NUEVA YORK -- Es difícil imaginar que quede algo por decir de la denominada mezquita de la zona cero, pero al parecer nos saltamos una idea importante.
La mezquita debe construirse precisamente porque no nos gusta mucho la idea. No necesitamos el recurso constitucional para ser amables, después de todo.
Esta idea sobrepasa todas las razones evidentes para permitir la mezquita, principalmente que no hay ley en contra. En ausencia de tal ley, dejamos que la gente rece cuando y donde le plazca. Que eso hiera los sentimientos de algunos es, además, irrelevante en un marco legal. ¿Y no queremos en serio que siga siendo así?
Confesión: Yo preferiría que no se construyera una mezquita tan cerca del suelo donde cerca de 3.000 almas inocentes perecieron. Esa es mi opinión personal, especialmente mientras imagino el sufrimiento de tantas familias cuyos seres queridos murieron en el atentado.
¿Pero por qué tantos estadounidenses también opinan así? La respuesta es inherente a la cuestión. Sentir es emoción, que no es necesariamente malo, pero es importante tenerlo presente.
La razón nos dice algo más: los musulmanes que quieren construir esta mezquita no empotraron aviones contra rascacielos. No apoyan el terrorismo. ¿En virtud de qué asignamos la culpa de las acciones de unos relativamente pocos a todos?
Aún así, como otros han señalado, las personas y las naciones civilizadas tienen cuidado de evitar vulnerar la tristeza, el sufrimiento y el sacrificio que asociamos a los terrenos sagrados. Como apuntaba Charles Krauthammer, el Papa Juan Pablo II ordenó a las monjas carmelitas abandonar el convento que habían establecido en Auschwitz, entre otros ejemplos.
Nos gustaría pensar que los demás son igual de respetuosos con nuestros propios horrores. Y aún así, debemos tener presente que lo que pedimos a los demás es lo que nos van a pedir. Cuente el número de veces que hemos escuchado invocar la "sensibilidad" los últimos días. Los musulmanes deberían ser más sensibles con las familias de quienes perecieron, hemos dicho en repetidas ocasiones. Hasta la Liga Anti-Difamación, defensora de la libertad religiosa, instaba a los líderes de la mezquita a situar el edificio más lejos de la Zona Cero - fuera de la zona sensible.
No podríamos estar más de acuerdo, y sin embargo no hace falta decir -aunque el Presidente Barack Obama consideró necesario señalar - que los musulmanes americanos tienen el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a practicar su religión y construir en una propiedad privada.
Algunos hubieran preferido que el imán Feisal Abdul Rauf, que está detrás de la propuesta, fuera más sensible, aunque las opiniones son variadas. Otros han argumentado que un musulmán moderado como Rauf es el tipo de persona que esperamos nos ayude a influir en un islam más moderado. ¿Podría un centro islámico cerca del lugar donde los peores seguidores de la religión mataron a miles, incluyendo musulmanes, ser útil a tal efecto?
Todos son razonamientos razonables. Pero la idea más convincente es que los detractores de la mezquita pueden perder si ganan. Los musulmanes radicales han causado estragos debido a que sus sentimientos estaban heridos. Cuando un musulmán asesinó al cineasta Theo van Gogh en Ámsterdam, se debió a que sus sentimientos estaban heridos. Lo mismo ocurre con los musulmanes que se amotinaron por caricaturas que representan la imagen de Mahoma y enviaron a la clandestinidad a los viñetistas.
La idea de que uno nunca debería ver heridos sus sentimientos - y los medios violentos a los que algunos recurren en la protección de su amor propio - han causado un daño que rivaliza con el mal. No es una exageración decir que la mayor amenaza a la libertad de expresión es, de hecho, "la sensibilidad".
Por eso los planes de la mezquita en la Zona Cero deben salir adelante, si es eso lo que los musulmanes quieren. Enseñamos tolerancia mediante la tolerancia. No podemos insistir en que nuestra libertad de expresión nos permite dibujar caricaturas o producir obras que los musulmanes encuentran ofensivas, y luego exigir que sean más sensibles a nuestros sentimientos.
Redundando en la idea, la tolerancia a la que instamos al mundo musulmán mientras ejercemos nuestro derecho a la libre expresión y disfrutamos de las mieles y la gloria de la irreverencia, es la misma que debemos aceptar de los musulmanes que tratan de expresarse con tranquilidad.
Nadie dijo nunca que la libertad sería fácil. A diario tenemos problemas para conciliar lo permisible con lo aceptable. El compromiso, a veces exasperante, es parte del trato. Dejamos que el Ku Klux Klan se manifieste no porque convengamos con sus ideas, sino porque tienen derecho a evidenciar su espantosa ignorancia.
En última instancia, cuando la sensibilidad se convierte en un garrote contra las expresiones legales o creencias religiosas - o incredulidad - perdemos todos.
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La columna de Kathleen Parker del 15 de agosto debía incluir a la Acadmeia
Tomás de Aquino, no Santo Tomás de Aquino, entre los 16 centros que
obtuvieron las notas más altas en un estudio de la American Council of
Trustees and Alumni del respeto a la educación básica entre 714
instituciones de educación.