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Franc Mendiola

Siempre la misma gente y siempre la misma voz

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Porque si algo tiene el futbol es que su literatura es territorio exclusivo para cazadores con licencia de poeta. Porque una voz más allá de, un silencio inesperado, un grito roto o una verborrea lúcida acerca de la pelota son quimeras para los profesionales de la comunicación futbolística. Basta con dilucidar noventa minutos sobre una alfombra letrada en forma de crónica, una crónica que pudo estar escrita años antes, y lo único que varía es el resultado. Y luego tertulias, que las venas en primer plano dan dinero, y más si van teñidas de blanco, o en menor medida de azulgrana.

Me refiero, claro debería estar, a que el deporte del balompié es una mera sucesión de tópicos que, indistintamente, se usan a mansalva para cubrir cualquier tipo de información. Para cubrirla, que no es lo mismo que recubrirla. Futbol es futbol, once contra once, no hay rival pequeño. ¿De veras? Suerte de los Petón y compañía, que reúnen aptitudes para ser nombrados “los bohemios de la pelota”. Y todo por no quedarse en el gol, sino en la intrahistoria del mismo. Desde el plato de macarrones del lunes al mediodía hasta la oportuna siesta del sábado por la tarde.

Se están perdiendo algunas formas, varias tradiciones y un cúmulo de costumbres .Podría dejarlo pasar, dejarme llevar , pero si leo a Galeano no hago más que anhelar otra sinfonía de olores los domingos por la tarde. Aquella bufanda retro bicolor que el abuelo regaló al hijo, y el hijo al primogénito. Y el primogénito que aguarda con la ilusión de un iluso que su abuelo lo lleve a ver campeonar a su equipo, y su equipo que campeona y el niño que lo ve porque el abuelo lo lleva. Y los viejos amigos de toda la vida que explican hazañas de quintas y quintos, de tridentes y formaciones que los cromos retratan para nuestra historia, pero que nuestra memoria no nos quiere dejar ver. El bote, hincapié en la emoción, el sobresalto o dícese de otro modo el espasmo al ver a tu nueve, y el nueve de las morenas, enchufarle un obús al meta rival. Aquel que todos odian, aquel que todos quieren, aquel que todos odian querer y aquel que todos quieren odiar.

Me embarga la melancolía de algo que ni siquiera he podido disfrutar. Quisiera ver regatear al mismísimo Garrincha en persona, y que Iríbar o Zamora lo devolvieran al cielo de un plumazo. Es más, me conformaría con que el Mágico González jugase media hora en un amistoso en Luxemburgo con su selección. Media hora porque el resto se lo pasaría bebiendo, fumando y pelando pipas, riéndose con los suyos y riéndose con los míos, pero al fin y al cabo jugando a futbol. Salir al verde debería ser mucho más que un mero compromiso laboral en el que aplicar con superioridad lo aprendido durante la semana de entrenamiento. Yo prefiero que los boteros sean personas antes que futbolistas, porque lo que hoy se lleva, es decir, primero futbolistas y luego personas, ya no me convence.

Siempre la misma gente y siempre la misma voz

Franc Mendiola
Franc Mendiola
sábado, 9 de octubre de 2010, 08:04 h (CET)
Porque si algo tiene el futbol es que su literatura es territorio exclusivo para cazadores con licencia de poeta. Porque una voz más allá de, un silencio inesperado, un grito roto o una verborrea lúcida acerca de la pelota son quimeras para los profesionales de la comunicación futbolística. Basta con dilucidar noventa minutos sobre una alfombra letrada en forma de crónica, una crónica que pudo estar escrita años antes, y lo único que varía es el resultado. Y luego tertulias, que las venas en primer plano dan dinero, y más si van teñidas de blanco, o en menor medida de azulgrana.

Me refiero, claro debería estar, a que el deporte del balompié es una mera sucesión de tópicos que, indistintamente, se usan a mansalva para cubrir cualquier tipo de información. Para cubrirla, que no es lo mismo que recubrirla. Futbol es futbol, once contra once, no hay rival pequeño. ¿De veras? Suerte de los Petón y compañía, que reúnen aptitudes para ser nombrados “los bohemios de la pelota”. Y todo por no quedarse en el gol, sino en la intrahistoria del mismo. Desde el plato de macarrones del lunes al mediodía hasta la oportuna siesta del sábado por la tarde.

Se están perdiendo algunas formas, varias tradiciones y un cúmulo de costumbres .Podría dejarlo pasar, dejarme llevar , pero si leo a Galeano no hago más que anhelar otra sinfonía de olores los domingos por la tarde. Aquella bufanda retro bicolor que el abuelo regaló al hijo, y el hijo al primogénito. Y el primogénito que aguarda con la ilusión de un iluso que su abuelo lo lleve a ver campeonar a su equipo, y su equipo que campeona y el niño que lo ve porque el abuelo lo lleva. Y los viejos amigos de toda la vida que explican hazañas de quintas y quintos, de tridentes y formaciones que los cromos retratan para nuestra historia, pero que nuestra memoria no nos quiere dejar ver. El bote, hincapié en la emoción, el sobresalto o dícese de otro modo el espasmo al ver a tu nueve, y el nueve de las morenas, enchufarle un obús al meta rival. Aquel que todos odian, aquel que todos quieren, aquel que todos odian querer y aquel que todos quieren odiar.

Me embarga la melancolía de algo que ni siquiera he podido disfrutar. Quisiera ver regatear al mismísimo Garrincha en persona, y que Iríbar o Zamora lo devolvieran al cielo de un plumazo. Es más, me conformaría con que el Mágico González jugase media hora en un amistoso en Luxemburgo con su selección. Media hora porque el resto se lo pasaría bebiendo, fumando y pelando pipas, riéndose con los suyos y riéndose con los míos, pero al fin y al cabo jugando a futbol. Salir al verde debería ser mucho más que un mero compromiso laboral en el que aplicar con superioridad lo aprendido durante la semana de entrenamiento. Yo prefiero que los boteros sean personas antes que futbolistas, porque lo que hoy se lleva, es decir, primero futbolistas y luego personas, ya no me convence.

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