Siempre que nos reunimos en una cafetería para hablar del microrrelato hay una cuestión que nunca queda en el tintero de nuestras reflexiones: ¿cuánto tiempo se necesita para escribir un microrrelato? Muchos zanjan la polémica diciendo que depende, pero se quedan ahí. Otros hablan de media hora, veinte minutos o una hora y algunos como yo, enemigos del tiempo, somos más simples: hasta que esté terminado. Lástima que, por norma, la gran mayoría de nosotros somos impacientes por culpa (seguramente) de la necesidad innata de escribir y de esos malditos certámenes literarios que no cesan de crecer hasta llegar y plantar raíces en nuestra mente. Aunque, necesarios, los concursos muchas veces son malos consejeros. Que si una frase inicial, que si un argumento determinado, que si una imagen preliminar o, a pesar de la amplitud de estas convocatorias, una fecha límite de entrega.
Después pasa lo que pasa y el resultado es contraproducente, por lo menos en algunas ocasiones, dando textos incompletos, inoportunamente cerrados o con escasa tensión emocional. Es entonces, cuando los microrrelatistas nos lamentamos de la brevedad, la siempre paradójica brevedad. Y es ese, precisamente, el gran talón de Aquiles del género, la dificultad de lograr una pieza literaria compacta, unida e irrepetible en tan sólo unas pocas palabras.
Yo he escrito, como le habrá pasado a alguno de mis compañeros, microrrelatos en media hora, veinte minutos o en una hora, pero también en cinco minutos y, no pocas veces, en dos días: una sencilla decisión que sólo depende de la ambición de quien escribe, o de la inspiración, claro está.
Que sirvan pues, estos dos consejos a modo de supervivencia: no des terminado un microrrelato hasta que no lo lean una muestra considerable de personas y antes de colocar el último punto al texto, pregúntale si está dispuesto a nacer o a salir definitivamente de su siempre reconfortante incubadora mental.