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Israel Arias

Wall Street 2: Un cansino melodrama familiar

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Un viejo y herido tiburón enjaulado en un pastoso melodrama familiar. Eso es lo que parece Michael Douglas metido, más de dos décadas después, en la piel de Gordon Gekko. Un personaje que nos regala los pocos momentos memorables de la secuela perpetrada por Oliver Stone.




Imagen de la película.

La resurrección de Gekko arranca bien. Le vemos salir de carcel tras veinte años a la sombra y recoger los enseres con los que fue encerrado cuando estaba en lo más alto: su vacía billetera, su mítico anillo de oro que vuelve a ocupar su meñique y un teléfono móvil que hace dos décadas era símbolo de poder omnipresente pero que ahora despierta un aluvión de carcajadas en las butacas.

No sólo los móviles, sino también el mundo ha cambiado durante los años que Gekko ha estado fuera de la circulación. Nadie le espera a su salida de prisión. Está sólo, viejo y arruinado, pero su mirada conserva el hambre de antaño. Es lo único que conserva la energía, la fuerza y la atracción de aquella película que a mediados de los ochenta retrató con maestría el voraz canibalismo de Wall Street.

Lo hizo cuando el sistema capitalista estaba en pleno auge. Cuando era un seductor monstruo indestructible que todo devoraba a su paso. Ahora que está en crisis, la cosa cambia. Y también cambia el discurso de Stone, que alumbra una tragedia familiar salpicada de fogonazos de lo que pudo ser un buen thriller.

Esos flashes de lucidez se los debemos casi en exclusiva a Douglas y su Gekko, que llena la pantalla en cada aparición. Quizá más por el recuerdo de lo que fue que por lo que ahora es. De hecho otro gran momento es su fugaz encuentro con Bud Fox (Charlie Sheen), el delfín que le traicionó y le metió entre rejas.

Fuera de él y de su alargada sombra, Shia LaBeouf y Carey Mulligan ponen voluntad pero consiguen que el tedio sea la sensación que inunda su historia de amor y desamor. Ambos son los protagonistas de un cansino melodrama familiar falto de emoción y aderezado por los juegos de cámara y piruetas visuales con las que pretende innovar Stone.

Un cóctel sin sabor auténtico del que también participa Gekko. Eso sí, lo hace a su manera. La del pelo engominado a lo Mario Conde. La buena. La que nos gusta para estos menesteres... aunque ya no se estile.

Wall Street 2: Un cansino melodrama familiar

Israel Arias
Redacción
viernes, 8 de octubre de 2010, 11:01 h (CET)
Un viejo y herido tiburón enjaulado en un pastoso melodrama familiar. Eso es lo que parece Michael Douglas metido, más de dos décadas después, en la piel de Gordon Gekko. Un personaje que nos regala los pocos momentos memorables de la secuela perpetrada por Oliver Stone.




Imagen de la película.

La resurrección de Gekko arranca bien. Le vemos salir de carcel tras veinte años a la sombra y recoger los enseres con los que fue encerrado cuando estaba en lo más alto: su vacía billetera, su mítico anillo de oro que vuelve a ocupar su meñique y un teléfono móvil que hace dos décadas era símbolo de poder omnipresente pero que ahora despierta un aluvión de carcajadas en las butacas.

No sólo los móviles, sino también el mundo ha cambiado durante los años que Gekko ha estado fuera de la circulación. Nadie le espera a su salida de prisión. Está sólo, viejo y arruinado, pero su mirada conserva el hambre de antaño. Es lo único que conserva la energía, la fuerza y la atracción de aquella película que a mediados de los ochenta retrató con maestría el voraz canibalismo de Wall Street.

Lo hizo cuando el sistema capitalista estaba en pleno auge. Cuando era un seductor monstruo indestructible que todo devoraba a su paso. Ahora que está en crisis, la cosa cambia. Y también cambia el discurso de Stone, que alumbra una tragedia familiar salpicada de fogonazos de lo que pudo ser un buen thriller.

Esos flashes de lucidez se los debemos casi en exclusiva a Douglas y su Gekko, que llena la pantalla en cada aparición. Quizá más por el recuerdo de lo que fue que por lo que ahora es. De hecho otro gran momento es su fugaz encuentro con Bud Fox (Charlie Sheen), el delfín que le traicionó y le metió entre rejas.

Fuera de él y de su alargada sombra, Shia LaBeouf y Carey Mulligan ponen voluntad pero consiguen que el tedio sea la sensación que inunda su historia de amor y desamor. Ambos son los protagonistas de un cansino melodrama familiar falto de emoción y aderezado por los juegos de cámara y piruetas visuales con las que pretende innovar Stone.

Un cóctel sin sabor auténtico del que también participa Gekko. Eso sí, lo hace a su manera. La del pelo engominado a lo Mario Conde. La buena. La que nos gusta para estos menesteres... aunque ya no se estile.

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