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Edward Schumacher-Matos

El largo brazo de la Historia

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BOSTON - Nos hacemos mayores. Los años se nos vienen encima. Los años nacionales... y personales.

En 1834, en la península de Charlestown en Boston, lugar de la Batalla de Bunker Hill y del monumento a los patriotas de la Revolución Americana caídos aquí, se levantaba un convento católico y un seminario administrado por hermanas ursulinas - no lejos de donde escribo en este momento.

El convento y la escuela fueron reducidos a cenizas por el motín anti-católico de los varones Protestantes locales, ebrios de alcohol y paranoia. Además, los caballeros volvieron a la noche siguiente, descubrieron el sagrario del altar oculto bajo un rosal, y también le prendieron fuego.

El alcalde de Boston Theodore Lyman condenó los disturbios y trató de promover el diálogo interreligioso, pero la opinión pública tenía otra idea. Un jurado absolvió a los cabecillas, y durante más de una década la Legislatura de Massachusetts se negó a abonar una indemnización.

Ninguna placa conmemora el lugar olvidado.

El nativismo anti-católico campaba a sus anchas en la América del XIX. Samuel Morse es recordado con cariño como el inventor del telégrafo, pero también escribió en un libro popular: "Somos las víctimas del engaño de nuestra hospitalidad. El mal de la inmigración trae analfabetos católicos romanos a estas costas... instrumentos obedientes de sus representantes eclesiásticos más culturizados".

Y todavía a finales de la década de los sesenta nada menos, como adolescente inmigrante católico que sale con una baptista del Sur en Phenix City, Ala., me encontré incómodo en los bancos de su pequeña y saturada iglesia. El predicador ridiculizaba al entonces presidente en la Casa Blanca - John F. Kennedy - como un papista y un "meapilas".

Newt Gingrich fue al instituto conmigo en Columbus, Ga. Compartimos historia personal, pero me pregunto qué libros inspiran a este intelectual autodidacta hoy cuando equipara a los musulmanes con los Nazis y con los japoneses que atacaron Pearl Harbor. "No debería haber ninguna mezquita cerca de la Zona Cero de Nueva York mientras no haya iglesias ni sinagogas en Arabia Saudí", decía también, como si nos tuviéramos que regir por los reglamentos saudíes.

Pero Gingrich no es el único mal estudiante de la historia americana.

En la década de los 30, cuando los verdaderos Nazis estaban asesinando judíos, los líderes judíos y ecuménicos estadounidenses presionaron al Presidente Franklin Roosevelt para que elevara las cuotas de la inmigración o permitiera venir como refugiados a los desesperados judíos de Alemania o Austria.

Los legisladores nativistas del Sur y el interior se opusieron rotundamente. Y según una encuesta de Fortune en 1938, el 86 por ciento entero de los estadounidenses convenía en que no debía de haber aumentos de las cuotas por razones humanitarias para ayudar "a los refugiados germanos y austriacos entre otros".

Roosevelt permaneció extrañamente impasible y no tomó ninguna medida. Sin duda, el paro era elevado y necesitaba que los legisladores respaldaran su New Deal. Pero el Departamento de Estado ni siquiera estaba llenando las pequeñas cuotas anuales de 26.000 inmigrantes germanos y austriacos. Un funcionario que describía a los judíos en un informe como "sucios, antiestadounidenses y a menudo peligrosos" estaba a cargo de los visados.

Todos sabemos lo que pasó después. Pero uno se pregunta la historia que muchos líderes judíos de hoy leen para oponerse también a la llamada mezquita de la Zona Cero.

Hay más historias de otros grupos que forman parte de la paranoia y el miedo que periódicamente levanta su fea cabeza entre nosotros para demonizar al extranjero recién llegado, el "otro" de nuestro entorno, los musulmanes esta vez. Y lo que distingue a cada movimiento es que los líderes carismáticos sacan lo peor de nosotros.

En cuanto a mí, no me distingo en dureza contra el terrorismo o amor a la patria.

Mi antigua oficina en el Wall Street Journal estaba al otro lado de la calle del World Trade Center y se vino abajo. Mi hija estaba en las calles aledañas y después, por algún capricho del destino, salió golpeada, ensangrentada y casi pierde la vida en los atentados del metro de Londres. Estaba a 20 yardas de una de las explosiones, en el coche siguiente.

He conocido a terroristas y el terrorismo de cerca en España, Irlanda del Norte, el norte de África y América Latina como periodista, y en Vietnam como soldado. Son cobardes crueles.

Pero lo que Gingrich, Sarah Palin, el Gobernador de Minnesota Tim Pawlenty y muchos de nuestros actuales líderes irresponsables están haciendo puede ser igual de detestable. Una deflagración tiene lugar en cuestión de segundos y causa destrucción y muertes puntuales. Estos líderes políticos están destruyendo valores asentados y la estructura misma de nuestra gran nación. ¿Puede valer eso unas elecciones?

Por lo general nos autocorregimos. Otro alcalde, Michael Bloomberg, de Nueva York, trabaja para salvarnos de nosotros mismos. Espero encarecidamente que Barack Obama salga de su estado Roosevelt y haga lo mismo.

El largo brazo de la Historia

Edward Schumacher-Matos
Edward Schumacher-Matos
viernes, 20 de agosto de 2010, 07:10 h (CET)
BOSTON - Nos hacemos mayores. Los años se nos vienen encima. Los años nacionales... y personales.

En 1834, en la península de Charlestown en Boston, lugar de la Batalla de Bunker Hill y del monumento a los patriotas de la Revolución Americana caídos aquí, se levantaba un convento católico y un seminario administrado por hermanas ursulinas - no lejos de donde escribo en este momento.

El convento y la escuela fueron reducidos a cenizas por el motín anti-católico de los varones Protestantes locales, ebrios de alcohol y paranoia. Además, los caballeros volvieron a la noche siguiente, descubrieron el sagrario del altar oculto bajo un rosal, y también le prendieron fuego.

El alcalde de Boston Theodore Lyman condenó los disturbios y trató de promover el diálogo interreligioso, pero la opinión pública tenía otra idea. Un jurado absolvió a los cabecillas, y durante más de una década la Legislatura de Massachusetts se negó a abonar una indemnización.

Ninguna placa conmemora el lugar olvidado.

El nativismo anti-católico campaba a sus anchas en la América del XIX. Samuel Morse es recordado con cariño como el inventor del telégrafo, pero también escribió en un libro popular: "Somos las víctimas del engaño de nuestra hospitalidad. El mal de la inmigración trae analfabetos católicos romanos a estas costas... instrumentos obedientes de sus representantes eclesiásticos más culturizados".

Y todavía a finales de la década de los sesenta nada menos, como adolescente inmigrante católico que sale con una baptista del Sur en Phenix City, Ala., me encontré incómodo en los bancos de su pequeña y saturada iglesia. El predicador ridiculizaba al entonces presidente en la Casa Blanca - John F. Kennedy - como un papista y un "meapilas".

Newt Gingrich fue al instituto conmigo en Columbus, Ga. Compartimos historia personal, pero me pregunto qué libros inspiran a este intelectual autodidacta hoy cuando equipara a los musulmanes con los Nazis y con los japoneses que atacaron Pearl Harbor. "No debería haber ninguna mezquita cerca de la Zona Cero de Nueva York mientras no haya iglesias ni sinagogas en Arabia Saudí", decía también, como si nos tuviéramos que regir por los reglamentos saudíes.

Pero Gingrich no es el único mal estudiante de la historia americana.

En la década de los 30, cuando los verdaderos Nazis estaban asesinando judíos, los líderes judíos y ecuménicos estadounidenses presionaron al Presidente Franklin Roosevelt para que elevara las cuotas de la inmigración o permitiera venir como refugiados a los desesperados judíos de Alemania o Austria.

Los legisladores nativistas del Sur y el interior se opusieron rotundamente. Y según una encuesta de Fortune en 1938, el 86 por ciento entero de los estadounidenses convenía en que no debía de haber aumentos de las cuotas por razones humanitarias para ayudar "a los refugiados germanos y austriacos entre otros".

Roosevelt permaneció extrañamente impasible y no tomó ninguna medida. Sin duda, el paro era elevado y necesitaba que los legisladores respaldaran su New Deal. Pero el Departamento de Estado ni siquiera estaba llenando las pequeñas cuotas anuales de 26.000 inmigrantes germanos y austriacos. Un funcionario que describía a los judíos en un informe como "sucios, antiestadounidenses y a menudo peligrosos" estaba a cargo de los visados.

Todos sabemos lo que pasó después. Pero uno se pregunta la historia que muchos líderes judíos de hoy leen para oponerse también a la llamada mezquita de la Zona Cero.

Hay más historias de otros grupos que forman parte de la paranoia y el miedo que periódicamente levanta su fea cabeza entre nosotros para demonizar al extranjero recién llegado, el "otro" de nuestro entorno, los musulmanes esta vez. Y lo que distingue a cada movimiento es que los líderes carismáticos sacan lo peor de nosotros.

En cuanto a mí, no me distingo en dureza contra el terrorismo o amor a la patria.

Mi antigua oficina en el Wall Street Journal estaba al otro lado de la calle del World Trade Center y se vino abajo. Mi hija estaba en las calles aledañas y después, por algún capricho del destino, salió golpeada, ensangrentada y casi pierde la vida en los atentados del metro de Londres. Estaba a 20 yardas de una de las explosiones, en el coche siguiente.

He conocido a terroristas y el terrorismo de cerca en España, Irlanda del Norte, el norte de África y América Latina como periodista, y en Vietnam como soldado. Son cobardes crueles.

Pero lo que Gingrich, Sarah Palin, el Gobernador de Minnesota Tim Pawlenty y muchos de nuestros actuales líderes irresponsables están haciendo puede ser igual de detestable. Una deflagración tiene lugar en cuestión de segundos y causa destrucción y muertes puntuales. Estos líderes políticos están destruyendo valores asentados y la estructura misma de nuestra gran nación. ¿Puede valer eso unas elecciones?

Por lo general nos autocorregimos. Otro alcalde, Michael Bloomberg, de Nueva York, trabaja para salvarnos de nosotros mismos. Espero encarecidamente que Barack Obama salga de su estado Roosevelt y haga lo mismo.

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