El resultado de la huelga del pasado miércoles es, como siempre en estos casos, difícil de abarcar. Lo es porque las cifras son siempre basadas en algo más (o menos) que el recuento de todos los que secundaron la medida. Siempre hay interpretaciones que muestran más lo que creen que debería ser que lo que efectivamente es.
Una de las razones, si no la principal, es que lo que realmente es, no puede ser conocido por nadie. Nadie sabe cuántas personas, ni qué influencia, ni cómo se produjo, ni qué llevó a nada. Asumiendo una cifra mínima se construye el discurso ideológico de uno y otro bando.
El análisis es cualitativo y, por tanto, abierto a la influencia subjetiva sobre el hecho objetivo. Hasta tal punto ocurre esto que es casi irrelevante lo que pasó ‘de verdad’ el miércoles. Los discursos estaban ya preparados y ya eran irreconciliables.
La realidad de la que hablan está de antemano definida y se basa en hitos debidamente identificados que han propiciado llegar a otros hitos igualmente definidos. Toman los acontecimientos como puntos en una realidad discreta asegurando que es ése el único camino. Sus vías dibujan trayectorias que vienen ya separadas del infinito y que se dirigen hacia el infinito sin acercarse lo más mínimo.
Como la huelga no ha sido tan general como para suponer un verdadero punto de inflexión que separe el ayer del mañana, no ha servido sino para contentar a todos.
Como es costumbre en la sociedad de la técnica, el resultado mantiene a todos satisfechos y lo deja todo como estaba.