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Jesús Salamanca

Desprestigio sindical

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Cada vez tienen menos dudas los trabajadores, parados y jubilados. Los sindicatos obreros, o Sindicalismo Vertical Unificado, están obligados a modernizarse cuanto antes. No han evolucionado y continúan adocenados como hace docenas de años; es más, cada vez tienen menos crédito, más desprestigio, mayor rechazo social y menor aceptación incluso entre los suyos.

Su apoyo incondicional al Gobierno durante estos últimos siete años ha defraudado a los trabajadores, ha contribuido a que alcancemos las cuotas de paro que tenemos y ha estado a punto de acabar con el Estado de bienestar. Y vamos más lejos: el sindicalismo obrero ha colaborado en la destrucción de puestos de trabajo y negado el principal derecho constitucional de los ciudadanos: el derecho al trabajo. ¿No es cierto? Pues ahí están los millones de parados.

Sobran explicaciones. Como casi siempre, llegan tarde. Posiblemente estemos en el momento más adecuado para abrir la Constitución y retomar el asunto de la representatividad. No podemos seguir haciendo el ridículo ante Europa ni podemos permitir que hagan el ridículo las mal llamadas ‘centrales obreras’. Deberían tomar nota del sindicalismo sectorial que ha empezado a prescindir de sus liberados.

Esos sindicatos obreros se suelen quejar de la campaña de desprestigio contra ellos. Lo cierto es que su anquilosamiento y su abuso permanente han llevado a la propia sociedad a decir eso de “hasta aquí hemos llegado”. Precisamente quienes desprestigian este modelo de sindicalismo son los ciudadanos más dañados por las acciones sindicales, así como los sectores más serios de la economía y la política. Y como de costumbre, ese sindicalismo decimonónico se hace la víctima y si tiene que mentir, miente. Bien es verdad que el desprestigio que les acompaña lo iniciaron ellos mismos: recuerden a la mafia sindical tirando basura en el metro de Madrid para entorpecer la vida diaria y prolongar los contratos de trabajo.

Lean, lean ustedes algunas entrevistas a ciertos ‘vividores’ sindicales: dicen que el 80% de sus ingresos proceden de las cuotas de sus afiliados. ¡Hace falta ser casposos, caraduras y estar desinformados para decir algo así! No hay más que hacer un seguimiento del BOE y de los boletines de las comunidades autónomas; son abusivas las cantidades, millonadas, que reciben de dinero público, en muchos casos para cursos de formación que generan todas las dudas del mundo.

Sin duda, no saben adónde llegan ni en qué se gastan el montante brutal de dinero. Eso de los cursos de formación para los trabajadores son milongas vespertinas y es por ahí por donde hay que empezar a recortar y retirar subvenciones. Si forman los sindicatos, también deberían formar las asociaciones de vecinos o la plataforma de vecinos cabreados con el ayuntamiento de turno. La formación sindical, en el seno del sindicalismo clase, es un fraude en un elevado porcentaje: cursos que no se dan y se cobran, certificados que se falsifican, dinero que no se justifica. ¿Recuerdan el gran escándalo que montó en su día CSI-CSIF? Pues un simple juego de niños en comparación con lo que algunos llaman centrales sindicales. Nos recuerdan a las centrales lecheras. Bueno, éstas también tiran de la ubre, aunque en otro sentido.

El sindicalismo de clase es colaboracionista con el Gobierno socialista. El Gobierno se ha quitado la careta y ha regulado la reforma laboral. Una reforma que es una clara política ‘iluminada’ de izquierdas (también ha malgastado los ahorros del Estado y recortado el Estado de bienestar), aunque la insensatez y la torpeza de los sindicatos les lleva a pensar que son políticas neoliberales, si bien no saben en qué consisten esas ni lo que supone. El Sindicalismo vertical Unificado ha estado alineado con el Gobierno por intereses y, precisamente por eso, se ha desprestigiado tanto que ha montado su propio tenderete. El tenderete que mejor sabe montar: la huelga general. Si no hubiese colaborado con el Gobierno durante estos años pasados, no se hubiera llegado a esta situación. Van a recoger lo que han sembrado: rechazo, desidia y desprecio.

Esa huelga llega tarde, en muy mal momento, con un matiz claramente político y cuando más daño hace a la clase trabajadora. Es el eterno afán de este tipo de sindicalismo, especializado en maltratar al prójimo, como cuando montan huelgas artificiales en los medios de transporte coincidiendo con el inicio de vacaciones. El caso es hacerse notar. Es, como decimos, una huelga política basada en el despecho de los líderes sindicales al ver que se hunden por su apoyo al Gobierno y su excesivo acomodo.

Llegado a este punto, tales sindicatos obreros no podrían justificar su dejadez, su desprecio a los trabajadores, su rechazo a los parados y los cinco millones de parados sin montar una huelga general. Pero se han pillado los dedos. Y también se han pillado más cosas, empezando por su propia dignidad. Han querido defender lo mismo y lo contrario y ahí tienen el resultado.

Desprestigio sindical

Jesús Salamanca
Jesús  Salamanca
viernes, 24 de septiembre de 2010, 07:04 h (CET)
Cada vez tienen menos dudas los trabajadores, parados y jubilados. Los sindicatos obreros, o Sindicalismo Vertical Unificado, están obligados a modernizarse cuanto antes. No han evolucionado y continúan adocenados como hace docenas de años; es más, cada vez tienen menos crédito, más desprestigio, mayor rechazo social y menor aceptación incluso entre los suyos.

Su apoyo incondicional al Gobierno durante estos últimos siete años ha defraudado a los trabajadores, ha contribuido a que alcancemos las cuotas de paro que tenemos y ha estado a punto de acabar con el Estado de bienestar. Y vamos más lejos: el sindicalismo obrero ha colaborado en la destrucción de puestos de trabajo y negado el principal derecho constitucional de los ciudadanos: el derecho al trabajo. ¿No es cierto? Pues ahí están los millones de parados.

Sobran explicaciones. Como casi siempre, llegan tarde. Posiblemente estemos en el momento más adecuado para abrir la Constitución y retomar el asunto de la representatividad. No podemos seguir haciendo el ridículo ante Europa ni podemos permitir que hagan el ridículo las mal llamadas ‘centrales obreras’. Deberían tomar nota del sindicalismo sectorial que ha empezado a prescindir de sus liberados.

Esos sindicatos obreros se suelen quejar de la campaña de desprestigio contra ellos. Lo cierto es que su anquilosamiento y su abuso permanente han llevado a la propia sociedad a decir eso de “hasta aquí hemos llegado”. Precisamente quienes desprestigian este modelo de sindicalismo son los ciudadanos más dañados por las acciones sindicales, así como los sectores más serios de la economía y la política. Y como de costumbre, ese sindicalismo decimonónico se hace la víctima y si tiene que mentir, miente. Bien es verdad que el desprestigio que les acompaña lo iniciaron ellos mismos: recuerden a la mafia sindical tirando basura en el metro de Madrid para entorpecer la vida diaria y prolongar los contratos de trabajo.

Lean, lean ustedes algunas entrevistas a ciertos ‘vividores’ sindicales: dicen que el 80% de sus ingresos proceden de las cuotas de sus afiliados. ¡Hace falta ser casposos, caraduras y estar desinformados para decir algo así! No hay más que hacer un seguimiento del BOE y de los boletines de las comunidades autónomas; son abusivas las cantidades, millonadas, que reciben de dinero público, en muchos casos para cursos de formación que generan todas las dudas del mundo.

Sin duda, no saben adónde llegan ni en qué se gastan el montante brutal de dinero. Eso de los cursos de formación para los trabajadores son milongas vespertinas y es por ahí por donde hay que empezar a recortar y retirar subvenciones. Si forman los sindicatos, también deberían formar las asociaciones de vecinos o la plataforma de vecinos cabreados con el ayuntamiento de turno. La formación sindical, en el seno del sindicalismo clase, es un fraude en un elevado porcentaje: cursos que no se dan y se cobran, certificados que se falsifican, dinero que no se justifica. ¿Recuerdan el gran escándalo que montó en su día CSI-CSIF? Pues un simple juego de niños en comparación con lo que algunos llaman centrales sindicales. Nos recuerdan a las centrales lecheras. Bueno, éstas también tiran de la ubre, aunque en otro sentido.

El sindicalismo de clase es colaboracionista con el Gobierno socialista. El Gobierno se ha quitado la careta y ha regulado la reforma laboral. Una reforma que es una clara política ‘iluminada’ de izquierdas (también ha malgastado los ahorros del Estado y recortado el Estado de bienestar), aunque la insensatez y la torpeza de los sindicatos les lleva a pensar que son políticas neoliberales, si bien no saben en qué consisten esas ni lo que supone. El Sindicalismo vertical Unificado ha estado alineado con el Gobierno por intereses y, precisamente por eso, se ha desprestigiado tanto que ha montado su propio tenderete. El tenderete que mejor sabe montar: la huelga general. Si no hubiese colaborado con el Gobierno durante estos años pasados, no se hubiera llegado a esta situación. Van a recoger lo que han sembrado: rechazo, desidia y desprecio.

Esa huelga llega tarde, en muy mal momento, con un matiz claramente político y cuando más daño hace a la clase trabajadora. Es el eterno afán de este tipo de sindicalismo, especializado en maltratar al prójimo, como cuando montan huelgas artificiales en los medios de transporte coincidiendo con el inicio de vacaciones. El caso es hacerse notar. Es, como decimos, una huelga política basada en el despecho de los líderes sindicales al ver que se hunden por su apoyo al Gobierno y su excesivo acomodo.

Llegado a este punto, tales sindicatos obreros no podrían justificar su dejadez, su desprecio a los trabajadores, su rechazo a los parados y los cinco millones de parados sin montar una huelga general. Pero se han pillado los dedos. Y también se han pillado más cosas, empezando por su propia dignidad. Han querido defender lo mismo y lo contrario y ahí tienen el resultado.

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