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Edward Schumacher-Matos

Pasar por alto lo evidente

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BOSTON -- En el próximo referéndum de California sobre la legalización de la marihuana para usos no adictivos, el Presidente mexicano Felipe Calderón y el zar estadounidense de los estupefacientes Gil Kerlikowske tienen algo en común. La mata de maría les impide ver el bosque a los dos.

Según sondeos recientes, los californianos están al borde de aprobar la legalización de la marihuana y echar abajo casi un siglo de prohibición estadounidense fallida. Viva el Golden State.

En las cuatro décadas transcurridas desde que el Presidente Richard Nixon declarase una "Guerra contra las Drogas", la factura incluye al menos un billón de dólares de recaudación fiscal perdida, según The Wall Street Journal. Peores son los millones de vidas destruidas a causa de penas de cárcel y violencia callejera. En el año 2007, por ejemplo, alrededor de 500.000 personas entraron al talego bajo cargos de posesión.

Aún así, mientras los gustos de consumo se ponen y dejan de estar de moda, el consumo total por parte de los estadounidenses de todo tipo sigue siendo virtualmente estable.

La factura latinoamericana, y especialmente en México hoy, es aún más trágica. Más de 28.000 mexicanos han fallecido los cuatro últimos años durante la siniestra guerra entre los cárteles de la droga y la administración. Pero, a lo largo de la frontera Estados Unidos-México, los despiadados cárteles siguen siendo más poderosos que el gobierno.

Y no hay solución a la vista, aquí o allí.

A los padres nos preocupa comprensiblemente que la legalización pueda alentar el consumo de estupefacientes entre nuestros hijos, pero es una cuestión de educación, igual que el consumo de alcohol. De todas formas las drogas ya se facilitan con soltura. En lugar de perjudicar a los hijos, lo que hace realmente la legalización es minar la posición de las bandas organizadas, alejar a nuestros jóvenes del talego y paliar la violencia.

Aún así, Calderón y Kerlikowske, con la administración Obama en ristre, se oponen a la legislación de California.

Kerlikowske acudía hace poco a Ciudad de México para garantizar que la administración allí no cede a la creciente demanda popular de los mexicanos, incluyendo al ex presidente Vicente Fox, favorable a legalizar la marihuana y ayudar a detener el baño de sangre mexicana para que los estadounidenses puedan fumarse una sustancia ilegal virtualmente a voluntad.

No se tendría que haber molestado. El puritano y muy decidido Calderón había hecho de anfitrión de un debate nacional honesto en la materia, pero durante una visita a Tijuana hace una semana dejaba claro que no tiene ninguna intención de ceder en la lucha.

Declaraba además a Associated Press que la legalización californiana supondría una hipocresía mientras Estados Unidos siga presionando a México para ser enérgico en la lucha.

Calderón tiene razón, pero sólo si no se considera el referéndum de California lo que es: un paso. Y uno muy grande, considerando que California representa la séptima parte del consumo estadounidense de marihuana y desde hace tiempo ha sido el pionero de las tendencias políticas y culturales estadounidenses.

Otros pasos americanos pequeños, además, ya se han dado. Desde que California aprobó "la marihuana de uso terapéutico" en 1996, 14 estados y el Distrito de Columbia se han apuntado a lo que -- admitámoslo -- es una especie de guiño a la legalización encubierta. El consumo es ilegal según el código federal, pero la administración Obama, igual que la Bush antes, ha dejado libertad casi total a los estados y las comunidades para hacer lo que quieran.

Si el anteproyecto de ley de California es aprobado, cualquiera mayor de 21 años podrá estar en posesión de hasta 28 gramos de marihuana, suficiente para liar docenas de petas. El consumo en público o en presencia de menores estará prohibido, al igual que la posesión de la droga en los recintos escolares o la conducción bajo su influencia. Los residentes pueden cultivar sus propias plantaciones pequeñas. El resto de estupefacientes seguirán siendo ilegales.

Un estudio realizado por la Rand Corporation dado a conocer esta semana cuestiona lo mucho que el nuevo reglamento puede reducir la violencia mexicana. El estudio sugiere que los cárteles mexicanos deben entre el 15 al 26% de sus ingresos a la marihuana, y no el 60% que se cita con frecuencia. Teniendo en cuenta también que alrededor de la mitad del consumo estadounidense se cultiva en el país, los beneficios de la exportación de los cárteles sólo van a poder menguar entre el 2 y el 4%, aunque se podría alcanzar el 20% si California se hace con el mercado estadounidense exportando al resto del país, reza el estudio.

Pero lo que significa todo esto para Estados Unidos y para México es que deben producirse pasos lejos de la prohibición. Cuestiones como el precio, los impuestos y el resto de estupefacientes también deben ser abordadas escrupulosamente. Pero la marihuana y California son buenos puntos de partida.

Pasar por alto lo evidente

Edward Schumacher-Matos
Edward Schumacher-Matos
lunes, 18 de octubre de 2010, 06:39 h (CET)
BOSTON -- En el próximo referéndum de California sobre la legalización de la marihuana para usos no adictivos, el Presidente mexicano Felipe Calderón y el zar estadounidense de los estupefacientes Gil Kerlikowske tienen algo en común. La mata de maría les impide ver el bosque a los dos.

Según sondeos recientes, los californianos están al borde de aprobar la legalización de la marihuana y echar abajo casi un siglo de prohibición estadounidense fallida. Viva el Golden State.

En las cuatro décadas transcurridas desde que el Presidente Richard Nixon declarase una "Guerra contra las Drogas", la factura incluye al menos un billón de dólares de recaudación fiscal perdida, según The Wall Street Journal. Peores son los millones de vidas destruidas a causa de penas de cárcel y violencia callejera. En el año 2007, por ejemplo, alrededor de 500.000 personas entraron al talego bajo cargos de posesión.

Aún así, mientras los gustos de consumo se ponen y dejan de estar de moda, el consumo total por parte de los estadounidenses de todo tipo sigue siendo virtualmente estable.

La factura latinoamericana, y especialmente en México hoy, es aún más trágica. Más de 28.000 mexicanos han fallecido los cuatro últimos años durante la siniestra guerra entre los cárteles de la droga y la administración. Pero, a lo largo de la frontera Estados Unidos-México, los despiadados cárteles siguen siendo más poderosos que el gobierno.

Y no hay solución a la vista, aquí o allí.

A los padres nos preocupa comprensiblemente que la legalización pueda alentar el consumo de estupefacientes entre nuestros hijos, pero es una cuestión de educación, igual que el consumo de alcohol. De todas formas las drogas ya se facilitan con soltura. En lugar de perjudicar a los hijos, lo que hace realmente la legalización es minar la posición de las bandas organizadas, alejar a nuestros jóvenes del talego y paliar la violencia.

Aún así, Calderón y Kerlikowske, con la administración Obama en ristre, se oponen a la legislación de California.

Kerlikowske acudía hace poco a Ciudad de México para garantizar que la administración allí no cede a la creciente demanda popular de los mexicanos, incluyendo al ex presidente Vicente Fox, favorable a legalizar la marihuana y ayudar a detener el baño de sangre mexicana para que los estadounidenses puedan fumarse una sustancia ilegal virtualmente a voluntad.

No se tendría que haber molestado. El puritano y muy decidido Calderón había hecho de anfitrión de un debate nacional honesto en la materia, pero durante una visita a Tijuana hace una semana dejaba claro que no tiene ninguna intención de ceder en la lucha.

Declaraba además a Associated Press que la legalización californiana supondría una hipocresía mientras Estados Unidos siga presionando a México para ser enérgico en la lucha.

Calderón tiene razón, pero sólo si no se considera el referéndum de California lo que es: un paso. Y uno muy grande, considerando que California representa la séptima parte del consumo estadounidense de marihuana y desde hace tiempo ha sido el pionero de las tendencias políticas y culturales estadounidenses.

Otros pasos americanos pequeños, además, ya se han dado. Desde que California aprobó "la marihuana de uso terapéutico" en 1996, 14 estados y el Distrito de Columbia se han apuntado a lo que -- admitámoslo -- es una especie de guiño a la legalización encubierta. El consumo es ilegal según el código federal, pero la administración Obama, igual que la Bush antes, ha dejado libertad casi total a los estados y las comunidades para hacer lo que quieran.

Si el anteproyecto de ley de California es aprobado, cualquiera mayor de 21 años podrá estar en posesión de hasta 28 gramos de marihuana, suficiente para liar docenas de petas. El consumo en público o en presencia de menores estará prohibido, al igual que la posesión de la droga en los recintos escolares o la conducción bajo su influencia. Los residentes pueden cultivar sus propias plantaciones pequeñas. El resto de estupefacientes seguirán siendo ilegales.

Un estudio realizado por la Rand Corporation dado a conocer esta semana cuestiona lo mucho que el nuevo reglamento puede reducir la violencia mexicana. El estudio sugiere que los cárteles mexicanos deben entre el 15 al 26% de sus ingresos a la marihuana, y no el 60% que se cita con frecuencia. Teniendo en cuenta también que alrededor de la mitad del consumo estadounidense se cultiva en el país, los beneficios de la exportación de los cárteles sólo van a poder menguar entre el 2 y el 4%, aunque se podría alcanzar el 20% si California se hace con el mercado estadounidense exportando al resto del país, reza el estudio.

Pero lo que significa todo esto para Estados Unidos y para México es que deben producirse pasos lejos de la prohibición. Cuestiones como el precio, los impuestos y el resto de estupefacientes también deben ser abordadas escrupulosamente. Pero la marihuana y California son buenos puntos de partida.

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