se contabilizan a los españoles que han decidido acudir desquiciados a ella. Vende hablar de "Precariedad, fuente de la eterna juventud", a pesar de que esa sección y un tanto de ellas más se mantengan gracias a jóvenes con un contrato de trabajo temporal, precario o por el que cobran menos del salario mínimo establecido por la ley. Abrir una tienda de artículos para enfermos de cáncer puede ser extremadamente útil o una broma pesada. Hablar de la crisis en el desayuno, en la comida y en la cena puede ser una herramienta de aprendizaje y superación personal o un horrible martilleo a la dignidad.

Crisis para desayunar, comer y cenar

Noelia Vera
Noelia Vera
domingo, 24 de octubre de 2010, 08:32 h (CET)
Salí a pasear. No tenía nada mejor que hacer. Me crucé entonces con una tienda de artículos para enfermos de cáncer y con el shock del momento y sin control, asomé tímidamente la cabeza para mirar con cierto rechazo a la dependienta. Las estanterías estaban ocupadas por pelucas, pañuelos y algún que otro complemento más para el alivio de los traumas físicos y psicológicos causados por la quimioterapia. Haciendo un considerable esfuerzo para no filosofear en exceso sobre lo visto, me senté a leer un periódico y ahí estaba: "Precariedad, fuente de la eterna juventud", toda una sección especial con reportajes en profundidad, cartas de los lectores e historias de vida deprimentes y tan reales que las podía identificar fácilmente como mías. Siendo periodista, joven y medio en paro, me sentí leyendo aquello como el drogadicto que espera ansioso su dosis de metadona o como el enfermo que entra en la tienda de artículos de cáncer en busca de aliento. Curiosamente comprendí al afectado o al listo al que se le ocurrió abrir un negocio así.

En tiempos de vacas flacas hay que cogerle el gusto al cordero. Aprovecharse de una mala racha es inteligente y la industria cultural es la más espabilada de todas. El principal objetivo de las editoriales de no ficción siempre fue, obviamente, responder a las inquietudes y preocupaciones de los lectores y durante este año, la demanda de textos que expliquen de forma sencilla los orígenes de la crisis económica mundial y de manuales para solventarla no ha dejado de aumentar. La gente necesita saber cómo reincorporarse al mercado laboral, cómo superar una entrevista de trabajo o cómo esquivar las trabas para acceder a un crédito bancario. Los medios de comunicación y los editores vieron, pues, la clave de negocio en apaciguar esta desesperación colectiva. Y yo ya no entiendo qué de malo hay en eso.

"La crisis ninja y otros misterios" (Espasa), de Leopoldo Abadía, sigue encabezando las listas de ventas en esta materia. Es el ejemplo perfecto de que uno puede hacerse de oro a costa de pobreza de los demás. En este caso, dos factores clave: la sencillez de sus teorías sobre lo que está aconteciendo y la campaña de marketing de la editorial. El autor, conocido ya por ser el más carismático de los economistas, recorrió los platós de televisión más importantes en muchas de las capitales de nuestro país. Muchos españoles presumían airosos de entender lo que era el Euribor y los problemas financieros gracias a este libro. El éxito resultó tan apabullante que llegó a ser uno de los más leídos también en América Latina, mientras aquí ebullía la segunda parte. Como el de Abadía, cientos de títulos más como "El crash del 2010" (Los libros del lince), de Santiago Niño Becerra o "El informe Recarte 2009" (La esfera de los libros), de Alberto Recarte.

Los medios de comunicación no son más tontos, aunque estén igual de desesperados que un padre de familia en la cola del INEM. Vendiendo a 1,50 euros más una película semanal para coleccionistas y siguiendo, por otro lado, la misma premisa que los libros de no ficción, está todo el pescado vendido. Ya no interesa un análisis sobre el sector industrial si no está enfocado bajo los efectos del desastre. No interesa hablar de biología si no se incluye un párrafo sobre los bajos presupuestos estatales destinados a la investigación. Mucho menos un reportaje de relleno de la vendimia francesa si no se contabilizan a los españoles que han decidido acudir desquiciados a ella. Vende hablar de "Precariedad, fuente de la eterna juventud", a pesar de que esa sección y un tanto de ellas más se mantengan gracias a jóvenes con un contrato de trabajo temporal, precario o por el que cobran menos del salario mínimo establecido por la ley. Abrir una tienda de artículos para enfermos de cáncer puede ser extremadamente útil o una broma pesada. Hablar de la crisis en el desayuno, en la comida y en la cena puede ser una herramienta de aprendizaje y superación personal o un horrible martilleo a la dignidad.

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