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David S. Broder

La tesis tras las iras de Gibbs

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WASHINGTON -- Cuando el secretario de prensa de la Casa Blanca Robert Gibbs criticaba a "la izquierda profesional" hace un par de semanas por encontrar deficiencias de forma prematura en la gestión del Presidente Obama -- una actuación que más tarde pretendía enmendar -- no dio nombres, en la medida que puedo recordar.

De haberlo hecho, bien podría haber mencionado a John B. Judis, el columnista que redactó la crónica de primera página del último número de The New Republic, titulada "La caída innecesaria: contra-crónica de la Presidencia Obama".

El objetivo de Gibbs era el ala izquierda del Partido Demócrata, que en lugar de celebrar las victorias de Obama en la reforma sanitaria y la regulación financiera, ha ido haciendo acopio de quejas por sus deficiencias dentro y fuera del país.

Judis, un caballero de izquierdas, decidía anticipar el veredicto de los electores en noviembre y precipitaba su explicación de la derrota de los Demócratas sobre el papel sin esperar a que se celebren los comicios.

Aludiendo a las derrotas en las elecciones extraordinarias de Virginia, Nueva Jersey y Massachusetts, escribe: "Lo que sentenció políticamente a Obama fue la forma en que abordó la crisis financiera durante los seis primeros meses de su presidencia. En una atmósfera dominada por una respuesta populista, permitió que la derecha definiera los términos".

El problema, según lo entiende Judis, es que "cuando la opinión pública estaba en pie de guerra", Obama no se cebó lo suficiente con los bancos. En lugar de eso, el Presidente razonó que los excesos habían sido cometidos por todo hijo de vecino dentro de "una tormenta perfecta de irresponsabilidades" que arrastró al sector financiero, al legislativo y a la ciudadanía.

Dado que Obama "contrató a personas salidas de la cultura de Wall Street", según cita Judis al Senador Byron Dorgan, para ocupar los principales puestos de su administración y "no logró empujar al Congreso a implantar con efecto inmediato nuevas regulaciones financieras o por lo menos crear una comisión para investigar el fraude", desató "una revolución populista de la derecha en el país".

Obama no se lanzó a las barricadas pues, según esta versión de la historia, como hicieron el movimiento de protesta fiscal, Glenn Beck o Fox News. Sin que sea relevante que sus objetivos sean diferentes, para los populistas la indignación siempre se cree que elimina las diferencias de fondo, y no hablemos ya de las ideologías.

He sido testigo de esta confusión antes. Cuando George McGovern se postulaba a la presidencia, su asesor de campaña Pat Caddell explicó que poner el acento en su demagogia populista convertiría a McGovern en un candidato atractivo a los ojos de millones de fieles de su rival George Wallace. No importaba, pensaba él, que estuvieran fuera de sus casillas por motivos distintos.

Tras múltiples párrafos lamentando "la reticencia de Obama a la hora de despacharse contra el sector financiero", Judis logra reconocer que la realidad, no sólo la retórica, tiene cierta influencia sobre el votante. "No hay duda de que si la economía estuviera creciendo a un ritmo más rápido y si el paro estuviera precipitándose por debajo del 9%, Obama y los Demócratas serían más populares y no temerían una fuga de votantes en noviembre".

Pero después incluso de reconocer este hecho, Judis argumenta rápidamente que la timidez retórica suscitó una cobardía comparable en política económica. De forma que "el principal culpable es claramente Barack Obama. Tiene una rara aversión a la política de confrontación". En otras palabras, superó las tácticas del organizador de la comunidad Saul Alinsky y nunca emuló las del activista Jesse Jackson. Qué raro.

Lo que es peor, dice Judis, Obama no parece darse cuenta de que "la demagogia viene siendo una parte indeleble de la mentalidad política estadounidense, y aquellos que se sienten incómodos haciendo llamamientos populistas... ven las consecuencias en las urnas".

Él cita tres ejemplos de lo que espera a Obama a modo de advertencia: Herbert Hoover, Jimmy Carter y John Kerry.

Sr. Gibbs, su testigo.

____________________

Tres distinguidos caballeros, el ex senador de Alaska Ted Stevens, el ex congresista de Chicago Dan Rostenkowski y el ex columnista de Richmond y Washington James Jackson Kilpatrick, nos han abandonado en los últimos días. Todos se forjaron reputaciones de ser figuras combativas duras, pero todos fueron bendiciones para un montón de gente del ramo.

La tesis tras las iras de Gibbs

David S. Broder
David S. Broder
lunes, 23 de agosto de 2010, 04:16 h (CET)
WASHINGTON -- Cuando el secretario de prensa de la Casa Blanca Robert Gibbs criticaba a "la izquierda profesional" hace un par de semanas por encontrar deficiencias de forma prematura en la gestión del Presidente Obama -- una actuación que más tarde pretendía enmendar -- no dio nombres, en la medida que puedo recordar.

De haberlo hecho, bien podría haber mencionado a John B. Judis, el columnista que redactó la crónica de primera página del último número de The New Republic, titulada "La caída innecesaria: contra-crónica de la Presidencia Obama".

El objetivo de Gibbs era el ala izquierda del Partido Demócrata, que en lugar de celebrar las victorias de Obama en la reforma sanitaria y la regulación financiera, ha ido haciendo acopio de quejas por sus deficiencias dentro y fuera del país.

Judis, un caballero de izquierdas, decidía anticipar el veredicto de los electores en noviembre y precipitaba su explicación de la derrota de los Demócratas sobre el papel sin esperar a que se celebren los comicios.

Aludiendo a las derrotas en las elecciones extraordinarias de Virginia, Nueva Jersey y Massachusetts, escribe: "Lo que sentenció políticamente a Obama fue la forma en que abordó la crisis financiera durante los seis primeros meses de su presidencia. En una atmósfera dominada por una respuesta populista, permitió que la derecha definiera los términos".

El problema, según lo entiende Judis, es que "cuando la opinión pública estaba en pie de guerra", Obama no se cebó lo suficiente con los bancos. En lugar de eso, el Presidente razonó que los excesos habían sido cometidos por todo hijo de vecino dentro de "una tormenta perfecta de irresponsabilidades" que arrastró al sector financiero, al legislativo y a la ciudadanía.

Dado que Obama "contrató a personas salidas de la cultura de Wall Street", según cita Judis al Senador Byron Dorgan, para ocupar los principales puestos de su administración y "no logró empujar al Congreso a implantar con efecto inmediato nuevas regulaciones financieras o por lo menos crear una comisión para investigar el fraude", desató "una revolución populista de la derecha en el país".

Obama no se lanzó a las barricadas pues, según esta versión de la historia, como hicieron el movimiento de protesta fiscal, Glenn Beck o Fox News. Sin que sea relevante que sus objetivos sean diferentes, para los populistas la indignación siempre se cree que elimina las diferencias de fondo, y no hablemos ya de las ideologías.

He sido testigo de esta confusión antes. Cuando George McGovern se postulaba a la presidencia, su asesor de campaña Pat Caddell explicó que poner el acento en su demagogia populista convertiría a McGovern en un candidato atractivo a los ojos de millones de fieles de su rival George Wallace. No importaba, pensaba él, que estuvieran fuera de sus casillas por motivos distintos.

Tras múltiples párrafos lamentando "la reticencia de Obama a la hora de despacharse contra el sector financiero", Judis logra reconocer que la realidad, no sólo la retórica, tiene cierta influencia sobre el votante. "No hay duda de que si la economía estuviera creciendo a un ritmo más rápido y si el paro estuviera precipitándose por debajo del 9%, Obama y los Demócratas serían más populares y no temerían una fuga de votantes en noviembre".

Pero después incluso de reconocer este hecho, Judis argumenta rápidamente que la timidez retórica suscitó una cobardía comparable en política económica. De forma que "el principal culpable es claramente Barack Obama. Tiene una rara aversión a la política de confrontación". En otras palabras, superó las tácticas del organizador de la comunidad Saul Alinsky y nunca emuló las del activista Jesse Jackson. Qué raro.

Lo que es peor, dice Judis, Obama no parece darse cuenta de que "la demagogia viene siendo una parte indeleble de la mentalidad política estadounidense, y aquellos que se sienten incómodos haciendo llamamientos populistas... ven las consecuencias en las urnas".

Él cita tres ejemplos de lo que espera a Obama a modo de advertencia: Herbert Hoover, Jimmy Carter y John Kerry.

Sr. Gibbs, su testigo.

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Tres distinguidos caballeros, el ex senador de Alaska Ted Stevens, el ex congresista de Chicago Dan Rostenkowski y el ex columnista de Richmond y Washington James Jackson Kilpatrick, nos han abandonado en los últimos días. Todos se forjaron reputaciones de ser figuras combativas duras, pero todos fueron bendiciones para un montón de gente del ramo.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
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