Española y sobre la Guerra Civil. No son, a priori, los mejores ingredientes para animar a ir al cine. Un tema tan manido y, en los últimos años, tan mal tratado (y maltratado) provocará, seguro, muchos recelos para una inmensa mayoría de los espectadores, que se decantará por entrar en otra sala. Sin embargo, quienes, a pesar de los prejuicios (o gracias a ellos), decidan ver “Pan Negro”, podrán descubrir una nueva forma de contar la época y disfrutar de una historia que se aleja de algunos estereotipos. Su director, el mallorquín Agustí Villaronga, fiel a sí mismo, opta por un drama presentado en forma de thriller. Con esta fórmula logró el aplauso del pasado Festival de San Sebastián, que premió a una de las protagonistas de la cinta, Nora Navas, con la Concha de Plata a la mejor actriz.
Sin duda, lo mejor de la película son sus interpretaciones. El reparto combina jóvenes talentos como Nora con actores tan curtidos como Sergi López o Eduard Fernández, pasando por la convincente actuación de los niños, Francesc Colomer y Marina Comas. Sin duda, uno de los aciertos de la película es plantear el dilema moral de la posguerra, ambientada en la Cataluña rural, desde el punto de vista de un niño. La compleja relación entre ganadores y perdedores le hará descubrir el lado más oscuro de su alma y de quienes le rodean. El arranque de la cinta, una primera escena en la que un extraño provoca que un carromato se despeñe, supone una declaración de intenciones de la tragedia que va a acompañar a los personajes durante su vida.
La violencia es el hilo argumental. Villaronga cuenta con minuciosidad la represión, las detenciones arbitrarias, los fusilamientos… Esa dureza se plasma en todos los personajes, almas heridas sin remedio y que buscan una difícil redención. Precisamente, la cinta se centra en describir personajes y lo que sienten. No obstante, la minuciosidad con la que se cuenta provoca que la acción transcurra lenta en algunos tramos. La falta de ritmo también se debe a algunas historias paralelas a la principal, no irrelevantes pero sí prescindibles.
Estamos, por tanto, ante una película compleja y llena de matices. Su propósito no es contar una historia de ganadores o perdedores a causa de la guerra, sino de vencedores y derrotados por los propios errores los que la vida les ha llevado a cometer de manera inevitable. La fatalidad del destino es lo que acaba provocando compasión en el espectador, que asiste a un desenlace duro pero predecible. No obstante, la fuerza radica en las decisiones, por encima de sus sentimientos, porque, al fin y al cabo, la necesidad obliga a los personajes a reaccionar a impulsos y siguiendo sus instintos.