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Kathleen Parker

Un motivo privado de preocupación pública

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NUEVA YORK -- El suicidio de un estudiante de la Rutgers de 18 años de edad tras una invasión inimaginable de su privacidad ha abierto con retraso un examen de la indiferencia casual -- y probablemente punible -- hacia el espacio personal de los demás.

El estudiante de primer año Tyler Clementi acudió al Puente George Washington la noche del 22 septiembre y saltó del borde. Unos cuantos días antes, según las autoridades, su compañero de habitación en el colegio mayor, Dharun Ravi, y una amiga, Molly Wei, habían colocado una webcam en el dormitorio que compartían Clementi y Ravi, grabado a Clementi durante un encuentro íntimo mantenido con otro hombre, y colgado en la red para que todo el mundo lo viera.

La crónica tiene varias dimensiones, complicadas por el hecho de que la víctima fuera homosexual. Basándome en los comentarios en Internet, parece que Ravi se cebaba con su compañero de habitación a causa de su orientación sexual.

¿Fue un delito de incitación al odio, o simplemente una broma estúpida que antes habría sido inconcebible? Desde luego fue un acto de acoso imperdonable. ¿Deberían ser procesados los presuntos delincuentes por invasión de la privacidad, cargo que se ha presentado, y/o por incitación al odio?

Las respuestas a esas preguntas tendrán que esperar a los detectives. Por ahora, otros interrogantes también llaman nuestra atención. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo puede alguien creer que el momento más privado e íntimo de otro es motivo de diversión? Aunque Clementi fue grabado con otro hombre, con igual facilidad se puede imaginar a un compañero de habitación que espía un encuentro heterosexual.

La proliferación de las redes sociales, combinada con el acceso masivo a la tecnología -- móviles con cámara, videocámaras de bolsillo y distribución blogosférica -- han abierto un mercado insaciable del cotilleo y el fisgoneo. El resultado ha sido una ruptura cultural con la decencia y la desaparición de los límites entre lo que debe ser público y lo privado.

Hasta este debate parece una invasión de la privacidad, teniendo en cuenta el insoportable dolor que la familia Clementi debe de estar soportando. Pero a veces hace falta una tragedia para sacarnos del estupor. Igual que el brutal asesinato de Matthew Shepard en 1998 despertó a los estadounidenses al sufrimiento de los homosexuales -- un escándalo de los que ponen en pie de guerra -- tal vez Tyler Clementi nos ayude a reconocer lo desagradables que nos hemos vuelto en nuestra adoración a esta cultura de mirones y famosos.

No pretendo rebajar la faceta homosexual de esta aberración, pero no hay espacio en una columna para abordarlo todo. Por ahora, hay que destacar que hay movimiento esperado de grupos e individuos, sobre todo Ellen DeGeneres, para hacer saber a jóvenes homosexuales y lesbianas dónde pueden encontrar apoyo. Bravo.

A ese necesario objetivo, deberíamos sumar un llamamiento urgente a renovar el respeto a la privacidad. Como comunidad de personas decentes, tenemos que movilizarnos para detener la locura del narcisismo y el exhibicionismo que inculcan la noción generalizada de que no hay nada sagrado.

Especialmente conmovedora fue la nota de suicidio de Clementi dirigida al mundo, una actualización de Facebook que anuncia que se dispone a suicidarse -- una despedida electrónica a sus "amigos", esos colegas aleatorios y a menudo anónimos que se alistan para seguir la vida virtual de uno.

Amigo, el sustantivo, ha perdido significado en un mundo en el que "frecuentar" es un verbo. Y la privacidad, sigo escuchando, está muerta y enterrada. No me lo trago.

Hubo un tiempo en el que el respeto a la privacidad ajena era el modal de la educación por excelencia. Por supuesto, también se consideraba de mala educación exhibirse en público -- o los motivos de afecto de cada uno. Hay quien lo llama puritanismo. Yo lo llamo civilización.

¿Demasiado tarde, dirá? En absoluto. Tenemos un referente de este tipo de cosas. Hubo un tiempo en que muchos estadounidenses fumaban comúnmente en público. A algunos de nosotros no nos gustaba; era malo para la salud y malo para la sociedad. Pocos son los que fuman en público hoy, en parte porque las ordenanzas lo prohíben, pero también porque los fumadores fueron condenados al ostracismo. Fueron convertidos en parias.

Con independencia de que usted esté de acuerdo con el movimiento anti-humos o no, reconocerá que funcionó. ¿Por qué no aplicar la misma plantilla a aquellos que invaden el espacio de los demás? No queremos ilegalizar las cámaras ni limitar en otros sentidos la libre expresión, pero desde luego podemos hacer que no sea atractivo ni aceptable entrometerse en la vida de los demás. La próxima vez que alguien le haga una foto o la cuelgue en internet sin su permiso, sea extremadamente ruidoso. Señale. Plántese en el límite de la civilización y grite, basta.

Cuando los demás sean víctimas de la falta de escrúpulos de uno, escandalícese. Y nunca apunte una cámara a nadie sin su permiso bajo ningún concepto.

Es lo menos que podemos hacer -- y no hacer -- por Tyler Clementi.

Un motivo privado de preocupación pública

Kathleen Parker
Kathleen Parker
jueves, 7 de octubre de 2010, 06:57 h (CET)
NUEVA YORK -- El suicidio de un estudiante de la Rutgers de 18 años de edad tras una invasión inimaginable de su privacidad ha abierto con retraso un examen de la indiferencia casual -- y probablemente punible -- hacia el espacio personal de los demás.

El estudiante de primer año Tyler Clementi acudió al Puente George Washington la noche del 22 septiembre y saltó del borde. Unos cuantos días antes, según las autoridades, su compañero de habitación en el colegio mayor, Dharun Ravi, y una amiga, Molly Wei, habían colocado una webcam en el dormitorio que compartían Clementi y Ravi, grabado a Clementi durante un encuentro íntimo mantenido con otro hombre, y colgado en la red para que todo el mundo lo viera.

La crónica tiene varias dimensiones, complicadas por el hecho de que la víctima fuera homosexual. Basándome en los comentarios en Internet, parece que Ravi se cebaba con su compañero de habitación a causa de su orientación sexual.

¿Fue un delito de incitación al odio, o simplemente una broma estúpida que antes habría sido inconcebible? Desde luego fue un acto de acoso imperdonable. ¿Deberían ser procesados los presuntos delincuentes por invasión de la privacidad, cargo que se ha presentado, y/o por incitación al odio?

Las respuestas a esas preguntas tendrán que esperar a los detectives. Por ahora, otros interrogantes también llaman nuestra atención. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo puede alguien creer que el momento más privado e íntimo de otro es motivo de diversión? Aunque Clementi fue grabado con otro hombre, con igual facilidad se puede imaginar a un compañero de habitación que espía un encuentro heterosexual.

La proliferación de las redes sociales, combinada con el acceso masivo a la tecnología -- móviles con cámara, videocámaras de bolsillo y distribución blogosférica -- han abierto un mercado insaciable del cotilleo y el fisgoneo. El resultado ha sido una ruptura cultural con la decencia y la desaparición de los límites entre lo que debe ser público y lo privado.

Hasta este debate parece una invasión de la privacidad, teniendo en cuenta el insoportable dolor que la familia Clementi debe de estar soportando. Pero a veces hace falta una tragedia para sacarnos del estupor. Igual que el brutal asesinato de Matthew Shepard en 1998 despertó a los estadounidenses al sufrimiento de los homosexuales -- un escándalo de los que ponen en pie de guerra -- tal vez Tyler Clementi nos ayude a reconocer lo desagradables que nos hemos vuelto en nuestra adoración a esta cultura de mirones y famosos.

No pretendo rebajar la faceta homosexual de esta aberración, pero no hay espacio en una columna para abordarlo todo. Por ahora, hay que destacar que hay movimiento esperado de grupos e individuos, sobre todo Ellen DeGeneres, para hacer saber a jóvenes homosexuales y lesbianas dónde pueden encontrar apoyo. Bravo.

A ese necesario objetivo, deberíamos sumar un llamamiento urgente a renovar el respeto a la privacidad. Como comunidad de personas decentes, tenemos que movilizarnos para detener la locura del narcisismo y el exhibicionismo que inculcan la noción generalizada de que no hay nada sagrado.

Especialmente conmovedora fue la nota de suicidio de Clementi dirigida al mundo, una actualización de Facebook que anuncia que se dispone a suicidarse -- una despedida electrónica a sus "amigos", esos colegas aleatorios y a menudo anónimos que se alistan para seguir la vida virtual de uno.

Amigo, el sustantivo, ha perdido significado en un mundo en el que "frecuentar" es un verbo. Y la privacidad, sigo escuchando, está muerta y enterrada. No me lo trago.

Hubo un tiempo en el que el respeto a la privacidad ajena era el modal de la educación por excelencia. Por supuesto, también se consideraba de mala educación exhibirse en público -- o los motivos de afecto de cada uno. Hay quien lo llama puritanismo. Yo lo llamo civilización.

¿Demasiado tarde, dirá? En absoluto. Tenemos un referente de este tipo de cosas. Hubo un tiempo en que muchos estadounidenses fumaban comúnmente en público. A algunos de nosotros no nos gustaba; era malo para la salud y malo para la sociedad. Pocos son los que fuman en público hoy, en parte porque las ordenanzas lo prohíben, pero también porque los fumadores fueron condenados al ostracismo. Fueron convertidos en parias.

Con independencia de que usted esté de acuerdo con el movimiento anti-humos o no, reconocerá que funcionó. ¿Por qué no aplicar la misma plantilla a aquellos que invaden el espacio de los demás? No queremos ilegalizar las cámaras ni limitar en otros sentidos la libre expresión, pero desde luego podemos hacer que no sea atractivo ni aceptable entrometerse en la vida de los demás. La próxima vez que alguien le haga una foto o la cuelgue en internet sin su permiso, sea extremadamente ruidoso. Señale. Plántese en el límite de la civilización y grite, basta.

Cuando los demás sean víctimas de la falta de escrúpulos de uno, escandalícese. Y nunca apunte una cámara a nadie sin su permiso bajo ningún concepto.

Es lo menos que podemos hacer -- y no hacer -- por Tyler Clementi.

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