Me van a perdonar que deje el ‘Caso Contador’, como ya indiqué en mi anterior artículo, para cuando haya una sanción oficial y que en éste escriba sobre un fenómeno cántabro que el domingo pasado volvió a inscribir su nombre en la historia. El fenómeno cántabro, por supuesto, es Óscar Freire, el chico de los récords, de no darse nunca por vencido hasta conseguir cualquier objetivo que se haya marcado.
Esta vez, en su desquite del Mundial, ganó la París-Tours, la clásica de los velocistas. Se convirtió en el primer español que lo conseguía. Una hazaña más para la historia. Una más para el libro de su vida, ese en el que aparecen tres Milán-San Remo y tres Campeonatos del Mundo, lo que nadie tiene en España, lo que muy pocos tienen en el planeta.
Óscar Freire es un corredor al que valoran más fuera de su país, el nuestro, que dentro del mismo. Un ejemplo claro de esa maldita costumbre que nos invade de no apreciar lo que tenemos hasta que ya no lo tenemos, hasta que se nos va. Aquí se valora más un triunfo en una de las tres grandes. Aquí se tienen como ídolos, superhéroes, a Alberto Contador, Alejandro Valverde, Carlos Sastre u Óscar Pereiro. Bien hecho. Pero también hay que tener en cuenta y agradecer, devolver sus muestras de clase con muestras de cariño, el esfuerzo y el botín conquistado por un chico que está a un paso, todavía le queda 2011 y, si sigue, aún más oportunidades, para ser el único ciclista de la historia en ganar un Mundial en cuatro ocasiones.
Él necesita ese cariño. Se le nota en las entrevistas, donde se le ve resignado por no encontrar en España el aprecio que le tienen fuera, donde es una estrella, donde es considerado como uno de los mejores del mundo. Sin embargo, para los españoles está un escalón por debajo de los Contador, Valverde, Samuel Sánchez, Sastre o Mosquera. Todavía estamos a tiempo de poder disfrutar de él en directo. Dentro de muy poco, cuando se retire, todos le echaremos de menos.