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David S. Broder

LA exhibición de tolerancia de Kennedy

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WASHINGTON - El domingo se cumplen los cincuenta años de que John Kennedy pronunciara uno de los mejores discursos políticos que he escuchado nunca, un alegato en defensa de la tolerancia religiosa que guarda una rara relevancia ahora que un representante eclesiástico desconocido viene amenazando con quemar un Corán para asestar un golpe a los musulmanes.

La idea de usar el aniversario del 11 de Septiembre para condenar a la religión de los que atacaron el World Trade Center ha sido criticada por el Presidente Obama y por los líderes de todas las demás religiones.

Que encontrara cabida en este país sugiere la tenacidad del prejuicio que fue el tema de la argumentación de Kennedy -- una tarde que sigue igual de viva en mi memoria que cualquiera de las primeras campañas presidenciales que cubrí.

Kennedy venía luchando por abrirse camino en los estados electoralmente indecisos del interior oriental, empezando el Día del Trabajo en Michigan y luego directamente a la Costa Oeste desde Seattle y Portland a Los Ángeles pasando por el Valle de California, y luego del este a Phoenix y a Texas.

La acogida había sido satisfactoria pero las crónicas que llegaban de la campaña eran preocupantes. En el este, Norman Vincent Peale, el pastor Protestante y escritor de éxito cuyo seguimiento rivalizaba con el de Billy Graham, había formado una alianza con otros líderes eclesiásticos que planteaban dudas hostiles del joven candidato católico romano. Por todo el Sur y en muchas otras zonas rurales, los Protestantes no aguardaban a la respuesta para indicar que Kennedy era inaceptable como inquilino de la Casa Blanca.

La campaña no tenía nada de discreto. La Conferencia Nacional de Ciudadanos por la Libertad Religiosa, el colectivo de Peale, remitió al candidato una carta abierta: "¿Es razonable suponer que un presidente católico romano puede soportar airosamente los esfuerzos decididos de la jerarquía eclesiástica encaminados a obtener más recursos y favores que destinar a sus centros e instituciones y vulnerar de otras formas la barrera que separa la iglesia del estado?"

A medida que viajábamos, se extendía la noticia de que Kennedy había decidido abordar el asunto de frente, en lugar de dejar que proliferase y le condenara a seguir el camino de Al Smith, el primer candidato católico a presidente, a la derrota. De forma que Kennedy había aceptado una invitación a comparecer ante la Asociación de Representantes Eclesiásticos de la Zona de Houston para pronunciar un discurso televisado con turno de ruegos y preguntas el día 12 de septiembre.

Ted Sorensen, el redactor de discursos de Kennedy, se puso a buscar las declaraciones formales y, como contó a Theodore White, el cronista de la campaña, lo hizo convencido de que en las horas siguientes se iban a decidir las elecciones.

Los pastores, vestidos con las galas de domingo, estaban sentados en una sala de baile del Hotel Rice cuando llegó Kennedy. Hizo un gesto de recorrer la asamblea por sí solo -- un hombre que se enfrenta a lo que quiera que fuera a venir.

En términos citados con asiduidad como definitorios de la tradición estadounidense de libertad religiosa, Kennedy articuló dos párrafos tajantes, abriendo así, "Creo en una América en la que la separación entre iglesia y estado es absoluta", y rematando "donde la libertad religiosa es tan indivisible que un acto cometido contra una iglesia es considerado un acto perpetrado contra todas".

Luego vino la retórica, incluyendo el recordatorio de que "junto a Bowie y Crockett perdió la vida Fuentes, y McCafferty, y Bailey, y Badillo, y Carey, pero nadie sabe si eran católicos o no. Porque no había ningún examen religioso" en el Álamo.

Durante el turno de preguntas, Kennedy exhibió una mirada de asombro desconcertado a medida que los representantes eclesiásticos citaban la Enciclopedia Católica, sugiriendo su lenguaje corporal que este viaje era ajeno a su mundo cotidiano. Pero en ningún momento perdió la calma, y les aseguró que no encontraba ninguna de las preguntas "injusta ni irracional". Se marchó entre aplausos.

Al final, Peter Lisagor, del Chicago Daily News, salió al paso del resto de periodistas y dijo, "Si los editores de este país fueran inteligentes, le quitarían de encima toda la prensa a Kennedy durante el resto de la campaña. No se puede haber contemplado esto y seguir diciendo que se es neutral". Yo pensé que tenía razón.

LA exhibición de tolerancia de Kennedy

David S. Broder
David S. Broder
martes, 14 de septiembre de 2010, 09:08 h (CET)
WASHINGTON - El domingo se cumplen los cincuenta años de que John Kennedy pronunciara uno de los mejores discursos políticos que he escuchado nunca, un alegato en defensa de la tolerancia religiosa que guarda una rara relevancia ahora que un representante eclesiástico desconocido viene amenazando con quemar un Corán para asestar un golpe a los musulmanes.

La idea de usar el aniversario del 11 de Septiembre para condenar a la religión de los que atacaron el World Trade Center ha sido criticada por el Presidente Obama y por los líderes de todas las demás religiones.

Que encontrara cabida en este país sugiere la tenacidad del prejuicio que fue el tema de la argumentación de Kennedy -- una tarde que sigue igual de viva en mi memoria que cualquiera de las primeras campañas presidenciales que cubrí.

Kennedy venía luchando por abrirse camino en los estados electoralmente indecisos del interior oriental, empezando el Día del Trabajo en Michigan y luego directamente a la Costa Oeste desde Seattle y Portland a Los Ángeles pasando por el Valle de California, y luego del este a Phoenix y a Texas.

La acogida había sido satisfactoria pero las crónicas que llegaban de la campaña eran preocupantes. En el este, Norman Vincent Peale, el pastor Protestante y escritor de éxito cuyo seguimiento rivalizaba con el de Billy Graham, había formado una alianza con otros líderes eclesiásticos que planteaban dudas hostiles del joven candidato católico romano. Por todo el Sur y en muchas otras zonas rurales, los Protestantes no aguardaban a la respuesta para indicar que Kennedy era inaceptable como inquilino de la Casa Blanca.

La campaña no tenía nada de discreto. La Conferencia Nacional de Ciudadanos por la Libertad Religiosa, el colectivo de Peale, remitió al candidato una carta abierta: "¿Es razonable suponer que un presidente católico romano puede soportar airosamente los esfuerzos decididos de la jerarquía eclesiástica encaminados a obtener más recursos y favores que destinar a sus centros e instituciones y vulnerar de otras formas la barrera que separa la iglesia del estado?"

A medida que viajábamos, se extendía la noticia de que Kennedy había decidido abordar el asunto de frente, en lugar de dejar que proliferase y le condenara a seguir el camino de Al Smith, el primer candidato católico a presidente, a la derrota. De forma que Kennedy había aceptado una invitación a comparecer ante la Asociación de Representantes Eclesiásticos de la Zona de Houston para pronunciar un discurso televisado con turno de ruegos y preguntas el día 12 de septiembre.

Ted Sorensen, el redactor de discursos de Kennedy, se puso a buscar las declaraciones formales y, como contó a Theodore White, el cronista de la campaña, lo hizo convencido de que en las horas siguientes se iban a decidir las elecciones.

Los pastores, vestidos con las galas de domingo, estaban sentados en una sala de baile del Hotel Rice cuando llegó Kennedy. Hizo un gesto de recorrer la asamblea por sí solo -- un hombre que se enfrenta a lo que quiera que fuera a venir.

En términos citados con asiduidad como definitorios de la tradición estadounidense de libertad religiosa, Kennedy articuló dos párrafos tajantes, abriendo así, "Creo en una América en la que la separación entre iglesia y estado es absoluta", y rematando "donde la libertad religiosa es tan indivisible que un acto cometido contra una iglesia es considerado un acto perpetrado contra todas".

Luego vino la retórica, incluyendo el recordatorio de que "junto a Bowie y Crockett perdió la vida Fuentes, y McCafferty, y Bailey, y Badillo, y Carey, pero nadie sabe si eran católicos o no. Porque no había ningún examen religioso" en el Álamo.

Durante el turno de preguntas, Kennedy exhibió una mirada de asombro desconcertado a medida que los representantes eclesiásticos citaban la Enciclopedia Católica, sugiriendo su lenguaje corporal que este viaje era ajeno a su mundo cotidiano. Pero en ningún momento perdió la calma, y les aseguró que no encontraba ninguna de las preguntas "injusta ni irracional". Se marchó entre aplausos.

Al final, Peter Lisagor, del Chicago Daily News, salió al paso del resto de periodistas y dijo, "Si los editores de este país fueran inteligentes, le quitarían de encima toda la prensa a Kennedy durante el resto de la campaña. No se puede haber contemplado esto y seguir diciendo que se es neutral". Yo pensé que tenía razón.

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