Algo se escapa en Europa a la previsión en materia de inmigración. Merkel admite que el modelo multicultural alemán ha fallado, básicamente por permitir que millones de personas de diferentes lugares y culturas vivan en territorio alemán sin integrarse.
La integración básica contempla la asimilación de la lengua de acogida. Tanto para hacerse entender como para acceder plenamente a los derechos y deberes que propicia la sociedad europea, es necesario hablar la lengua del territorio en que se vive.
Parece claro, no obstante, que el modelo Estado-nacional no puede hacer frente a la demanda externa de participación en la opulenta sociedad occidental sin volver a pensar sus bases. En el estado de indeterminación conceptual que vivimos, no está claramente definido el mínimo que se ha de cumplir para acceder a la ciudadanía, ni qué impacto tiene no cumplir con ciertas obligaciones.
Un lenguaje ambiguo y políticamente correctísimo no anula los problemas de fondo. Es necesario hacer coincidir los términos con los fenómenos, al menos de manera temporalmente satisfactoria.
Merkel ha dado un paso en este sentido. Sus palabras pueden interpretarse de muy diversas maneras, pero explicitan la situación de desajuste en la estructura de la sociedad política alemana. Un desajuste, por otra parte, difícil de afrontar y que no hace sino avanzar lo que puede venir.
La canciller viene a rebajar el tono de (Thilo Sarrazin), quien miró a la sociedad más con sus prejuicios que con sus ojos. Ha querido rescatar la parte de verdad que tienen sus declaraciones y es que manifiestan un malestar mayoritario en Alemania.
No hace falta seguir las instrucciones de (Sarrazin), pero tampoco es necesario obviar que una sociedad ‘miltikulti’ exige esfuerzo por ambas partes. Un esfuerzo que parece que ni se ha producido espontáneamente, ni se ha exigido lo suficiente.