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Miguel Massanet

La descerebración de España

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“El gran viajero, poeta, novelista y extraordinario pensador…” como lo define M. Garrido; el hispanoamericano (español de nacimiento y angloamericano de adopción), nacido en Madrid, Jorge Santayana, dejó escrito en su obra “The Life of Reason” el siguiente pensamiento. “La cultura está entre los cuernos de este dilema: si debe ser profunda y exquisita, ha de quedar reducida a pocos hombres; si debe hacerse popular, tendrá que ser mezquina”. Es posible que a muchos no les resulte familiar ni comprensible una forma tan drástica, cínica y pesimista de calificar lo que, por desgracia, es algo endémico en muchas sociedades de nuestros tiempos, en las que fuere por la proliferación de los nini ( ni estudian ni trabajan), por la deficiencia de la enseñanza pública; esa que, en lugar de capitalizar la infinidad de millones que se gasta el Estado en enseñanza, para formar a ciudadanos que sean útiles a la sociedad y ayuden a elevar su nivel cultural, algo que, sin duda es la mejor carta de presentación de una nación ante el resto de países, para ser respetada y valorada; no obstante, se limitan a cubrir el expediente, a aprobar los cupos que se les fijan por los organismos que tienen entre manos esta faceta tan importante de desasnar a esta pléyade, cada vez más numerosa, de estudiantes que acceden a las aulas, sin que –las estadísticas así lo confirman — la mayoría de ellos consigan sacar fruto de la oportunidad que se les ofrece; sea por pertenecer a este 30% que abandonan antes de conseguir graduarse o fuere porque, a pesar de superar, con más pena que gloria, su ciclo formativo; cuando salen de la universidad, no están en condiciones de competir con los licenciados del resto de naciones de nuestro entorno. Hablo, como es natural, desde lo que constituye la generalidad de lo que cuece en el ámbito de la enseñanza pública, dentro de la cual, como no podría ocurrir de otra forma, siempre existe una minoría de excelentes mentes, bien dotadas, que se esfuerzan en aprender y formarse, que redimen con su capacidad y talento, los malos resultados del resto.

Claro que, si ya empezamos por constatar que, desde los más alto de nuestras instituciones; desde aquellos estamentos que por sus responsabilidades, por su especial cometido y por el encargo que han recibido de los votantes, debieran de dar ejemplo, empeñando todo su capacidad, su esfuerzo y saber, en elevar el nivel educativo de nuestra juventud, preocupándose de la preparación, instrucción y aprovechamiento de los alumnos, mediante una educación solvente que se les permita obtener una conocimientos útiles que, a la vez, cubran el derecho que tienen a ser instruidos y el deber para con la sociedad, de justificar el esfuerzo que los ciudadanos han llevado a cabo para proporcionarles todos los medios para su formación; en lugar de esforzarse por establecer un modelo único, basado en el método más experimentado, excelente y constatado de enseñanza para nuestros jóvenes; parece que han preferido enzarzarse en discusiones numantinas, en rifirrafes políticos y en sectarismos partidistas, que han dado lugar a la aparición de distintas leyes en las que, más que preocuparse de que los alumnos salgan bien preparados de los centros educativos; parece que sólo han buscado rebajar el nivel y calidad de la enseñanza, más preocupados por instaurar en los centros docentes, el adoctrinamiento partidista, la propaganda ideológica y el sectarismo político. Los efectos de este tipo de políticas lo tenemos en la calificación que se nos otorga a los españoles, en cuanto al nivel educativo de nuestros estudiantes, situados, según la CE, en los últimos lugares del ranking europeo.

Así, no debemos maravillarnos de que el nivel intelectual de nuestra nación se haya situado a la par del nivel educativo de nuestros jóvenes. Cada día se lee menos, se utiliza menos el cerebro, existe menos disciplina en las aulas, muchos profesores no tienen la preparación adecuada y otros prefieren convertir las aulas en mítines políticos en los que pretenden lavar los cerebros de sus estudiantes. La pérdida de valores como la familia, el esfuerzo, el trabajo, la emulación y el amor por el saber, el control de nuestras pasiones etc. han quedado sustituidos por el “pasotismo”, no sólo como manifestación de un desinterés por todo lo que ocurre en la sociedad, sino como un modo de entender la vida, una forma relativista de valorar los derechos y las obligaciones que, a su vez, comportan; tendiendo a supervalorar sus libertades y a menospreciar las de los demás. Acostumbrados a una vida muelle, gracias a los sacrificios de los padres, no son capaces de entender el esfuerzo que tuvieron que hacer sus antecesores para que, ahora, no les falte nada y puedan vivir sin dar golpe a costa de ellos Es evidente que la irrupción del socialismo ha dado los medios para que estos parásitos puedan vivir a costa de sus padres, Las leyes que protegen a los menores, incluso a los niños, se han promulgado con tan poco tino y con tanta carga ideológica que han llegado a confundir el necesario reproche o el inofensivo golpe en las nalgas a un niño, que no tiene todavía el uso de razón para entender de reflexiones, con un delito de malos tratos y abusos; la disciplina que los padres deben imponer a sus hijos, dentro de la familia, y su facultad de castigarlos y corregir sus conductas desordenadas, con un delito malos tratos y atentados contra la libertad. Un padre no puede echar a un hijo de su casa aunque éste lo maltrate, le amenace o se niegue a obedecer lo que se le manda, porque esta medida está fuera de la ley. ¡Qué clase de educación es esa que le cede todas las prerrogativas al menor, sin que la familia tenga ninguna posibilidad de defenderse de él!

España se está quedando en manos de personas cuyo único mérito ha sido pertenecer a un partido político, aunque su formación haya sido nula o deficiente; en esta nación ya no se valoran los méritos, la preparación, los conocimientos o el talento, aquí, por el contrario, hemos vuelto a la adoración de los ídolos: todos aquellos que, de una manera u otra, aparecen en las pantallas de la televisión o en las revistas del corazón o en los programas basura, regidos por sujetos impresentables que no paran barras ni en la decencia ni en la ética ni, tan siquiera, en la buena educación. Así nos encontramos como personajes de un nivel cultural y humano como el Chiquilicuatre, que se hacen populares y se forran, mientras que personas preparadas, científicos, médicos y licenciados de otras profesiones, tienen que emigrar al extranjero porque, en España, no se los tiene en cuenta. Evidentemente, España está descendiendo por el tobogán de la frivolidad, la sima de la inconsciencia y la filosofía de quienes estiman que no hace falta ni trabajar ni esforzarse para triunfar en la vida, basta hacerse popular, aunque para ello haya que delinquir, como ha sucedido en casos como el del Dioni o emparejarse con un torero, como este fenómeno sociológico, que incluso amenaza con intervenir en política, como es el caso de esta señora, Belén Esteban, quien, a base de horteradas, lenguaje soez y desplantes ordinarios, se ha metido a media España en el bolsillo. Este es el punto de inflexión que marca, no sé si inevitablemente, la decadencia de nuestra patria. Nunca, en la historia de nuestro país, se ha llegado a un nivel de degradación de la sociedad, al menos desde que se produjo la unificación de nuestra patria, a un estado semejante de desconcierto social, de desprecio por la política y los políticos, de ausencia de directrices y metas para la juventud y de falta de confianza y de miedo ante el futuro, de los ciudadanos. Alea yacta est.

La descerebración de España

Miguel Massanet
Miguel Massanet
martes, 28 de septiembre de 2010, 06:49 h (CET)
“El gran viajero, poeta, novelista y extraordinario pensador…” como lo define M. Garrido; el hispanoamericano (español de nacimiento y angloamericano de adopción), nacido en Madrid, Jorge Santayana, dejó escrito en su obra “The Life of Reason” el siguiente pensamiento. “La cultura está entre los cuernos de este dilema: si debe ser profunda y exquisita, ha de quedar reducida a pocos hombres; si debe hacerse popular, tendrá que ser mezquina”. Es posible que a muchos no les resulte familiar ni comprensible una forma tan drástica, cínica y pesimista de calificar lo que, por desgracia, es algo endémico en muchas sociedades de nuestros tiempos, en las que fuere por la proliferación de los nini ( ni estudian ni trabajan), por la deficiencia de la enseñanza pública; esa que, en lugar de capitalizar la infinidad de millones que se gasta el Estado en enseñanza, para formar a ciudadanos que sean útiles a la sociedad y ayuden a elevar su nivel cultural, algo que, sin duda es la mejor carta de presentación de una nación ante el resto de países, para ser respetada y valorada; no obstante, se limitan a cubrir el expediente, a aprobar los cupos que se les fijan por los organismos que tienen entre manos esta faceta tan importante de desasnar a esta pléyade, cada vez más numerosa, de estudiantes que acceden a las aulas, sin que –las estadísticas así lo confirman — la mayoría de ellos consigan sacar fruto de la oportunidad que se les ofrece; sea por pertenecer a este 30% que abandonan antes de conseguir graduarse o fuere porque, a pesar de superar, con más pena que gloria, su ciclo formativo; cuando salen de la universidad, no están en condiciones de competir con los licenciados del resto de naciones de nuestro entorno. Hablo, como es natural, desde lo que constituye la generalidad de lo que cuece en el ámbito de la enseñanza pública, dentro de la cual, como no podría ocurrir de otra forma, siempre existe una minoría de excelentes mentes, bien dotadas, que se esfuerzan en aprender y formarse, que redimen con su capacidad y talento, los malos resultados del resto.

Claro que, si ya empezamos por constatar que, desde los más alto de nuestras instituciones; desde aquellos estamentos que por sus responsabilidades, por su especial cometido y por el encargo que han recibido de los votantes, debieran de dar ejemplo, empeñando todo su capacidad, su esfuerzo y saber, en elevar el nivel educativo de nuestra juventud, preocupándose de la preparación, instrucción y aprovechamiento de los alumnos, mediante una educación solvente que se les permita obtener una conocimientos útiles que, a la vez, cubran el derecho que tienen a ser instruidos y el deber para con la sociedad, de justificar el esfuerzo que los ciudadanos han llevado a cabo para proporcionarles todos los medios para su formación; en lugar de esforzarse por establecer un modelo único, basado en el método más experimentado, excelente y constatado de enseñanza para nuestros jóvenes; parece que han preferido enzarzarse en discusiones numantinas, en rifirrafes políticos y en sectarismos partidistas, que han dado lugar a la aparición de distintas leyes en las que, más que preocuparse de que los alumnos salgan bien preparados de los centros educativos; parece que sólo han buscado rebajar el nivel y calidad de la enseñanza, más preocupados por instaurar en los centros docentes, el adoctrinamiento partidista, la propaganda ideológica y el sectarismo político. Los efectos de este tipo de políticas lo tenemos en la calificación que se nos otorga a los españoles, en cuanto al nivel educativo de nuestros estudiantes, situados, según la CE, en los últimos lugares del ranking europeo.

Así, no debemos maravillarnos de que el nivel intelectual de nuestra nación se haya situado a la par del nivel educativo de nuestros jóvenes. Cada día se lee menos, se utiliza menos el cerebro, existe menos disciplina en las aulas, muchos profesores no tienen la preparación adecuada y otros prefieren convertir las aulas en mítines políticos en los que pretenden lavar los cerebros de sus estudiantes. La pérdida de valores como la familia, el esfuerzo, el trabajo, la emulación y el amor por el saber, el control de nuestras pasiones etc. han quedado sustituidos por el “pasotismo”, no sólo como manifestación de un desinterés por todo lo que ocurre en la sociedad, sino como un modo de entender la vida, una forma relativista de valorar los derechos y las obligaciones que, a su vez, comportan; tendiendo a supervalorar sus libertades y a menospreciar las de los demás. Acostumbrados a una vida muelle, gracias a los sacrificios de los padres, no son capaces de entender el esfuerzo que tuvieron que hacer sus antecesores para que, ahora, no les falte nada y puedan vivir sin dar golpe a costa de ellos Es evidente que la irrupción del socialismo ha dado los medios para que estos parásitos puedan vivir a costa de sus padres, Las leyes que protegen a los menores, incluso a los niños, se han promulgado con tan poco tino y con tanta carga ideológica que han llegado a confundir el necesario reproche o el inofensivo golpe en las nalgas a un niño, que no tiene todavía el uso de razón para entender de reflexiones, con un delito de malos tratos y abusos; la disciplina que los padres deben imponer a sus hijos, dentro de la familia, y su facultad de castigarlos y corregir sus conductas desordenadas, con un delito malos tratos y atentados contra la libertad. Un padre no puede echar a un hijo de su casa aunque éste lo maltrate, le amenace o se niegue a obedecer lo que se le manda, porque esta medida está fuera de la ley. ¡Qué clase de educación es esa que le cede todas las prerrogativas al menor, sin que la familia tenga ninguna posibilidad de defenderse de él!

España se está quedando en manos de personas cuyo único mérito ha sido pertenecer a un partido político, aunque su formación haya sido nula o deficiente; en esta nación ya no se valoran los méritos, la preparación, los conocimientos o el talento, aquí, por el contrario, hemos vuelto a la adoración de los ídolos: todos aquellos que, de una manera u otra, aparecen en las pantallas de la televisión o en las revistas del corazón o en los programas basura, regidos por sujetos impresentables que no paran barras ni en la decencia ni en la ética ni, tan siquiera, en la buena educación. Así nos encontramos como personajes de un nivel cultural y humano como el Chiquilicuatre, que se hacen populares y se forran, mientras que personas preparadas, científicos, médicos y licenciados de otras profesiones, tienen que emigrar al extranjero porque, en España, no se los tiene en cuenta. Evidentemente, España está descendiendo por el tobogán de la frivolidad, la sima de la inconsciencia y la filosofía de quienes estiman que no hace falta ni trabajar ni esforzarse para triunfar en la vida, basta hacerse popular, aunque para ello haya que delinquir, como ha sucedido en casos como el del Dioni o emparejarse con un torero, como este fenómeno sociológico, que incluso amenaza con intervenir en política, como es el caso de esta señora, Belén Esteban, quien, a base de horteradas, lenguaje soez y desplantes ordinarios, se ha metido a media España en el bolsillo. Este es el punto de inflexión que marca, no sé si inevitablemente, la decadencia de nuestra patria. Nunca, en la historia de nuestro país, se ha llegado a un nivel de degradación de la sociedad, al menos desde que se produjo la unificación de nuestra patria, a un estado semejante de desconcierto social, de desprecio por la política y los políticos, de ausencia de directrices y metas para la juventud y de falta de confianza y de miedo ante el futuro, de los ciudadanos. Alea yacta est.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

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Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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