WASHINGTON - Ahora que John McCain se ha ocupado de su tarea pendiente en Arizona, es hora de que regrese a Washington y a las responsabilidades que ostenta en calidad de secretario del Partido Republicano y líder nacional.
No le envidio los 20 millones de dólares que gastó para ganar las primarias del martes, o la cantidad que fuera. Tampoco me he molestado por los compromisos doctrinales que hizo el senador para convencer a los votantes de Arizona de que, en realidad, es conservador. McCain siempre ha sido un realista, alguien que hace lo que sea necesario para sobrevivir a un campo vietnamita de prisioneros o a un difícil ardid político. Su apoyo a George W. Bush en el 2000 - un caballero al que tenía muchas razones para detestar - demostró su sentido práctico, e hizo posible su propia candidatura presidencial en 2008.
Fue fácil dar apoyo moral a McCain para repeler las aspiraciones del ex Representante J. D. Hayworth y situarse en posición de alzarse con su quinta legislatura en noviembre. Lo último que necesita el Senado es un ex-locutor radiofónico bocazas como Hayworth.
Lo que le hace muchísima falta es una dirección adulta, y ahora corresponde a McCain demostrar que está dispuesto a cumplir esta función tanto por su partido como por su país.
Tras su derrota a manos de Barack Obama, un caballero del que alberga muchas reservas, McCain tenía motivos para pensar y recuperarse en lugar de lanzarse al reanudado enfrentamiento político. Cuando Hayworth surgió de la nada en Arizona, deseoso de ocupar el escaño del Senado, McCain fue sabio tomando seriamente la amenaza y respondiendo con energía.
Pero ahora, mientras el senador de 73 años de edad se prepara para la que bien podría ser su legislatura final en una carrera legislativa que comenzó allá por 1982, ha llegado el momento de que McCain preste atención a su legado -- y las condiciones son propicias.
En un Congreso en el que los Demócratas tienen penosos índices de popularidad y los Republicanos aún peores, McCain es uno de los pocos nombres que no despierta el desprecio instantáneo entre el electorado. La reputación de independencia que se ganó -- por ser caballero de convicciones propias, al margen de las presiones -- ha sobrevivido a los caprichos de una carrera excepcionalmente longeva.
Esa reputación es su pasaporte a la influencia, y un precioso talento que puede brindar al resto, Republicano o Demócrata, de los dispuestos a unirse a él mientras un disfuncional Senado se prepara para combatir un exigente programa tanto en el ámbito nacional como en el exterior.
McCain no tiene que deshacerse de ningún obstáculo para interpretar el papel para el que está dotado de forma única. Simplemente necesita fijar su propio rumbo y constituir sus propias alianzas sobre la marcha, como ha hecho siempre, con un Tom Coburn en la derecha o un Russ Feingold en la izquierda.
Uno de los inefables fracasos de los últimos años ha sido la ausencia de una oposición que tome decisiones basadas en principios relativas al momento de apoyar u oponerse al presidente. McCain tiene la oportunidad de oro -- y las mejores credenciales -- para restituir esto.
Tiene libertad política casi total -- un electorado que no le va a castigar frontalmente por seguir sus propios dictados. Existe el suficiente respeto mutuo entre el presidente y él como para que el apoyo de McCain sea bien acogido por la Casa Blanca y bien interpretado por sus detractores.
Depende de McCain elegir el momento y la forma de ejercer la influencia que despliega, no sólo en calidad de senador veterano sino como un hombre que millones estuvieron dispuestos a apoyar como jefe del ejecutivo en dos campañas.
Un terreno evidente en el que va a hacer falta es su campo predilecto de la seguridad nacional. Irak, donde fue profético y tenaz, sigue planteando desafíos, y Afganistán, donde Obama necesita desesperadamente un socio Republicano, es probable que esté en crisis antes de poder considerarse un éxito. Detrás de ellos se esconde Irán, que podría ser la próxima gran prueba de esta nación.
No menos importante es el papel que puede desempeñar McCain dentro de su propio partido. En Arizona, alejó con éxito al Partido Republicano de un experimento de extremismo. Tiene que hacer esto también a nivel nacional, incluyendo un papel potencialmente influyente a la hora de modelar la elección del próximo candidato.
Un montón de trabajo -- pero John McCain nunca lo ha evitado.